La puerta giratoria de los sueños
POEMAS DE PEDRO ROSA BALDA
De VELADURAS, 2007
(crucifixión)
I
Haber nacido con explosiones
en el corazón,
estar desperdigado,
mostrar sólo una parte
(quizá la menos verosímil),
ser frag-miento(s).
II
Cojo de un ojo,
manco de una oreja,
mudo de una mano,
cada pierna un atolladero,
el cuerpo, una camisa de fuerza,
con los siete costados del alma
escayolados, con clavos
en cada pensamiento,
incompleto, turbio
ad aeternam.
III
Dentro de ti enciendes lámparas
pero no logras apartar las tinieblas.
¿Cómo has podido sobrevivir
a tanta oscuridad?
¿Pensando acaso que era luz?
IV
Los pensamientos, cual lágrimas
ardientes te desuellan:
dios o el diablo, o ambos a la vez
están llorando sobre ti
o tú mismo eres la lágrima
que cae encima de ti, calcinándote.
¿Para esto hemos despertado?
¿Era ésta la gran novedad de la consciencia?
¿Esta angosta (breve) brecha de luz que abrasa?
V
No hay alma; por más
que gimas y te retuerzas,
serás órganos, respiración,
carne, músculos, sangre…
tus (de)funciones vitales
y un gran vacío dentro.
(entre dos luces)
I
El alba acaba de suturar
la herida de la noche,
relampaguean aún
las últimas formas presas
en la puerta giratoria de los sueños.
« Antes », « después », « siempre »
« jamás » vagan en la pertinaz
neblina del presente.
Lo que él nombra « yo » pide prolongar la tregua,
alargar la estancia fuera del círculo infernal
de apariciones y desapariciones.
II
Casi nada: el sólito escalofrío
la geometría obligatoria,
la consabida película
que proyecta la sombra:
un hombre se viste y se desviste
simultáneamente
bajo la blanquecina luz
de un cuarto de baño;
llega y a la vez se marcha,
saludando y despidiéndose
en un mismo movimiento:
« hemeaquíhastanunca ».
III
El tiempo está soplando
sobre tu imagen, distorsionándola
¡cómo se ha agrandado el espacio
alrededor o cómo te has reducido tú,
casi de golpe, sin notarlo, distanciándote de todo
y tu esqueleto se ha ido quedando
cada vez más solo y desnudo dentro de ti!
El viejo vagabundo de tus pesadillas
ha construido su morada con tu piel, con tu carne,
su olvido con tu memoria.
¿Queda alguien en tu cuerpo
que se asome y te llame
y tú reconozcas todavía?
En el espejo (cuaderno del tiempo)
escribes con tus huesos
las tres delgadas sílabas
de tu desnudez.
En el espejo, el otro (inevitable) me hace señas
decidido a suplantarme de cualquier manera,
a adueñarse repentinamente de mi alma,
a apoderarse de mi voz, a meterse
en cada uno de mis gestos.
Finjo no verlo, le huyo como a la peste
pero su imagen me persigue
de espejo en espejo,
de pensamiento en pensamiento
hasta hacerme creer a veces, que soy él.
Me estremezco entonces al pensar
que quizás ya haya conseguido volverse yo
y en este preciso momento esté viviendo
en vez de mí en alguna parte
y yo ahora sea otro o simplemente
un sueño del otro.
De UVES COMO CUERVOS, 2013
Su forma de aparecer es como si desapareciera,
está siendo de una manera que no hace
ni deshace tiempo: a favor, no contra la nada.
Ha cosido su porvenir con el hilo para ir hacia atrás,
para descoser, para arrancarse.
Desandar, morir, le quedan bien.
¿Se porta real con algo?
Va a amanecer con las mismas voces dentro.
¿Quién no se calla nunca?
¿Quién sigue restregando brasas
sobre los parietales resecos?
En una pizarra rota de la infancia escribe
la noche cruje.
« …you can learn from poems
that an empty head tapped on
sounds hollow in any language… »
William Carlos Williams.
Caído y medio, torcido y medio,
ninguno y medio
(quizá dos hacia abajo);
el 0,001% del 0,001%;
habito el lado poroso, casi invisible
de una cabeza, el sector donde se organizan
las formas de la locura.
Se me ve poco fuera de mí:
permanezco entre las cuatro
paredes de mi pensamiento,
replegado en un puñado de células
enclaustrado en un fuera de lugar, en un
fuera de tiempo
escuchándome pensar.
En mi cabeza roída por las sombras
(la sombra del suicida, la sombra
del animal descuartizado, la sombra
contorsionista, incandescente de la nada)
los pensamientos exudan sus jugos,
negros como las grasas del alma;
pienso y mi cabeza se ríe de mí:
sería más feliz matándola.
¿Cómo digo equilibrio sin sentir hueco el pie,
sin el peso de andar vacío?
En cada gesto mío hay un cuerpo a la deriva,
cualquier grafiti puede suprimirme,
cualquier apretón de manos intempestivo,
cualquier nombre pronunciado al azar
al fondo de un callejón sin salida.
He dado un paso adelante para reírme,
dos hacia atrás para llorarme;
he atravesado todos los encuentros,
todas las despedidas: no he sobrevivido,
la cuenta de mis caminatas es negativa.
De PIZARRAS PARA LA NOCHE (inédito)
I
Escaso, escaso de sí mismo;
náufrago, huérfano… sobre todo de sí mismo;
sordo de alguna manera muda, quieto
de alguna manera febril, saludable
de alguna manera enferma, muerto
de alguna manera viva,
en vilo sobre la cresta de su propia penumbra.
