ENSAYO SOBRE EL LIBRO ‘POESÍA TEOLÓGICA’
DE LUIS CRUZ-VILLALOBOS

El poeta y académico argentino Luis Maggiori, se detiene a reseñar una de las obras más significativas del poeta y psicólogo chileno Luis Cruz-Villalobos, ‘Poesía Teológica / Theological Poetry’, cuya primera edición fue publicada en 2015 y prologada por el destacado filósofo norteamericano John D. Caputo.

El previo estudio de la obra que nos ocupa nos insta, antes de comenzar con el análisis de la misma -el diálogo que con ella estableceremos- a precisar tres conceptos que, a nuestro entender, son la génesis y, a su vez, los pilares, sobre los que se erige esta Teopoética. Porque debemos afirmarlo ya desde el inicio: este libro no solo es un objeto estético sino, además, una forma de conocimiento, una episteme que, por cierto, no es nueva porque si hablamos de ciencia sagrada tradicional lo que llamamos conocimiento se va a vincular estrechamente con la palabra recordar, es decir: un volver a tomar contacto con lo que uno ya posee y que descansa, tiene su sede, en un corazón[i] no solo sintiente, sino pensante. Y porque el autor de este trabajo ha hecho su camino y está en condiciones de recordar es que toma la decisión de apropiarse del aparato formal de la enunciación y crea un enunciador que va a tener por propósito transmitir conocimiento utilizando como registro lingüístico la dimensión estética de la palabra. Y porque esta prerrogativa se cumple es que Luis Cruz-Villalobos puede hablar en poesía, es decir: en el lenguaje de los pájaros.

El primer concepto nos lo brinda el escritor argentino, Leopoldo Marechal, en su libro Adán Buenosayres, no sin antes realizar la salvedad que lo que va a afirmar lo hará refiriéndose al orden de la creación, no al de la redención, y es el siguiente: “Todo artista es un imitador del Verbo Divino que ha creado el universo; y el poeta es el más fiel de sus imitadores, porque, a la manera del Verbo, crea ‘nombrando’ “. En este orden de pensamiento la voz de Luis Cruz-Villalobos no será la del editor, ni la del intelectual académico sino la del poeta; ese es el registro, esa es la vestidura.

El segundo se refiere a la denominación que la tradición le ha dado al lenguaje poético: el lenguaje de los pájaros. Parafraseando al metafísico galo René Guénon, en sus estudios sobre simbología sagrada, podemos explicar que lo que se denomina lenguaje de los pájaros o lengua angélica tiene como imagen, en el mundo, lo que llamamos lenguaje rimado o ciencia del ritmo, la poesía, es decir: la forma de expresión que se utiliza para comunicarse con estados superiores. Por ello, también, se la ha denominado lengua de los dioses. En latín los versos se llaman carmina. Y esa palabra, carmen, está estrechamente relacionada con el vocablo sánscrito karma. Y si bien su significado es, simplemente, acción, no resulta arbitrario decir que estamos hablando de acción ritual. Por ello al vate se lo denomina el intérprete de la lengua sagrada. Y es, entonces, en este sentido que el libro que vamos a abordar no solo nos va elevar el alma por causa de la belleza, sino que, también, nos va a instruir a un nivel muy sofisticado de aprendizaje, nos va a comunicar, aunque suene paradójico, lo inefable.

