Hay que saber del silencio
Cuando la poesía es el puente
Sandra Beatriz Ludeña
Loja – Ecuador
Cuando la poesía es el puente, el tiempo es un mensaje que trae acertijos. Cuando corre se podría decir que nadie comprende las palabras de amor, es raro, pero mi amor se escribe con mala letra y es un anhelo que habla lenguajes inteligibles, que todos sienten, pero dicen no comprender en sus diferentes formas, mas, si alguien escucha desde dentro hay un misterio que habla el corazón.
Jugando a la mujer total mis versos tienen pintados los labios, aunque se cubran con abrigos de soledad. En las palabras de amor que he escrito, se sienten manos repletas de caricias y hay memorias de texturas inimaginables que se oponen al sentido de lo tangible, las percepciones son hojas de árboles que escapan a la exclusiva función del tacto, vuelan mundo abajo, caen suave, sin prisa, oponiéndose a la gravedad, como demostrando que en poesía se ama el mundo multiforme y todo es posible.
Con palabras de amor las piedras se estremecen de tanto mirar el cielo y, las hojas espinosas de la planta de Penco dicen comprender a los enamorados, que ya sin remedio para su aflicción, encuentran alivio inscribiendo en las carnosidades del fuerte arbusto, esa sentencia indestructible: “tú y yo”.
Si se trata de poesía, a veces se mira sin notar el límite y, se dice por ejemplo: he tocado cada fisonomía de los árboles y su verdor ha teñido las pupilas del ser amado; o el mar en su osadía le ha robado el azul al firmamento, por puro arrebato, qué ímpetu del arrogante, pues, ha escondido su verdadera razón en la rebeldía por lo imposible. En este caso, el amor lunar, el suyo, es una carta de fuego líquido.
Si se va por los escenarios poéticos se comprende que hay hermosura en las sombras y hay quien se queda extasiado, mirando como el pasto se oscurece con la caída de la tarde. Se comprende la razón del pronto adiós, la lluvia que brilla con los rayos del sol, celebra también un amor raro, después la lluvia deja un frío eterno, luego la tarde queda perenne en el corazón.
Que no sea otoño ni verano, no resta importancia para la poesía que es el puente, las palabras escapan al tiempo, al espacio, las flores del jazmín huelen en mí desde que me enamoré de ellas, a los seis años de infante, cuando recuerdo haberlas besado de pies a cabeza, o tal vez, fueron ellas quienes me besaron en septiembre, en esos días las nubes se vistieron de romance y abrieron las rejas de lo razonable, para descubrir la anatomía de una lágrima, que solo entonces era diferente a la tristeza.
Que no sea vida ni muerte lo que separa a quienes sentimos, pues cuando la poesía es el puente, hay notas que suenan sin concierto posible, un paisaje submarino se abre en la tierra, para mostrar mundos desconocidos y esto estremece, en la esquina de la nostalgia un abrazo rompe las distancias sin importar si es imaginable.
Y se ve claramente que sabe el universo encerrarse entre manos, cuando la poesía nos atrapa, allí nos sostenemos en su amor líquido, que ancla perfectamente entre los dedos, pero hay que saber de la fuente, hay que saber del silencio y hay que descubrir las notas de esa melodía que resuena en el fondo, como un himno de quienes amamos la poesía.
Y más profundo, los intentos de salir del dolor declaran que el amor es cierto, que los ojos son completamente inútiles para distinguir entre lo posible e imposible. La existencia misma aferra al dolor su sentido, por haber amado.
Antes que aprenda a amar de esa manera, llegó a mí algo suave e indestructible, algo tangible como nada podría serlo y cuando lo palpaba, a veces entre emociones, sabía separarlo de la maleza del sentir. En ese entonces era solo una principiante que recogía flores del huerto, sin importar si eran de alfalfa, diente de león o de pena, pena, la tumba siempre estaba allí para conmoverme. Así se hacía poesía de párvulos sin letras, sin signos, sin formalidades que enmarquen lo que es sentir.
En realidad, la poesía es fuerza y luz de algo que se ignora, el poeta mayor la dirige y puede posarse entre margaritas o entre espinas y razones, cuando se la siente nos da felicidad y a veces, al contrario, es melancolía, una fragancia que da calma, una luz que toma de la mano y salva, en esos niveles es amor interno.
Cuando la poesía es el puente, nos sentimos atraídos y, aunque lejana a posiciones pragmáticas de política o economía, a pesar de no dejar rastros en los estantes del consumo, en el corazón se activa su código, por todo esto, tiene un valor inconmensurable, y así es suficiente para la vida.