10 POEMAS DE PALABRA DE RÍO, LIBRO DEL POETA CATALÁN
ANDRÉS DE MÜLLER

Andrés de Müller (Fotografía: Cortesía del autor)

EL PUENTE

Un río.
Un puente.
Un hombre
que no se decide a cruzarlo.
La promesa
de un destino al otro extremo.
Y la duda.


¿Soportará la estructura de madera,
tan precaria que diríase aérea,
mi peso?


¿Trastabillarán mis pies
en el epicentro del vértigo,
preludio de hojas caídas
y ramas truncadas?


¿Pasaré indemne al otro lado
o seré exequias en el charco?


El puente se alza impertérrito
sobre el revoltijo de olas
dulcificadas por los reflejos irisados
que arranca de sus penachos el sol
–terciopelo en el hocico del tigre–,
tablones superpuestos al vacío
soñando crujir bajo los pasos
del hombre indeciso.

LO MISMO

Te digo lo mismo
una y otra vez
para contarte que
en el concepto infinito
no caben las palabras
con que te digo lo mismo
de maneras diferentes,
para hacerte compañía
en la acritud del meandro
y descansar en mi poza
tus turbaciones,
para desatar la primavera
sobre la iridiscencia
del colibrí,
para que en mi corriente
intuyas el eco de la voz
que canta el secreto
reservado a quienes
se sumergen en mí,
para inundarme de ti
y ahogar la jauría del ruido
en el fuego afónico
–limpiarás las turbiedades del mundo
en mis aguas amnióticas
y te mostraré el norte
que funde el historial
de tus idas y venidas–,
donde desharás
tus afanes de hierro
y astillarás el peso
de tu aislamiento
en el seno insobornable
de mi presencia,
para darte de beber los astros
en el reborde del remolino espejado
y rozar la periferia de tus fantasmas
en las lejanías que transitas descalzo,
para que encuentres, definitivamente,
pie firme en mi superficie
cosida de temblores,
te digo lo mismo
una y otra vez.

PERDIDO

Entre millones de gotas
el río perdió la mía;
sus olas,
indiferentes,
crujen igual,
ríen igual,
mientras yo,
a la deriva,
sin gota,
sin vida,
me seco.


Zahiere la corriente que solía acunarme,
me enerva el zumbido de sus puñales,
¡cómo quisiera detener el curso del río,
romper su cauce, drenar su orgullo!


De remolino en remolino pruebo
la sed espantosa del ser sumergido,
el agua que, sin mojar, ahoga.

IRAS

Hoy, amanecido en iras,
vapuleado por fantasmas,
me arrastro hasta tu orilla
sediento de cauce,
de palabras líquidas,
y te encuentro,
para mi turbación,
más pacífico que nunca,
tu corriente detenida
en el ganchillo de ondas
atravesando la garganta,
Penélope niña deshilando
el tapiz de la amnesia,
ósmosis acuática,
placidez inconfesable
en la hoguera del afán
donde crepito:
macerado en ti
se apagan
–al menos por un rato–
las llamas que desprendo.

PALABRA DE RÍO

Palabras líquidas salen en tromba de tu garganta
ensortijadas en el verbo de la espuma
y en las virutas de nombres
huérfanos de abecedario.
Runrunee, retumbe, afirme o niegue,
diga lo que diga y como lo diga,
rezuma verdad:
es palabra de río.
Signos bucean y chocan contra las rocas,
apenas comas, o, en el mejor de los casos,
puntos suspensivos en tu frenética narración
donde tomas aliento para enhebrar tramas
que convergen en la cascada.
Disuelto en el relato,
esquivo la rotundidad
de las definiciones.
Enmudezco, me hago gota
y empiezo, por fin, a vivir.

CALDERO

Hoy eres caldero y voy a cocerme en ti:
¡que las lágrimas jaleen tu tos de serpiente
y se despellejen en tu ebullición!


Quiero zurcir mi silencio
en tu lengua hirviente,
desmembrar el ciclón
hollado de afán,
arder entre géiseres,
andamiaje de volcanes
erupcionando el naufragio.


De tu saña espumada prorrumpe
la fonética del estertor,
nereidas me reclaman
sin pronunciar mi nombre,
me arrastran, a empellones,
sin siquiera rozarme:


Ven al caldero incendiado,
al rojo vivo más blanco,
a las cuevas que jalonan
el laberinto maldito
en cuyo centro
extirpamos pulmones,
exégesis ahogada
de las branquias.
Ven al origen, viajero,
y quémate con nosotras
allí donde se reblandecen,
por igual, huesos y memoria.

ARRUGAS

Arrugas nubes en tu espejo oracular,
encapsulas la entelequia y su orla
entre pompas,
abduces el índice de la nostalgia
con que me señalas para atender,
solícito,
el parto múltiple de mis preguntas.


El límite, magenta y ámbar al caer la tarde,
sucumbe salivado en tus fauces,
rumor del pulso cabrilleando el ocaso.


Naufragas atmósferas donde respiraba la línea,
rijoso ante el vaivén eyaculado de sombras,
némesis de cuerpos que las proyectan
sin medirlas, creyéndolas propias.


Y solo eran prestadas.


En ti estallará de soles la negrura,
en ti el aire se hará dentición
y, al final, colmillo
sangrando el estupor.

NUBES SOBRE EL TOMEBAMBA

Nube cosida de huecos
que almidonas el espacio
y lo cuajas de intervalos,
¿fuiste tú la inspiradora del hombre,
esa criatura mutante
cincelada en dobleces?