El último de los conceptos se vincula con la idea de que para tener una voz enunciadora que hable poéticamente porque ha elegido ese registro de lengua, no queda otro camino que abandonar la lógica discursiva, la lógica gramatical y abandonar el entendimiento tal como lo conocemos. No es un paso tan abismal como emplear un koan zen[ii] porque, a un cierto nivel, se debe comprender, pero sí hay que decir que, en el paso de la materia prima a la materia segunda, en la creación poética, no debe intervenir en absoluto la razón reduccionista, sino –en términos de la ciencia de la Kabaláh- lo que se denomina un entendimiento con sabiduría. En relación con los atributos del Árbol sefirótico[iii] (Árbol de la Vida), y más precisamente aquellos que se encuentran en nuestra cabeza, decimos que se produce un maridaje entre el hemisferio cerebral derecho (la esfera de jojmáh), cuyo atributo es la sabiduría, y el izquierdo (la esfera de bináh), cuyo atributo es el entendimiento. Padre y Madre, respectivamente, engendrarán un hijo, Daát (conocido en otras tradiciones como el tercer ojo). Y desde este templo, esta fuente, será desde donde se hable, porque ya se es sabio con entendimiento y se entiende con sabiduría. En otras palabras: se logra oír lo visto y ver lo oído. Esta es la cualidad que se ha conquistado para lograr escribir un libro de esta naturaleza.

La presente obra, en su concepción primera, es decir, sin contemplar el riguroso prólogo que la interpreta, se estructura en tres partes. La primera: Eroga Tau[iv]: Escampe del poeta maldito. La segunda: Haikus del cielo. La tercera: Dios mendigo: Teografías. A su vez, cada una estas partes contiene dentro de sí un minucioso desarrollo, subdividido por temáticas, que son muy ordenadoras y, a la vez, una forma de cortesía para con el lector.

La primera parte comienza con el capítulo (los llamaremos arbitrariamente de este modo: capítulos) El poeta maldito. Este título nos recuerda a uno de los cuatro rabinos que entraron al Pardés[v] (huerto, jardín, del conocimiento), el que se volvió un hereje porque no pudo dialectizar en su mente y en su corazón la luz que en ese lugar había (solo uno entró y salió en paz, Akiva; otro enloqueció y un cuarto murió fulminado). Y en este transitar de la oscuridad a lo diáfano, quien escribe nos dice de este poeta maldito: “[…] soñoliento endemoniado/ Poseído por pasiones humanas” (IV); “[…] Se había acabado tu paz/ tu pequeña luz de hombre /no brillaba […] y los poetas malditos/aunque tienen manos de niño/ No son más/ -ni menos-/ que árboles viejos” (V); “[…] te vi escribiendo con una pluma negra/ tus negros poemas” (VI); “[…] Maldecías tu alma y al Cielo/ que pensabas/ que no tenía un nombre para ti” (VII); “ […] Eroga Tau/ Poeta maldito/ De tus manos salieron/ flores mustias” (X).

El segundo capítulo, El poeta, nos habla de una luz que lo comienza a iluminar. Todavía no es la luz del sol, es la que refracta la luna, una forma de conocimiento no directo – per especulum, diríamos-, muy precaria todavía: “[…] y la luna/ te besó los labios/ y las estrellas/ te llamaron amigo” (I). El texto también nos dice que el poeta comienza a subir la montaña, es decir, está trepando por el eje axial del universo hacia los estados superiores del ser, está elevándose en su propio Árbol de la Vida (de maljut: reino, a kéter: corona; podríamos decir: de los pies a la coronilla). Está en un proceso de afinación de su fuerza, de su corazón y de su mente: “[…] Mas allí estabas por fin/Trepando tu oscura y triste quebrada” (III). Esta actitud de Eroga Tau le hace decir al poeta: “[…] ¡Canto con alegría a tu miseria! / A tu maldita existencia anterior” (V). En un momento afirma: “[…] Tus ojos eran dos lámparas/que el cielo encendía lentamente” (VIII). Este pasaje es muy importante porque uno entra a la vida por un ojo y se va por un ojo. Y lo que uno ve es lo que es. En este sentido Eroga Tau comienza a ver con claridad, a entender. Su antigua miserabilidad comienza a desaparecer: “[…] Tu antiguo amor cojo y deforme/ comenzaba a transformarse y a encontrar/ su ser verdadero” (XII). Eroga Tau comienza a llorar: “[…] Y volviste a llorar/ Pero no como antes/ llorabas maravillado de tanto amor/ De tanto misterio” (XX). Pero llora de alegría y regocijo porque ha encontrado el camino, ha encontrado al Redentor: “[…] Arrepentido con el corazón abierto/ Dispuesto al encuentro con la mañana/ Creíste en el Hijo/ y pediste que se sellara con su Espíritu/ hasta el último día (XXII)”.

