Qué hay ahí
POEMAS DE OLVIDO GARCÍA VALDÉS
cosas se han vuelto nombres,
así vaca, Job
pero oye: siguió siendo un ser inadaptado, en espera
constante de que algo muy grato le ocurriese
(Del ojo al hueso)
El sol de la mañana
de enero envuelve el árbol gris
y brillan todas sus ramas
leñosas de rocío. La brisa mueve
el brillo y hace ondear los hilos
que hilaron las arañas, hilos al sol,
pregunta desflecada por ductilidad
y resistencia. Antes,
quien tenía juicio para juzgar veía
por encima de avatares y ejemplos
una forma moral. La convicción juzgaba,
tejía sin enmarañarse. Cuando se nubla
el sol se apaga el brillo. Para quien escribe
el largo poema por la muerte
del padre, la convicción ordena
lo que lengua confunde y vida
aniquila. Su convicción es norte,
oriente, como si propusiera: en ese caso
repliégate, mira desde más atrás
resonancia
que se expande en el pecho, líquenes
nacen y se adhieren tenaces a la roca
volcánica: en sus nichos desnudas
vides e higueras, sólo
limones amarillos de un limonero nombran
el contrapunto; mira con la añoranza
de quien ya no está, dulce
principio de este octubre
¿y cómo mantener
el icono sagrado que se elige? Quien
convalece canta, canturrea
su canción para sí, no la oye sino que canta,
le sirve para orientarse, la voz
humana, de quien convalece.
(octubre de este enero)
(Del ojo al hueso)
el hocico del animal hace el pasto, sus árboles
de sombra, fresnos, sauces,
amasa la blanda tierra
encuentran, al excavar,
antiguas bóvedas del río y bajo ellas,
lento, el cauce que aún pervive
sobre un lecho de pecina;
arriba, calles y gente; cómo
bulle y respira, si vuelve
por sus fueros, el sí y el no, vida
sobre la vida, el sí
en los intersticios del no, el no
estallando las junturas del sí
(Del ojo al hueso)
era música puntuada, de notas punto o caja
venía del jardín y era de día
música de mucha luz
se vio luego que no, era de dentro
y venía del sueño, toda la luz, los puntos
con su acorde y era éste
el jardín, el que ahora veo
lleno de viento (cimbrea cipreses
y azota rosales su violencia) de invierno
viento, el sueño era
y el exterior jardín era en la caja
y estaba fuera
(Lo solo del animal)
El agua es algo de lo que no sé; que veo y miro y oigo y toco y de lo que no sé. En lo que escribo aparece; en algunos poemas, ahí está.
Delante. He vivido delante de un gran río que venía; no ya porque vivía a la orilla del río, sino porque el río, por la configuración del terreno, parecía venir sobre la casa.
Era un agua sonora. A corta distancia, todo a lo ancho del río, que allí era ancho, el caudal se precipitaba sobre un dique; más ruido o menos ruido, según la lluvia y el momento del año. Siempre el ruido aquel año, que fue un año de lluvias.
Me parecía entonces, ese ruido, origen de otra cosa, cámara de resonancia, recámaras, una percepción interior. Tras un espacio, otro, hueco y vacío y silencioso, pero hecho por el sonido, o no disímil de algo de la estructura del sonido.
El del dique, el del agua en el dique es sonido áspero y monótono, violento; esa aspereza se hace en la cabeza sequedad, hormigueo del estruendo que resuena, se hace oquedad, eco sin pausa de lo hueco. Como en los espacios virtuales, cuyos sistemas se abren en huecas carpetas repetidas, cámaras y recámaras sin término; uno atiende hacia adentro, por si hubiera otra cámara, temiendo que la haya, porque no sabe lo que hay, qué hay ahí. Igual, el agua.
Pero en el agua está la luz. Sin luz o con luz, con más o menos luz, el agua es otra. Con su ruido, de noche, incluso en la ciudad, donde de noche no es del todo la noche, el agua es otra. “Extraño, que la tierra se divida en agua y pensamiento”, rumiaba el fumigador de guardia.
De la fábrica de luz, por el túnel llegan los muertos. Así llegaba el santo en la pintura y su verdor, y nunca supe que junto a él viviría. No siempre se ve del mismo modo. Ahora pongo atención a los cristales, a los restos de la noche, y hay trocitos de verde ira, por la calle, esperando.
