Las Pausas del Corazón
POEMAS DE JUAN SUÁREZ PROAÑO
Cuando el silencio se hace nombre
Dicen que el silencio antecede a las cosas grandes:
como dos cuerpos a punto de amar
o de rendirse.
Como cruzar una frontera,
anticipar en la leña el crepitar de la lumbre
o simplemente guardar una carta en el bolsillo.
Por eso tenemos razones para pensar
que después de este mutismo
vendrá una explosión que inundará la casa
un acorde en el alma
que será dios
o la muerte o la victoria.
O quizás
sea solo un pájaro
que picotea su reflejo
en la ventana.
Anotaciones de un hombre frente a un río
Los años ablandan
el interior de las piedras
como se ablanda la oscuridad
en el relámpago.
Con la misma inclemencia
han reducido
como se reduce en la sangre la sal,
el caudal de este río.
Se parecen tanto
a la vida humana
esas rocas
que aprovechan su blandura
y el cansancio de las aguas
para escapar a las orillas.
A ningún hombre le bastaría
para su sed
la calma febril de este río,
ni sería suficiente para sus ojos
el agua que se seca en la arena
como se seca la sangre
en las rodillas magulladas
de los niños.
Son las algas
las que han crecido esta vez;
las huellas en el lodo, las que se han vuelto
perennes;
las moscas en manada, las que se han vuelto
oxígeno.
Estas aguas ya no mojan ni los tobillos,
y sin embargo a lo lejos
el río se arremolina
y parece quejarse
o celebrar su destino
Sigue intentando
este río
arrastrar con lo que resta de su fuerza
la voz carrasposa de la vida.
O lavarla
o mojarla lo suficiente, al menos.
Río huérfano,
río imposible,
río solamente
somos iguales:
arrastramos algo
aunque su caudal y su sonido
no alcancen a ahogar
el dolor.
Raíces
A Pablo, para que recuerde.
Y aún así, siga creyendo.
Recuerda que la vida es otra cosa
que solo se parece a la primera vez que tocamos el páramo
y nuestra piel conoció la espuma del viento.
Recuerda que nunca fuimos los favoritos de Dios
que siempre nos golpeábamos las rodillas
al correr calle abajo,
que nunca tuvimos más lluvia
que la saliva seca
en los labios.
Si supieras que no son los árboles
sino tus huesos
los que crujen,
que las canoas del recuerdo
no flotarán en la estrechez de tus ojos.
Si supieras que el mundo no es un río
sino un desierto inmóvil
una palabra que no se incendia
una roca resbaladiza
si supieras que no es el pasado
el lugar que el miedo eligió para salvarnos,
no buscarías más allá
del muro.
Confórmate ahora con la planta de moras
al pie de tu ventana
y no mires el lugar donde la espera
ha echado raíces.
Recuerda que la vida es otra cosa,
que el silencio
es el único lugar donde encuentra
un rincón para quedarse.
Poema conjetural para un hijo
Hijo de nadie,
llegará el día
en que harás el amor con la soledad
aunque en este poema yo diga
que es imposible estar solo.
Entonces, ya habrás aprendido a mentir
y podrás hacer del silencio
una punzada menos dolorosa.
Deberás ser viento,
obligarás a los amigos a blindar sus ventanas;
serás espejo,
aprenderás sin dolor
la inclemencia de las arrugas.
Habrás saboreado en otra lengua
el veneno de la inmortalidad,
habrás aprendido a hornear con humildad
el trigo del recuerdo,
una paloma te ensuciará el hombro
que alguien tocará
para ofrecerte abrigo.
Entonces, sabrás mentir
y verás la sangre de la felicidad
brotar de tus venas mal alimentadas.
Será necesario que aprendas el olor a lumbre
y que puedas evocarlo
para sentir el aire de tu casa.
Y que cambies, sin preguntas,
el color de las banderas,
por el de la ira.
Y que palpes en tus dedos la vergüenza,
y que sepas la suavidad del sexo en la punta de la boca,
y que reconozcas
sin placer ni sufrimiento
el maduro fruto que se agita en tus costillas.
Entonces,
sabrás la verdad.
Y verás rostros blancos de salud
y los amarás;
y verás otros cuya sombra
te hará recordar la forma de las ruinas
y sentirás que también los amas.
Verás a una mujer parir
en el frío de los azulejos,
y sentirás ternura por su sangre
perdida en una sábana
blanca como las sepulturas.
Y creerás en dios,
después de tocarlo
en la mano que recaiga sobre tu fiebre.