El tercer capítulo, El poeta bendito, es una prosecución de este peregrinaje, de la oscuridad hacia la luz. El poeta le canta: “[…] ¡Eroga Tau! / Por fin tu aurora/ Por fin tu amanecer hermoso/ Y el adiós a tu miseria” (I). Ya el viento del espíritu, el ruaj[vi] lo toca: “[…] Eroga Tau/ Tu corazón se ha llenado/ del viento infinito/ del viento eterno”. (II). Se ha producido en él una metanoia y esta revolución interior la revela su lenguaje; su logos ha cambiado: “[…] Poeta bendito/ Hoy tus versos son lanzas/ Balas y saetas/ llenas del amor sincero/ que Cortan y penetran/ incluso causando dolor/todas las entrañas/ Curando las heridas/ Reviviendo lo muerto”. (V). Y así como la flor de loto nace del agua y el barro y se convierte en una bellísima flor, Eroga Tau hace florecer, desde su miseria, la luz con la que, inclusive, ilumina a otros: “Poeta bendito florecido/ Lleno del néctar de Dios/ ¡Qué hermoso eres hoy! / con tus labios renovados […] Hoy iluminas/ incluso el camino de otros” (XII).

En el cuarto capítulo, Poemas del Monte de Eroga Tau, encontramos al poeta, a la manera de Jesús, el Cristo, en su sermón de la montaña reeditando ocho bienaventuranzas. Eroga Tau puede realizar esta tarea porque se encuentra en el cenit de su evolución espiritual y el haber conquistado este estado le da autoridad parar hablar. Elige dedicar sus primeras palabras a los pobres de espíritu para, luego continuar con los demás: “[…] Porque nada tienen/ y pueden mirar al Cielo/ y esperar todo de él” (I). Los que lloran y se lamentan: “[… Porque dejarán su llanto/ y mirarán al Cielo/ Ya sin sus manchas en el alma/ Ya sin su antigua miseria” (II). Los mansos: “[…] Porque heredarán la tierra/ La nueva tierra/ y la morarán felices mañana/ Y todos bajo el amparo/ del gran Pastor de las ovejas” (III). Los que tienen hambre y sed de justicia: “El hambriento/ tendrá el pan de cada día/ Pan de vida y justicia/ El sediento/ beberá del agua más pura/ Agua de vida y justicia” (IV). Los misericordiosos: “[…] Porque ellos/ Cuando llegue el día exacto/ y la hora final/ recibirán sobre sus cabezas/ la mayor misericordia” (V). Los de corazón limpio: […] Dichosos/ Porque verán a Dios/ desde aquel día que ya viene/ hasta el fin de los tiempos” (VI). Los hijos de la Paz: “[…] Ustedes que han respirado/ y respiran eternamente/ el oxígeno divino/ -paz que el mundo no da- “(VII). Los perseguidos: “[…] ¡Alegres/ Alegres y Alegres! / Los perseguidos/ que humildes como palomas/ y astutos como serpientes/ Van con paso firme/ delante de sus perseguidores/ que quieren opacar su luz (VIII).

Hay un posludio a estas bienaventuranzas. En este pasaje la buena tierra –en clave de parábola- son los corazones y los cerebros de aquellos que están receptivos para desarrollar la semilla que el sembrador les ha dejado. Y lo dicho se puede sintetizar en los siguientes versos: “[…] La Buena Tierra/ son los bienaventurados/ Son los eternos hijos del Señor”.

