¡Frida!
UN POEMA DE BONNIE WEHLE
¡FRIDA!
Por qué insisten en llamarme
la señora de Diego Rivera,
la esposa del gran muralista,
como si yo no existiera,
como si yo no tuviera identidad lejos de él.
Algunos días me pregunto si la tengo.
***
En el mercado
rastreo los pasillos enredados
con mi vestido de tehuana,
mis largos pendientes me anuncian.
Saludo a todos los que veo,
artesanos, tenderos,
extraños, un gesto con la mano,
un anillo en cada uno de mis dedos,
mi pelo trenzado con listones,
festoneado con flores.
¡Son muchas las miradas que recibo!
Adoro la música del mercado, sus balbuceos y sus risas,
su perfume de lilas, especias, pan recién horneado.
Cargo mi cesta con calabacitas,
tomates, aguacates, nopalitos,
tortillas de maíz, queso fresco
-ingredientes para nuestro almuerzo
y para pintar un pequeño melón-.
Me detengo en el puesto de confiterías, el chocolate
mezclado con canela y almendras trituradas,
mi favorito.
El chocolate simple no me basta.
Selecciono algunas partes rotas,
como mi cuerpo, mi corazón.
Todo lo entero es mi amor por Diego.
Lo que él me devuelve no es suficiente.
***
Mis estantes llenos
con los bebés que no puedo tener.
Muñecas -baratas, caras, de papel maché, chinas,
dos de París, antiguas,
sus cabezas sueltas se inclinan hacia un lado.
Entre dos muñecas de trapo, un frasco de formol,
un feto humano-
no preguntes de dónde.
En la mesa, una casita llena de muebles miniatura,
y una cuna estéril junto a mi cama.
Tantas pérdidas,
Diego ya no viene.
Basta. Basta me digo.
Lleno el vacío de mi corazón con monos, perros, loros,
pinto imágenes de embriones,
tan a menudo yo -mi sangre-.
Puedes llamarme surrealista, como el Señor Dalí,
pero siempre pinto la verdad -mi verdad-
aunque me gustaría ver a leones salir de la estantería
y no a libros.
***
Hay poca diferencia entre el amor
y el arte,
entre lo que apasiona y enloquece.
La locura es amarilla, de eso estoy segura.
La casa de Van Gogh en Arles, amarilla.
La mía es de azul, profundo e intenso.
¿Para la tristeza?
No, para la pureza.
Pero el negro, el negro
es nada y todo.
El negro es para agujeros, vientres vacíos,
bordes negros, ánimos negros.
Manchas de tinta negra, la sangre menstrual
que cada mes me recuerda a mis niños no nacidos.
En mi cuaderno de bocetos,
tanto se resume en negro
enjaulado
por amor y sufrimiento,
abundante sufrimiento.
Todos esos autorretratos.
Todos esos pies y piernas incorpóreas que dibujo
para cortar lo que hiere.
Lienzos que no pueden
sentir el dolor.
El trabajo de Bonnie Wehle ha sido publicado en revistas impresas y digitales. Ha participado en talleres de poesía en Estados Unidos y México. A ella le gusta especialmente escribir narrativa y poemas personales con sujetos femeninos. Bonnie vive en Tucson, Arizona, donde se desempeña como docente en el Centro de Poesía de la Universidad de Arizona.
(Traducción por Ana C Blum)
A POEM BY BONNIE WEHLE
Frida!
Why do they insist on calling me
Mrs. Diego Rivera,
the great muralist’s wife,
as if I am no one, as if
I have no identity separate from him?
Some days I wonder if I do.
***
In the marketplace,
I track through tangled aisles,
in my Tehuana dress—
my gangling earrings announce me.
I greet everyone I see,
craftsmen, shopkeepers,
strangers, I wave,
a ring on each of my fingers,
my hair braided with ribbons, festooned
with flowers.
The looks I get!
I relish the market’s music of babble and laughter,
it’s perfume of calla lilies, spices, freshly baked bread.
I load my basket with calabacitas,
tomatoes, avocados, nopalitos,
corn tortillas, queso fresco—
ingredients for our lunch,
and—to paint— a small melon.
I stop at the confectioner’s stall—chocolate
mixed with cinnamon and crushed almonds—
my favorite.
Plain chocolate is not enough.
I select some pieces, broken,
like my body, my heart.
All that’s whole is my love for Diego.
What he returns is not enough.
***
Cluttering my shelves—
the babies I can’t have.
Dolls—cheap, pricey, papier mâché, Chinese,
two from Paris, old fashioned,
their loose heads tilting to one side.
Between two rag dolls, a human fetus
in a jar of formaldehyde—
don’t ask from where.
On the table, a tiny house stuffed with tiny furniture,
the empty crib of my barrenness beside my bed.
So many losses,
Diego doesn’t come anymore.
Basta. Enough, I say.
I fill my heart’s void with monkeys, dogs, parrots,
paint images of fetuses,
and myself, so often myself—and blood.
You may call me a surrealist, like Señor Dali,
but I always paint the truth—my truth—
though I would like to see lions come out of that bookshelf
and not books.
***
To me, there is little difference between love
and art, between passion and madness.
Madness is yellow, I am sure of that.
Van Gogh’s house in Arles, yellow.
Mine, blue, deep and intense.
For sadness?
No, for purity.
But black—black
is for nothing—and everything.
Black is for holes, empty wombs,
black borders, black moods.
Black inkblots, the menstrual blood
that each month reminds me of my unborn babies.
In my sketchbook,
so much is outlined in black—
caged—
by love and suffering, suffering,
so much suffering.
All those self-portraits—
all those disembodied legs and feet I draw
to sever the hurt. Canvases can’t
feel the pain.
Bonnie Wehle’s work has been published in both print and online journals. She has participated in poetry workshops in the U. S. and Mexico. She particularly enjoys writing narrative and persona poems with female subjects. Bonnie lives in Tucson, Arizona, where she serves as a docent at the University of Arizona Poetry Center.