Solo entonces,
habrás aprendido a llorar,
y compartirás la sal
como si con ella pudieras repartir justicia.
Hijo de todos.
Para cuando vivas,
ya habremos aprendido a mentir.
Podremos no decirte
lo que ocurre.
Búsqueda
Puede ser que el corazón
se torne ave
y se marche a poblar
las ramas lejanas
de algún roble.
Puede que abandone el pecho
en busca del paisaje
para ser lamento de cordillera,
dolor de junco abandonado;
o puede también que le crezcan raíces
y busque ceñir con ellas
la paz incierta de una tarde.
Puede ser
que tu sombra
se crea viento de camino
y juegue a enjugarte el calor de la frente,
o que tus huesos se amontonen
como una pared de ladrillos
contra el tiempo.
Puede ser.
Pero los años olvidarán en tu nombre
a los robles, al calor de la frente,
al aire que llora en los ventrículos;
y el tiempo hará surcos en tu memoria.
Te bastará -entonces-
un jardín para la semilla,
la lealtad de una piel,
una espina para sangrar
y recordarte.
Ana María
Quizás las letras sean un horno en miniatura
donde se dora íntegro el pan de la esperanza. ~ Ana María Iza
Contigo nació un viento, Ana María,
de esos que convierten en espigas
los mástiles
y son la fertilidad de los adioses
entre los pañuelos.
Ese viento te llevó la tarde
como una pestaña que se incrusta en el ojo
y te hace llorar sin motivo.
Te trajo las primeras palabras
como quien trae fruta o pan.
Silbó contigo entre los huesos
que te llevaban por el mundo.
Y aprendió a crecer al lado de tu sombra.
Llevó los hilos con que remendaste
el corazón y los vestidos
cuando no alcanzaba ni para el hambre.
Iba tras de ti cuando perseguías la sed,
Aprendió el juego de hacer preguntas
y el de saber marcharse al mar
sin una respuesta.
Por ese viento buscaste lo imposible:
una palabra que secara la frente
una semilla que bastara el tiempo
diez minutos de sol interminable.
Viento de fuego y ceniza, Ana María,
que intentaste apagar con un suspiro,
pero no bastó ni el mar ni el frío de la vida
que aprendiste a querer
como se quiere la palabra césped
y el clamor de los campanarios.
Cansado también,
silencioso y alegre,
ese viento te repitió más de una vez:
“…hemos de vivir
aunque nos duela,
Ana María…”
Palabras
También la luz
tiene sus complejidades.
Por ejemplo
atravesar la incontable existencia
que se teje entre las formas
de nuestro cuerpo.
Es esta sombra que somos,
el dulce regalo
de su fracaso.
Las ollas
El sol de la infancia
fue el bronce reluciente de las ollas.
Colgaban por docenas de las paredes
inventaban la espera debajo de las mesas
daban dolores de cabeza al óxido
que crecía en los cajones.
Mares inmensos
se fraguaron en esas ollas.
Madre pudo haber cocido en ellas
el secreto de la inmortalidad
pero los arroces duros que parían sus vientres
eran finitos como los hombres
y su sabor era una espina
en la lengua del pasado.
La felicidad existió junto a las ollas:
era algo como arrejuntarse
ante el calor de su alimento
y estrujar el rostro contra las manos de la madre
de la misma forma en que el hambre se juntaba
al espinazo.
Y escucharla rezar los nombres de los que faltaban,
y repetirlos en timidez
con la creencia de que alguien haría lo mismo
por nosotros.
En esas ollas hirvió el brebaje
con que desinfectamos las heridas,
y también el espesor saludable
que bebimos hasta hacernos carne,
hasta quedar rendidos de dicha,
hasta que la sangre se nos hizo en las venas
y aprendimos su sabor para identificarnos.
Y brotaban de su brillo
aguas milagrosas que lavaban las lágrimas
cuando padre se ausentaba por días inmensos,
cuando la tarde era más agujas que viento,
cuando la música no alcanzaba en el pecho,
cuando perdíamos ante los pájaros los capulíes,
cuando el frío nos arañaba lentamente las pantorrillas.
Así fue el sol de bronce:
humilde, como el sabor del agua.
Silencio
Aquí estamos.
Somos los hijos olvidados
que cruzaron el desierto de tu nombre
en cuarenta días,
y han regresado.
Nos obligaron a oler tu aire
en el aliento de los muertos,
a tocar tu piel en el espacio de su ausencia,
a conversar con su muda memoria.
Pero nuestra forma de sobrevivirte fue sencilla.