El quinto capítulo, El escampe final, ya nos ubica a Eroga Tau en el mundo venidero, un mundo en donde todo es armonía y ya no existe el dolor ni la carestía: “[…] El poeta bendito/ Abrió los ojos/ y, por fin, se pudo percatar/que el mundo/ -el nuevo mundo-/ era hermoso” (I). Pero para llegar a él hay que realizar una vez más la metamorfosis tantas veces transitada: oruga-crisálida-mariposa. El poema nos dice: “[…] Hasta su alma/ por vez primera parecía/ lo que siempre debió parecer/ una mariposa” (II). Llegado a este punto, no sería desacertado afirmar que Eroga Tau ha dejado de ser un poeta para transformarse en un tzadik, un justo. En términos de lo que expresa este recorrido, podemos decir que el personaje poeta ha trascendido el lenguaje. Se encuentra en el maravilloso mundo de lo inefable porque, ahora sí, lo ilumina la luz del sol. Se ha salido de la dualidad y tiene un conocimiento inmediato, de las cosas: está en comunión directa con el Árbol de la Vida.

La segunda parte, que se denomina Haikus al Cielo, está en consonancia con la primera parte en el sentido en que vemos un rostro que mira hacia lo alto, y que la aspiración al Reino de los Cielos es tomada, como punto de partida, desde una existencia que se encuentra anclada en este estado de manifestación, que llamamos el reino de este mundo. Pero solo vamos a poder ascender si comprendemos que este nadir está hecho de los mismos elementos que uno. Y en este orden de pensamiento las palabras humus (‘tierra’), humanus (‘ser humano’) y humilis (‘humildad’) se volverán una y la misma.

La elección de una forma poética como el haiku, cuya temática está íntimamente relacionada con la naturaleza y los ciclos de las estaciones, en donde el ser humano reina por sobre lo mineral, lo vegetal y lo animal, es muy pertinente en esta obra en que la fuerza de lo ascensional -que se ve expresada en las metáforas de la montaña y el árbol- lo conduce a Ianua Caeli (‘la Puerta del Cielo’).

El índice temático de esta segunda parte nos habla de trece temas, cada uno ilustrado con su correspondiente corpus de poemas. Por ello nos vemos obligados –dado que abordar con minucia el análisis de cada uno de estos apartados excedería los límites de este trabajo- a tomar una decisión: mencionaremos el capítulo, escogeremos un solo poema y realizaremos un brevísimo comentario. Pedimos disculpas al lector por la arbitrariedad de estas elecciones y lo invitamos a recorrer con detenimiento la riquísima variedad de enfoques que estos temas han despertado en el autor:

