POEMAS Y PROSAS DE
MONTSE ORDÓÑEZ

 

 

 

 

PADRE

No le digas a mi padre

que por las noches

sigo teniendo miedo al timbre de la puerta.

No le digas a mi padre

que desde hace tres meses y veinte días

no sonrío.

No le digas a mi padre

que la oscuridad se ha hecho mañana

y el día hostilidad.

No le digas a mi padre

que en el amanecer de los domingos

soy incapaz de escuchar a los Beatles.

No le digas a mi padre

que lloro

cuando escucho el sonido de sus gestos.

No le digas a mi padre

que está siendo complicado acostumbrarme

a vivir en su madrugada.

No le digas a mi padre

que el mundo anda repleto de miedo

y que yo

muero de él.

No le digas a mi padre

que los que quedaban

se fueron lentamente.

No le digas a mi padre

que no me acostumbro a pasear

por las calles en las que aprendí a vivir de su mano.

No le digas a mi padre

que no me atrevo a observar las imágenes de la infancia

en las que nuestros rostros desprendían

la esperanza del mundo.

No le digas a mi padre

que vivo refugiada

en la biografía del silencio.

 

Cuando le veas

solo dile que quiero que amanezca en esa madrugada

en la que vive,

que en su memoria aún queda esperanza

para no olvidar

que nací un veintisiete de abril de hace ahora algunos años.

 

MEMORIA

Ahora que nos hemos quedado solos

voy a hablarte de los ruidos del mundo.

En esos lugares comunes

es siempre de noche

y solo se encuentra refugio en los acantilados.

El estado de las cosas

es la patria de la geranios

y la frontera de la vanidad.

Los hombres repiten las palabras

que se pierden

como la arena del desierto.

En la ciudad de los caminos

el atardecer del que deambula

ofrenda el perdón de los pecados.

Cuando el destino te mire a los ojos

elige el gesto

la aritmética de la compasión

la última palabra

reza.

Llega al límite del bosque

ve a la orilla del océano

hunde las sienes en los suburbios

asiste al murmullo de las cascadas

no te dejes arrastrar

por el estruendo de la ovación

que te regalan las vidas malgastadas.

Sé digno.

Sé.

Antes yo quise ser cronista del asedio

cambio y sospecha

me alejé del silencio

consecuencia y legado.

Arranqué la estatua de Lenin

planté olivos y guirnaldas

escribí la historia de los Corintios,

quemé bosquejos y tejí banderas.

No corrí la misma suerte

caí en el olvido del acantilado

donde el horizonte se hizo incierto

llegué a la orilla equivocada

me perdí.

 

 

TODOS LOS PERFILES TIENEN TU NOMBRE

Pocas cosas me quedan de ti

en alguna gaveta

queda algún recuerdo

roído, amarillento

como la tez del otoño a final de noviembre,

la dualidad de tu intelecto

hacía que las noches

fueran romances de medievo,

la injusticia de tu razón

palidecía ante la indiferencia,

el peso de tus conquistas

entregó mis territorios al enemigo.

Constaté que en la soledad

te humanizabas

entonces quise

ser ciudad

bosque, mar y nube

así un día logré entender

que todos los perfiles del mundo

llevaban tu nombre.

 

DÍAS

Me gustaría llevarte el día a casa

para evitar

que los estragos del mundo rozaran tu rostro.

Déjame contarte

que en las calles ya no crecen las flores

que los socavones de la ira

sesgaron todos los jardines,

que el parque en el que crecimos

fue abandonado por la desidia.

Preserva en tu memoria lo vivido

y mantén la esperanza

del que sueña

es lo que queda,

ciudades inhóspitas

que buscan la clemencia de los hombres.