(Lo solo del animal)
¿Qué esperas, corazón? ¿qué quieres de mí?
¿Y aquél, Zenón de Elea, que se cortó la lengua
de un mordisco
y se la escupió al tirano?
El ángel bueno el ángel
malo dice: lo soportable lo
insoportable.
Quedan como la quietud
las tomó (¿a una señal de peligro?
¿en un instante preciso de la caída
de la luz? ¿por un trabajo o alambique
interior?), en un panal de rica miel.
Del otro acepto todo lo que no
insoportablemente me desagrada
lo acepto de corazón (¿quién puede aceptar
de corazón lo insoportable, casi
–eso que no se soporta– inhumano?).
Lo que hay de único y que hace de alguien alguien no puede ser comunicado.
Algunas palabras hablan
de la actitud; tolerante es actitud
de quien puede, el otro
es tolerado. ¿Quién
eres tú?
El ángel bueno el ángel
malo dice: qué
ideología.
La historia de las mujeres muestra que la historia
ha sido tolerante con las mujeres (el peldaño
donde se desarrollaba su vida estaba
un peldaño por debajo del peldaño
donde se desarrollaba la vida de los hombres
de quienes ellas dependían). La protección
arrulla si no mata –¿será el amor?–.
El sol nos diluye nos destensa y repliega
como azucarillos nos disuelve nada
dulces, en el mar de calor nos deshacemos.
Para que algo permanezca en la memoria tiene que haberse grabado a fuego; sólo lo que no cesa de doler permanece en la memoria.
Los grajos junto a las ovejas es
su interés el excremento verdes
transparentes alamillos.
La voz de la pérdida dice: qué raro no volver
a oír su voz.
Le parecían ángeles
aquellos pájaros en tránsito
garzas, martinetes y garzas
al pie de la charca y la laguna.
Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero. También si dos durmieren juntos, se calentarán; mas ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra el uno, dos estarán contra él; y cordón de tres dobleces no presto se rompe.
Perros merodean cerca
de un zorro, opaco
el mundo en su espesor
olores que identifican.
No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra: por tanto, sean pocas tus palabras.
¿Qué sabes de lo verde, centinela,
verde de invierno, miedo?
Sin casi mantillo brota
pura luciérnaga o savia
hueco trasluz.*
* Con la incorporación de fragmentos de Décio Pignatari, Nietzsche y el Ecclesiastés.
(Lo solo del animal)
OLVIDO GARCÍA VALDÉS (Santianes de Pravia, Asturias, 1950). Licenciada en Filología Románica y en Filosofía. Entre otros premios, se le concedió en 2007 el Premio Nacional de Poesía por su libro Y todos estábamos vivos (Tusquets Editores, Barcelona, 2006). En Esa polilla que delante de mí revolotea. Poesía reunida (1982-2008) (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 2008) se recoge su obra poética entre esas fechas. Posteriormente ha publicado Lo solo del animal (Tusquets Editores, Barcelona, 2012). Libros suyos han sido traducidos al sueco, francés e italiano; igualmente sus poemas han aparecido en inglés, alemán, portugués, rumano, polaco, árabe y chino.
Es asimismo autora del ensayo biográfico Teresa de Jesús, de textos para catálogos de artes plásticas (Zush, Kiefer, Vicente Rojo, Tàpies, Juan Soriano, Bienal de Venecia 2001, Broto…) y de numerosos ensayos de reflexión literaria. Ha traducido La religión de mi tiempo y Larga carretera de arena de Pier Paolo Pasolini, y (en colaboración) la antología de Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva El canto y la ceniza, así como El resto del viaje y otros poemas, de Bernard Noël. Ha co-dirigido la revista Los Infolios, y fue miembro fundador de El signo del gorrión (1992–2002). Ha dirigido o coordinado diversos cursos, seminarios y ciclos de poesía contemporánea. Ha formado parte del proyecto Estudios de Poética. En 2014 apareció Un lugar donde no se miente. Conversación con Olvido García Valdés, de Miguel Marinas.
Más sobre su obra en Wikipedia.org
LA POESÍA, ESE CUERPO EXTRAÑO (Antología)