  1. HAIKUS A YHWH: “Yo te amo/ En medio del otoño/ con amor en flor” (15). Cuando se vive una primavera interior se trasciende el ciclo de las estaciones.
  2. ORAR: “Orar/también es guardar/ silencio” (5). El silencio es el repliegue (tzimtzum[vii]) que hace uno para que el otro pueda habitar en nuestro mundo. Para que se produzca el encuentro.
  3. AMAR: “Amar/ es olvidarse de la miseria/ del otro” (15). El Maestro Po, célebre personaje de la serie televisiva Kung Fu, en el capítulo El pistolero le dice a su discípulo Kwai Chang Caine lo siguiente: “Mira a los buenos como buenos y a los malos como buenos porque tú eres lo bastante bueno. Confía en los hombres de palabra y en los mentirosos porque tú eres lo bastante puro”.
  4. PAZ: “Paz/ Ojos/ limpios” (20). Hay que dejar de ver con el ojo de la carne y ver con el ojo del espíritu. Como ha dicho el Maestro kabalista Ione Szalay: “Que los ojos no sean la tumba de la persona”.
  5. ESPERA: “Espera/ como la obra maestra/ en la roca” (6). Las cosas tienen su tiempo y su curso. La ansiedad por el ahora, la pretensión de control es falta de fe en la Obra de Dios. Hay que ajustar la voluntad personal a la voluntad del Supremo.
  6. ALEGRÍA: “La alegría/ no pronostica/ el tiempo” (12). Estar en estado de alegría es estar en el presente, es poder decir Hineni (‘heme aquí).
  7. LUZ: “Luz de mi propia vida/ Que me mostraste mi rostro/verdadero” (5). Llegar a un grado de conciencia acrecentada es salir de la máscara.
  8. DESPUÉS: “Después/ Seremos como ramas/ Del mismo árbol” (14). Una persona golpea la puerta de una casa en la montaña y del otro lado preguntan: “¿Quién es?”. Entonces el visitante responde: “Yo”. Y desde dentro de la casa le dicen: “Aquí no hay lugar para un ‘Yo’. Vuelve y sigue trabajando”. Pasan los años y, después de muchos ejercicios de índole física y espiritual la persona regresa a la casa y ante la pregunta de quién es, responde “Tú”. Entonces una voz suave le dice: “Pasa. La puerta siempre ha estado abierta”.
  9. ALGO QUEDA: “Algo queda/Como un beso suave/ Sobre la frente” (7). Como dice la sabiduría popular: “Lo que quedará es lo que habremos dado”.
  10. SALMOS VISUALES: “Yo soy tu creación/ Parte privilegiada de tu obra/ Que se ve a sí misma” (11). Esa “parte privilegiada de tu obra” es esa chispa en el corazón, que tiene todas las características del grano de mostaza.
  11. HAIKUS CONTRA IMPRECISIONES: “La muerte/ en danza continua contra/ la existencia” (2). Cierta vez le preguntaron al escritor Jorge Luis Borges qué era la muerte, y él respondió: “Una vida vivida”.
  12. LÁGRIMAS: “Una lágrima/ Nos recibirá cuando/ Nos lloren” (7). Cambian los actores, pero la puerta que se cierra y la que se abre es la misma.
  13. INNEGACIONES: “No puedo negar/ Que la vida es obstinada, Siempre” (3). “Una humilde florcita nace entre el cemento de una estación ferroviaria abandonada. Es el poder de lo blando” (la autoría es de quien escribe esta reseña)

La tercera parte de esta obra se denomina Dios mendigo: Teografías. Es menester, antes de iniciar el análisis de esta última parte, realizar dos apreciaciones, una para cada título.

Cuando leemos “Dios mendigo” nos resulta imposible no recordar las palabras del Maestro Jesús:

“[…] Porque Yo tuve hambre, y me disteis de comer: tuve sed, y me disteis de beber: era peregrino y me hospedasteis: estaba desnudo, y me cubristeis: enfermo, y me visitasteis: encarcelado, y vinisteis a verme y consolarme. A lo cual los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos nosotros hambriento y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino, y te hospedamos; desnudo y te vestimos? O ¿cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y fuimos a visitarte? Y el rey, en respuesta, les dirá: En verdad os digo, siempre que lo hicisteis con alguno de estos mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis.” (Mateo 25:35-40)

Toda esta primera parte, que se denomina Preludio, enfatiza en la figura de nuestro Salvador Jesucristo representado en cada uno de los necesitados de este mundo: en los locos y los pobres que se encuentran en las escalinatas de las catedrales, en los mendigos, en los enfermos, en los niños que mueren en las guerras, en los viejos, en los que padecen deformaciones físicas, en el simple ser humano de a pie, por citar algunos ejemplos.

Por un lado, esta humanidad nos recuerda las palabras de Tomas Eliot que, en sus Cuatro cuartetos, afirma: “Nuestro hospital está en la tierra entera” (East Coker). Y este mundo lleno de gente expósita, carente de todo, nos interpela en lo más profundo de nuestro corazón. Nos pone a prueba en relación con si el deseo natural de recibir que todos tenemos lo podemos transformar en el deseo de dar. Por el otro, recordemos que Emanuel Swedenborg nos alerta, en su relato Un teólogo en la muerte, que hubo un teólogo que creía que la caridad no importaba y que para llegar al Reino de los Cielos bastaba con la sola fe. Pues terminó siendo un sirviente de los demonios, una vez que abandonó este mundo.