 

EL CUERPO DE LA PALABRA

Las palabras toman vida con el tiempo y el tiempo las realza o las rechaza, las pule, las aparta, las coloca en el centro o las expulsa de la superficie. Las palabras vienen y van sobre las épocas, las modas las matizan, los inventos las superan, el hilo de las costumbres las ata o las desata, desaparecen a veces de las conversaciones y se pierden en el diccionario del silencio…

 

PROSA A DESTIEMPO

Se había acostumbrado a vivir en diez metros cuadrados. El único resquicio de luz que la acompañaba provenía de una ventana donde los rayos del sol, cuando los había, se colaban durante dos o tres horas al día. Había poblado la estancia de ramas de eucalipto. El olor que desprendía la mantenía alerta para no perder el sentido del olfato; los sentidos eran lo único que le quedaba por perder y debía inventar estrategias para educarlos y no acabar sucumbiendo a la completa enajenación.

Hacía unas semanas que el invierno había hecho acto de presencia y por esa única ventana, se colaba el frío con una virulencia que la obligaba a vestir con varias piezas de ropa de abrigo para no enfermar. En las noches más hostiles, el viento azotaba tan fuerte que la cortina que cubría dicha ventana se sacudía incesante y conseguía desprenderse del enganche que la sostenía.

En esa habitación había conseguido crear un mundo en el que sostenerse. Dentro del reducido espacio, había creado tres ambientes distintos para tratar de imaginar que vivía en la pomposidad de los burgueses, no porque la conociese, ya que solo tenía referencias de esas vivencias por los múltiples y variados libros que la acompañaban en su hábitat.

En uno de esos espacios ubicó su escritorio, en otro habilitó una butaca de mimbre en la que se sentaba por largo tiempo a leer, escuchar música y cerrar los ojos con la única finalidad de salir de ella misma y alojarse en la belleza ajena como en un acto de disidencia contra todo lo que le causaba dolor. En el tercer espacio, estaba la cama, repleta de sabanas y mantas que la cubrían de caricias, de esas que permanecían en su olvido y que cada noche trataba de recordar con sumo esfuerzo.

Un día tuve oportunidad de conocerla, me invitó a pasar una tarde en su estancia. Mientras permanecí junto a ella vi que a su manera había conseguido crear una especie de refugio infranqueable en el que ella había aprendido, a fuerza de soledad y mucho frío, a ser feliz cinco o diez minutos al día.

La recuerdo sentada en la butaca con los ojos cerrados. Escuchábamos el tercer movimiento de la tercera sinfonía de Górecki. Mientras sonaba le pregunté en qué pensaba cuando cerraba los ojos y me contestó que en ese instante se encontraba frente al mar bajo un cielo gris. En ese instante, lo único que hacía era recorrer con la mirada el vaivén de las olas. Esa era su manera de viajar a otros lugares donde las cosas nimias la enriquecían y la hacían poblarse de belleza. A medida que respondía, su rostro se iluminaba y comprobé que con muy poco, el ser humano es capaz de adquirir la sanidad más pura, esa que nace adentro y hace de guía. Me levanté, le di un beso en la frente y me marché con la satisfacción de haber compartido un tiempo con un ser humano digno de poblar mi vida y todas las vidas que encontrase en su camino.

 

 

 

Montse Ordóñez (Barcelona 1974). Poeta, editora, asesora y gestora cultural de formación autodidacta. En el año 2013 crea y dirige, en Barcelona, el proyecto “Cuban Rhapsody”, donde se realiza un encuentro literario y creativo de artistas y escritores cubanos. Ha prologado dos libros: La balada de los suicidas de Ariel B. Acosta, publicado por Eriginal Books; y El esplendor de las palabras de Delfín Prats, publicado por Ediciones Bagua. En el año 2015 presentó en el CCE de Miami dos líneas editoriales, Ediciones Cumbres y Ediciones Bagua. En el año 2016 imparte un taller de creación literaria y un taller de libroterapia. Actualmente colabora con la editorial Huso. Sus trabajos en poesía han sido publicados en varias revistas digitales. Ha sido finalista del último certamen de poesía del Ateneo de Madrid 1º de Mayo. Próximamente publicará un poemario bajo el título La orilla de los nadie.