Cuando el corazón estaba más cerca del suelo
aprendimos a llorar,
y descubrimos más tarde que el frío
nos sacudiría los huesos
y llenaría las calles con sus campanadas.
Fuimos aliados de la mentira.
También supimos que infringir dolor
podría ahorrarnos las lágrimas,
y reemplazamos el llanto
por el crujir temible
de un insecto bajo las botas,
-a veces fue un ave nacida en mala hora
o un hermano mártir.
Ninguno dejó de amarnos
entre sollozos-.
Así nos convertimos
en los desterrados de tu sombra.
Creímos que la sangre nos crecería
ruidosa como un río.
Pero hoy venimos a decirte
que han sido las pausas del corazón,
sus intervalos de mudez,
los que han despertado la vida.
Su sonido se parece a la poesía.
Ahora tus hijos
tus herederos
hemos regresado.
Venimos a ofrecer humildes
nuestra voz.
Preguntas de primer orden
Cómo contarse las pestañas,
con qué ábaco medir
las unidades de viento
que nos quedan de reserva.
Cómo mirar a los hijos
para decirles que los pájaros se van
a vivir en cielos más azules,
cómo explicarles las razones
las mediocres razones
las envidiosas razones
que tuvimos para decirlo.
Cómo desenterrar
las palabras que alguien grabó
en el tallo de esa higuera,
cómo pesar los guijarros
que la dicha masticó
en lugar de frutos.
Cómo grabar en la luz
la resaca del amor,
cómo ser profeta
de lo inmóvil,
del tiempo que quiebra la piel
y la separa como una puerta
por la que han de marcharse
las despedidas.
Cómo dejar constancia
de la fugaz felicidad
del silencio.
De Nos ha crecido hierba ( El Ángel Editor, 2018)
Lo innecesario
Lástima que las cosas que decimos
no son un corte en el vientre
un arañazo en los ojos
una estaca en las muñecas.
Da lo mismo hablar del invierno
de dios
o de la arena.
Todo termina siendo
innecesaria memoria.
Polvo
Dicen que todo poema está hecho de polvo.
Polvo de una nostalgia imposible
encontrada al caer en cuenta
que la gente se va
se muere o se cambia de país
y nos vamos quedando solos.
Polvo hecho de huesos,
de todo lo que se acumula con el paso de los años
de las calaveras a las que quisiéramos desenterrar
y besarles la frente con ternura.
Polvo de los cajones que nunca abrimos.
Polvo que se acumula en los retratos
que abandonamos a su suerte
en algún rincón de la casa.
Polvo de la intimidad.
Polvo de las sábanas y la saliva
polvo de las tardes en que llueve
y somos más propensos a la tristeza
polvo de los libros
polvo del hambre
polvo de los calendarios
Dicen que todo poema está hecho de polvo
al igual que los hombres.
POETA
Si hay cárceles donde no cabe ni un suspiro
si entiendes del abandono
y sabes que los cortes más limpios provienen
de los pájaros.
Si al cristal de tu ventana
rasgan las uñas del tiempo
como voces detenidas,
si tus párpados
llevan un sueño desaparecido
y soportas ser acribillado
por las cosas que no dijiste.
Si comprendes el incumplido final de tus derrotas
y escondes el deber de tus manos
en una caricia.
Si no te tienes
ni a ti mismo.
Dime cómo haces después de todo
para seguir creyendo
en el poema.
De Hacen falta pájaros (El Ángel Editor, 2016)
Juan Suárez (Otavalo, 1993). Egresado de la carrera de Comunicación y Literatura en la Pontificia Universidad Católica Del Ecuador. Ha publicado los poemarios Lluvia sobre los columpios (2014), publicación independiente y Hacen falta pájaros (2016) bajo el sello de El Ángel Editor. Sus poemas han aparecido en revistas literarias como Círculo de poesía y Otro páramo. Participó en el encuentro internacional de poesía “Poesía en Paralelo Cero” y actualmente es parte del equipo de organización.
SOBRE LA POESÍA DE JUAN SUÁREZ PROAÑO
La poesía elige su alimento como más le conviene. Uno podrá despatarrarse frente al poema, caminar en círculos, sacarle la lengua y él seguirá allí, inmóvil, agazapad. El hombre es su alimento. En la poesía se refugia la humanidad y, en ella, el poeta es una barca desafiando la tormenta.
“Hay cárceles en donde no cabe ni un suspiro”, dirá Juan Suárez Proaño en Hacen falta pájaros, un poemario anterior. Me sorprende la hondura de este poeta buscando su identidad, porque sabe que la poesía tiene caminos recorridos y otros por recorrer, y porque sabe que es necesario abrir nuevos rumbos a entrega y talento. Porque sabe que no está solo en esa búsqueda.