II
Siente que van a surgir de golpe, concomitantemente, bajo la luz de un bombillo vacilante, cada una de sus sombras; que todos los pasos que ha dado, volverán a pasar por encima de su cuerpo y que recaerán sobre su roído saco de pensamientos, los zarpazos de siempre de sus dudas… es lo que llama “efecto bumerán”.
III
En la fugacidad intentaba aparecer nítidamente pero era la suma de sus ausencias; tachadura que huía por resquebrajaduras y orificios y cantaba o gemía en alguna de las innúmeras lenguas de la dispersión a medida que se desvanecía.
Quizá no hubiera estado hecho para aquel segundo; para todos los otros segundos de la eternidad sí… pero no para aquél: su corazón se plegaba y rasgaba como un papel en el que yaciera escrita con puño y letra de la muerte, la palabra “rendición”.
IV
¡Su pretensión, ah su vana pretensión, de que algo
tan abstracto como un pensamiento, una palabra,
pudiera conferirle cuerpo, peso, consistencia!
V
“Vas o vienes, sin ti, sin nadie: no eres
ni siquiera tu propia soledad”…
dice la canción.
Cruje la vieja grabación. En los surcos
del gastado vinilo, cigalas de otro tiempo
estridulan la escasa luz
mientras en el sucio cristal de una ventana
se deshace por enésima vez un rostro
garabateado entre oscuridad y más oscuridad.
VI
Una mano invisible acaba de desconectar el antiguo tocadiscos.
El silencio se pone a silbar una música que desfigura la mente.
A pocos pasos de ti, dentro de una curva cerrada del azar,
la muerte, semidesnuda, andrógina, te abre los brazos…
le ofreces tu corazón sin que te lo pida.
De DEMÓCRITO Y LAS FALENAS (inédito)
(despertar)
Con dormir solamente, no apareció lo perdido:
no resucitaron tus muertos, no mejoró el hombre…
aunque tampoco empeoró;
la botella continúa mitad vacía, mitad llena,
inconcluso el poema y la misma araña
cuelga de la consabida lámpara;
el niño de la fotografía pedalea aún su bicicleta nueva
frente a la soleada puerta de una casa.
Tu cabeza está en su puesto, entera su melancolía:
no se ha caído durante la noche ni rodado
bajo la pequeña mesa, que dicho sea de paso,
sigue en pie con su jarrón, sus rosas y su soledumbre.
I
Negro que remeda al silencio: el violeta oscuro de los higos
contra la ventana en la que bosteza el reflejo de un hombre desnudo.
También en la ventana, suspendido, tendiendo a confundirse
con las pulsaciones de la noche, el canto de los pájaros del último mediodía.
II
¿Qué hace toda la luz de la pasada mañana entre los higos de esta noche?
III
Borro los higos pero se vuelven a formar durante la madrugada…
eran de sueño: al amanecer me borran.
Pedro Rosa Balda (Manta-Ecuador). Reside actualmente en Ecuador tras haber vivido muchos años en Francia donde ejercía la docencia y la traducción. Es autor de los poemarios Veladuras, Editorial El Conejo, Quito, 2007; y Uves como cuervos, El Ángel Editor¨, Quito, 2013, traducido al francés por el poeta Rémy Durand. Formó parte de la Antología de Poetas Latinoamericanos de fines del siglo XX (Editorial Vericuetos, París-Francia, 1998). Sus textos han aparecido en varias revistas literarias, las publicaciones más recientes han sido en las revistas de poesía ¨Aurora Boreal¨ y ¨Les Carnets d´Eucharis ¨ . Se dedica también a la pintura y a la fotografía.
SOBRE LA OBRA DE PEDRO ROSA BALDA
En uno de los textos iniciales de este poemario profundamente original, Pedro Rosa Balda parece ofrecer al lector una clave. “… Pensar es justamente / poner el “ser” en duda”, escribe. Esta afirmación, o mejor dicho, esta intuición, despierta en el poeta una angustia existencial que va convirtiéndose en una obsesión según se van acrecentando las contradicciones aparentes, las constataciones fugaces o enigmáticas y los interrogantes que éstas engendran. ¿Para qué nacemos? ¿Cuál es la razón de esta existencia en un mundo sin certezas ni finalidades visibles? Y ¿por qué una mente lúcida tiene la impresión de “correr hacia ninguna parte” antes de su encuentro definitivo con la nada? Quien pretenda buscar en el espejo de la verdad su auténtico rostro, sólo hallará máscaras o dobles huecos y amedrentadores. La brevedad de la mayoría de los poemas de Veladuras confiere la violencia de un relámpago al efecto persuasivo de esta búsqueda . ~ Claude Couffon
En aquellos años, en los albores de la vida prácticamente, descubrí a James Dean. Recuerdo que asombrado observé al joven actor caminar entre las rieles de un tren, mientras se alejaba dando las espaldas a la cámara. En sus hombros había tristeza, la terrible derrota por la incomprensión de su padre. Se trataba de Al este del Edén, la película dirigida por Elia Kazan.
Años después, al observar un cuadro de Vicent Van Gogh, volví a experimentar el mismo desasosiego que causara Al Este del Edén. Allí estaba la mesa, estaba la cama y, en esa absoluta ausencia de personaje, la solitaria vida del pintor.
En este libro Uves como cuervos, el poeta Pedro Rosa Balda ha vuelto a encontrar esa misma presencia de la ausencia. Todo está dispuesto. Los versos, como rieles de tren abandonado, para que la noche camine dándonos las espaldas y cruja.
Para que todos seamos, como no siendo. ~ Iván Oñate