La otra palabra teografía nos habla de teo (‘Dios’) y grafía (representación escrita de un sonido o una palabra”’). Solamente por el momento diremos que, si bien a Dios no se lo puede ver en su rostro (pensemos en Moisés y el episodio de la zarza ardiente), todo lo que existe en este mundo es, aunque parezca una paradoja, una epifanía. Esta reflexión nos lleva un tema que está tratado en Posludios y que involucra el dolor que implica aceptar ciertas cuestiones relacionadas con las injusticias humanas. Por el momento solo decimos que una epifanía es sencilla de ver en el espacio (aparición de la Virgen María, por ejemplo) pero compleja de percibir en el tiempo. Borges ha dicho en Inferno, 1, 32, de su libro El hacedor: “[…] porque la maquinaria del mundo es harto compleja para la simplicidad de los hombres”.

De este “Preludio” escogeremos algunas de las representaciones del Señor en la Tierra.

En el poema A la puerta de la catedral se nos cuenta que Dios, disfrazado de mendigo, terminó muriendo de hambre y de frío en las escalinatas de una catedral y que cuando Dios resucitó “se fue a refugiar a otra parte/ Cuentan que vive feliz por estos días/ en una carpa de gitanos cerca un puerto”.

El poema Inhalando tolueno nos recuerda la pobreza indecible de los niños de puerto Talcahuano. Dios se recuesta con los niños, que esa noche no padecen a los sodomitas “Pero Dios esa noche/ se sobresaltó con pena y pudor/ De frío y de hambre/ Incluso se le descubrió inhalando/ aquella sustancia milagrosa/ que lo alejó unos minutos/ de la miseria”.

El poema Taxista nos habla del bien que le podemos hacer a la humanidad si realizamos nuestro trabajo con amor. Y, específicamente, apunta a la característica de la palabra como salvadora, como semilla que germina en los corazones de las personas: “Así Dios/ salvó muchas vidas/ pues cada día/ dejaba una semilla/ sencillamente/ en los corazones de sus pasajeros/ quienes le respondían/ por lo general/ con una sorprendida sonrisa/ de gratitud; ante el obsequio inefable/ de aquel lapsus de misteriosa paz”.

El grito de alerta, de desesperación, del poema El ‘Dios’ Guerra, dedicado a los niños de Medio Oriente, que nos interpela: “Mientras Dios/ El único y verdadero/ se vestía de niño/ Mefistófeles se puso su traje de luces de neón/ y se fue a seducir por la tierra […] arrojaron el misil exacto/ justo por la chimenea/ (ya se elogiarían a sí mismos/ por tanta puntería)/ e hicieron volar en pedazo los cuerpos/ de todos los niños y niñas/ que aquel día/ se ocultaban allí del infierno/ y que no entendían/ ni entenderán por la eternidad/ toda la guerra”.

El apartado concluye con el poema Su hora, que nos habla del afán del bajísimo que quiere que Jesús se salve y se baje de la cruz para que el Plan Divino no se cumpla. Por eso pone en boca de otros la exhortación aquella que, si es el hijo de Dios, pues que llame a una legión de ángeles para que vengan a asistirlo. Pero Jesús, en su muerte y su resurrección, triunfa: “Dios-Cordero/ venció con su muerte/ Cubrió el abismo/ Triunfó sobre su última tentación/ muriendo/ Como la semilla que cae en tierra/ parar luego renacer/ y traer mucho fruto de vida nueva y eterna/ para todos los que lo acogen/ con fe/ esperanza y amor”.

Como ya adelantamos al iniciar el análisis de esta tercera parte, Posludios nos habla acerca de lo escandaloso que es el tormento y la muerte de un niño (de cualquier adulto, también, pero más insoportable es saber que esa calamidad le sucede a un niño). El episodio acontece en el campo de concentración de Auschwitz en el que dos hombres y un niño, judíos ellos, son ahorcados ante la presencia de los presos. Pero el niño tarda en morir y como el tormento no se puede soportar alguien grita: “¡Dónde está Dios!”. Y, tal vez, ninguna, absolutamente ninguna, respuesta sea convincente. Pero sí sabemos que Jesús llora por el sufrimiento de sus semejantes y que esas lágrimas, acaso, ya podrían ser una respuesta.