En Nos ha crecido hierba, Juan nos lleva a la deriva por el silencio, que quizá “sea solo un pájaro/ que picotea su reflejo/en la ventana”, por la sed del río, por las raíces del árbol de la espera, por “el mar derrotado por el oleaje de tu vestido”. Juan Suárez Proaño avanza sobre la palabra, la interroga, la estruja para sí. Para sacarle y darle lo mejor.
Celebro en Juan Suárez a la poesía, por su presente y también por su futuro, en definitiva, por saber que la poesía está a salvo, y si la poesía está a salvo, está a salvo el Hombre.
“Haz de las tuyas”, Juan, como dices en Carta al otro, al poeta; acaso seas uno de “esos pájaros/ que se quedaron / después del Diluvio”. ~ Hugo Francisco Rivella
*****************
Creo que el poeta y el poema hacen muchas veces una especie de simbiosis, coexisten entre el límite del cuerpo y el silencio, es indudable sentir al poeta en su poema, la forma de ser, de pensar y de admirarse sobre todo. Existen poetas que exhalan cierto aire de extrañeza en los versos, otros que pertenecen a tradiciones de academia y son a veces poco entendibles, pero hay poetas que admiran a las simples cosas, como diría Serrat “aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas”, de esos últimos es Juan Suarez.
Un poeta consolidado en su quehacer, que hace de la palabra un oficio y lucha por él con una convicción tremenda. No cae en los vicios de creer que para ser buen poeta es necesario ser inentendible y tampoco cree que la palabra debe ser ultrajada y en pro de la sencillez escribir solo por escribir, no, este es un poeta que sabe que el oficio esta en resistir como diría Gelman, que hace del poema una forma de vida.
Hacen falta pájaros es un ejemplo plausible de lo dicho, quien no haya leído a Juan tiene dos opciones, escucharlo ahora o comprar su libro o que mejor que las dos alternativas. Este libro de poesía es el agua y la sed, aquí se vislumbran a mi manera de ver dos luchas, la del dolor y la felicidad, esa hermosa reconciliación con el pasado, con la ausencia y el descubrimiento de nuevos dolores y alegrías. Blanca Varela dice que el dolor es una mágica cerradura y el libro de Juan es eso, una mágica cerradura, en donde el concepto de los pájaros y la falta juegan en una eterna dialéctica.
Es indudable leer a Juan y pensar en la falta, desde el punto de vista psicoanalítico, ya que la falta es lo que permite dar sentido a las cosas. Donde han quedado los pájaros, o mejor dicho donde ha quedado la inocencia con la mirábamos a los pájaros. Leyendo al libro de Juan recuerdo al poeta Luis García Montero cuando dice que vivimos en una época de extremada inmediatez, donde no hay tiempo para las pausas, y amigos, la poesía es esa pausa tan necesaria en la vida, la que nos permite bajarnos del mundo, tal como diría Quino a través de Mafalda.
En el libro de Juan se esconde esa paz pequeña, esa sorpresa en cada verso, esa inocencia de cuando niños jugábamos con las hojas o a verles a las nubes formas extrañas. Este libro se abra paso como el viento que viene después de un largo viaje.
Aquí el lector encontrará las cosas hechas poesía, porque ahí esta milagro, eso es lo que hace el poeta cuando sabe que la poesía es un oficio de vida, transformar las pequeñas cosas en poema. La voz poética de Juan recorre las hojas como el paso del mar en las costas, dejando las sales en las cicatrices, llevándose lo que pesa del equipaje y moviendo la arena de los pies, no hay felicidad eterna, parece decirnos Juan, pero la vida esta compuestas de instantes que son de un gran aprendizaje:
Si me duelo
Es porque soy todos los dolores
Todas las incertidumbres
Dolor de tiempo
Dolor de muelas
Dolor de reír, si es verdad que reír duele.
Nos dice el poeta, ahí es donde el dolor se transforma en esa mágica cerradura, indudablemente. Juan Suarez es un poeta que está siendo poema, como diría Jaime Gil de Biedma, su poesía consolidada sorprende, indudablemente él es un poeta urgente, que necesita ser leído por nuestras generaciones y las que vienen, porque él, con su poesía y humildad se abre paso por los senderos, tanto difíciles de la literatura y sobre todo de la poesía, llevando en su piel al poema, sin temor al destino, siguiendo el oficio. ~ Jorge Luis Bustamante Álvarez