Imagino a Dios imaginando la imaginación
cuando, de pronto, una nube, tu yo transmutado,
cruzó el edén y nació el molde de nuestra naturaleza
vacilante,
veleidosa,
vibrante,
boceto del boceto que se matiza sin fin,
híbrido imposible de original y copia,
abrojos y pétalos volcados en el río,
chispa que prenderá en el crujido sutil de las pestañas
y se hará incendio en las sienes reventadas por delirios
torturadores,
truculentos,
trepidantes.


Y he aquí el primer mandamiento: raza humana, serás nube.

¿Y SI?

¿Y si la poesía,
faquir del léxico,
fuera la sombra
de lo que nunca
contaremos?


¿Y si en el llanto
se arrebujasen
rimas que,
de otro modo,
no serían?


¿Y si la risa
fuese verso,
jilguero liberado
en la hoguera?


Las olas tocan a rebato,
sirenas carrasposas conjuran
firmamentos en el piélago,
gemelas a la desbandada
convencidas, cada una,
de no ser sin la otra.


¿Y si nada
fuese cierto?

VIRGINIA TUYA QUE ESTÁS EN EL AGUA

(a Virginia Woolf, ahogada en el río Ouse, Inglaterra)

Virginia tuya que estás en el agua,
salpicado sea tu nombre,
venga a nosotros tu cordura de loca,
tu sabiduría de tierra mojada.


Hágase tu suicidio
así en la vigilia como en el sueño
para que, de una vez,
despertemos.


Danos ayer
las primicias del futuro
que hoy no probamos
y perdona nuestra ruta
de peces terrestres
como también nosotros perdonamos
la hondura del río que te silenció.


No nos dejes abrasar
en la aridez insoportable
de una vida sin palabras
y líbranos de las inundaciones
que resecan y castran.


Amén.

LAS AGUAS DE ANDRÉS DE MÜLLER
(Fragmento)

“…Según Borges ha dicho, “las cosas están escondidas y mi deber de poeta es encontrarlas”. Este es el compromiso que Andrés de Müller se ha impuesto aquí, el del poeta que insiste en dirigirse al río cada día a recoger metáforas, a registrar su canto, a interpretarlo, a traducirlo, a recibir su voz y darle otra: “Voy al río a pescar palabras, / Atlántida de letras sumergida / en las aristas del asombro”. Y las ha encontrado, no ha sido continente desaparecido. Ha sucumbido, primero, a la hipnosis del agua, pero luego ha despertado y ahora nos trasvasa la deducción de su encanto en versos que besan y muerden, registrando los humores cotidianos en su cauce de piedra, en su cauce de carne y, como resultado, han nacido estos íntimos y hermosos poemas hijos de su genio y de su mano.

“Levito como si en vez / de huesos fuese de nubes…”, declara, y el arribo a esta levedad luego de haber visitado los abismos, de haber sido arrastrado por sus cadenas, advierte sobre la conclusión de un itinerario, el cierre de un ciclo. Especialmente el Yanuncay de afuera le ha permitido cruzar su Yanuncay de adentro, así emerge el poeta vigoroso que ha superado su prueba líquida y, en la palabra, su prueba de fuego. El agua lo ha reclamado, pero también lo ha liberado. Y aunque han sido ríos de Cuenca pudo haber sido cualquier otro río, he ahí la flor universal de la poesía contando una y otra vez la historia del ser que asiduamente se resquebraja y se reconstruye, se desmigaja y se recoge a sí mismo.

La elección de concluir el libro con el poema “Virginia tuya que estás en el agua” no es fortuita y remite a Jorge Manrique: “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir”. Son los años que nos han llevado, que nos llevarán hacia el estuario, transcurrir léxico de Palabra de río donde todo flota y, flotando, todo se va para, asimismo, retornar a los anales cósmicos donde la poesía es materia de estrellas porque no hay delta vencedor, porque la poesía es agua y tierra y aire y fuego, esos elementos que nos regalaron, verbalizados, los antiguos filósofos griegos.

La poesía perpetúa en su ruta sostenida por el lenguaje. Decía César Vallejo que “un poema es una entidad vital mucho más orgánica que un ser orgánico en la naturaleza”. Entonces, ¿compite este río de palabras de Andrés de Müller con el que lo ha inspirado? Sí. Acaso se secarán el Yanuncay y el Tomebamba (los secaremos como secaremos todos los ríos), y, pese a ello, este poemario no podría ser asesinado por el tiempo. Otra generación futura quizás sabrá, por la memoria oral, de este tesoro de los Andes que parió el Parque Nacional El Cajas.

Esta es la primera publicación poética de Andrés de Müller –y no será la última–, un catalán que se enamoró de Cuenca, quiso matrimoniarse con las alturas andinas, se hizo íntimamente de ellas y hoy nos ofrenda este poemario sensible, una obra madura, un texto conmovedor por su discurso de certezas acuosas; lívido a ratos, oscuro a veces, conjunto que sobrecoge en su aproximación a la realidad de la vida de un hombre y de todos, solos. Un río que canta a capela y un hombre que recolecta ese canto para incrustarle su música personal, la visión de su ojo, el vigor de su largo aliento. ~ Ana C Blum

Palabra de río
© Andrés de Müller
© 2017, GAD Municipal del cantón Cuenca
Marcelo Cabrera Palacios
Alcalde de Cuenca
Francisco Abril Piedra
Director Municipal de Cultura, Educación y Deportes
Edición: Silvia Ortiz Guerra
Diseño: Juan Pablo Ortega
Portada: Caudal # 14, Confluencia del Yanuncay y el Tomebamba, 2015
Dorso de portada: Caudal # 15, Machángara, 2015
Dorso de contraportada: Caudal # 18, Machángara, 2015
© Pablo Cardoso
Cuenca, Ecuador, diciembre 2017