Para concluir este trabajo, queremos retomar lo apuntado en la introducción en la que hacemos referencia a que esta obra es mucho más que un objeto estético. Esta obra está concebida con la idea de que ciertos conocimientos solo pueden ser transmitidos en un lenguaje simbólico y poético, como es este caso. Y en este orden de pensamiento queremos resaltar lo que las páginas de este libro trasuntan: el grado de compromiso que Luis Cruz-Villalobos tiene para con el conocimiento de la Ciencia Sagrada, por un lado, y para con el lenguaje con el que expresa su contenido, por el otro.

La relación que establece con su contenido se manifiesta cabalmente en la sintonía que el autor de este libro tiene para con la tradición. Puntualmente decimos que existe toda una elipsis implícita que nos remite, sin duda, a la tradición de la mística cristiana. Por ejemplo: a San Juan de la Cruz y su Noche oscura del Alma lo vemos dialogando (aunque el texto de Cruz-Villalobos no hable específicamente de las vías místicas: la vía purgativa, la iluminativa y la unitiva) con la primera parte en la que el poeta Eroga Tau logra la santidad: sale de su propio barro y llega a ser blanco como una flor de loto. Específicamente la figura de Jesucristo y su enseñanza -aunque pregna todo el libro- se focaliza y encarna en los escritos de la tercera parte, Dios Mendigo: Teografías. Y la segunda parte, Haikus del Cielo, une a las otras pulsando la cuerda de la naturaleza que nos habla de la metáfora del hombre-semilla, y quees la siguiente: la semilla es un árbol en potencia, pero para poder desarrollarse y convertirse en lo que está destinada a ser deberá permanecer un buen tiempo en la oscuridad del humus de la tierra hasta que sea su kairós y, entonces, saque un cabito que, luego, será una pequeña planta hasta convertirse en un árbol en cuyas ramas se posarán los pájaros. Es decir, que para poder ver el sol y realizar el proceso de la fotosíntesis, la semilla debió pasar una buena temporada en el infierno. Pues, así como la semilla, el ser humano.

Y, en relación con el lenguaje, decir que su poesía es sencilla, pero profunda, a la vez. Y que en ningún momento se ve rasgo alguno de barroquismo, en el sentido de utilizar el lenguaje para realizar un mero juego con él y demostrarle al lector la destreza gramatical y con ello la inteligencia que la está operando. Más bien es un libro escrito con humildad (no me extrañaría si el autor me confesara un día que lo escribió pidiendo permiso a lo alto), es decir, no antepone su yo al lenguaje.

Finalmente, destacar la valentía de este escrito que es, en los tiempos que corren, en el que nadie le dedica un triunfo personal o le agradece en público a Dios alguna cosa de su vida, una maravillosa y rara avis. Y no podía ser de otra manera cuando se está hablando en el lenguaje de los pájaros.

Luis Maggiori
La Plata, Argentina, febrero de 2025.

[Si desea adquirir una copia en papel de la última edición del libro Poesía Teológica / Theological Poetry, puede acceder a los siguientes links: español / inglés.]


Luis Maggiori (Tandil, Buenos Aires, 1964), poeta, narrador y ensayista argentino. Reside en La Plata, ciudad en cuya Universidad Nacional se recibió de Profesor en Letras. Actualmente, se desempeña como docente en las facultades de Bellas Artes y Periodismo y Comunicación Social de la UNLP y en colegios de enseñanza media. En 1997, fue distinguido con el Premio “Joaquín V. González” a la excelencia académica. También es poeta, narrador y ensayista. Su obra publicada comprende los siguientes libros: La partida (poesía, U.N.C.P.B.A., 1997), El amor navegante (novela, Hespérides, 2005), El sofista (novela, Hespérides, 2007); Los frutos del Árbol Real. Diez ensayos sobre literatura y Kabaláh (ensayo, edición del autor, 2010) y Los días y las flores. Canto espiritual para la Cuenta del Omer (poesía, Hespérides, 2016). Algunos de sus poemas fueron incluidos en diversas antologías; entre ellas: Poesía Argentina de Fin de Siglo (Editorial Vinciguerra, 1996) y Poesía, 36 autores (La Comuna Ediciones, 1999).


 

Notas:

[i] “Corazón”: del latín ‘cor-cordis’. En este sentido el vocablo recordar se emparenta con la palabra corazón y tiene por significado volver a tomar contacto con ese saber que encuentra su sede en el corazón –también llamado la estación divina-, órgano cuya expresión y cenit de la inteligencia es “la intuición intelectual”. Por una cuestión relacionada con el avance del racionalismo, a partir del siglo XVII, se ha cristalizado la idea de que el cerebro es, exclusivamente, la sede del entendimiento y el corazón, la del sentimiento. Pero el simbolismo del “sagrado corazón de Jesús” nos habla de otra cosa: los rayos rectilíneos simbolizan la luz, la verdad, el conocimiento; y los rayos ondulados, el calor, el amor, el sentimiento. Esta es la doble naturaleza del símbolo del corazón en la tradición sagrada.

 

[ii] Un koan, en la tradición zen, es un problema que el maestro le plantea a su discípulo para comprobar sus progresos. La mayoría de las veces se presenta como un problema absurdo, ilógico. Y esto obliga a que el estudiante renuncie al pensamiento racional e indague en otros terrenos (la creatividad, la intuición, por ejemplo) y acreciente su conciencia. Posiblemente el koan más famoso es el que dice: “¿Cuál es el sonido que produce una sola mano al aplaudir?”.

[iii]     En la mística hebrea el Árbol de la Vida o Árbol Sefirótico es un programa destinado a explicar las leyes que rigen a este universo y al hombre como parte de él. Esta metáfora, que explica, a escala macrocósmica, el funcionamiento del mundo y, a escala microcósmica, la interioridad y exterioridad del ser humano, consta de diez sefirót (esferas) que son emanaciones de la Divinidad. Por lo tanto, este modelo sobre el que el hombre debe trabajar –estudiando, meditando y actuando- se presenta como un mapa de su propia liberación; libertad que se concretizará en tanto y en cuanto ajuste su propia voluntad a la voluntad del cielo.

[iv] Esta palabra, “Tau”, posee un significado simbólico muy importante y resulta muy pertinente para explicar el proceso de iluminación y santidad de este personaje, Eroga Tau. La palabra “tau” es el nombre   de la última letra del alefato hebreo (la “tav”), su valor numérico es 400 y, conceptualmente, significa la confianza en Dios que permite entender la realidad trascendente. La encontramos mencionada en el Antiguo Testamento, en Ezequiel 9:4: “Y díjole el Señor. ‘Pasa por medio de la ciudad, por medio de Jerusalén, y señala con la letra tau las frentes de los hombres que gimen y se lamentan por todas las abominaciones que se cometen en medio de ella’”. La tradición cristiana ha asociado esta letra a la figura de Cristo en el sentido que Él encarna la representación de la salvación y la victoria sobre el mal. Tal es la asociación que se realiza de la letra con la figura de nuestro Redentor que hemos podido chequear en diferentes biblias que el término “tau”, se sustituye en otras traducciones por “señal” y hasta por “cruz”.

[v] En la tradición kabalista el pardés es, por un lado, una metáfora del jardín del conocimiento, y, por el otro, un acrónimo que explica los cuatro niveles de lectura que debemos emplear a la hora de analizar textos sagrados, a saber: P: PESHAT (literalidad); R: REMÉZ (alegoría, metáfora); D: DERASHÁ (simbolismo); S: SOD (secreto, sentido místico).

[vi] “Rúaj”: alma, aliento, soplo.

[vii] En términos de la sabiduría de la Kabaláh, el tzimtzum es la contracción, la retirada de Dios en sí mismo, su retraimiento. Y porque Dios se contrae a sí mismo es que hace posible la existencia de algo que no sea lo infinito.

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