Estamos ante los versos de este reciente libro de Odalys Interian, una de las poetas más conmovedoras de la poesía actual. Su palabra de cadencias clásicas es un río de voces que no sueltan, que no perdonan, que hacen llorar. Me he ahogado en estas aguas, he muerto en estas aguas, he visto la vida otra vez en estas aguas. Gracias Odalys por hacerme sufrir con tanta belleza. Gracias por este regalo de muertes repetidas, de recuerdos compartidos. Gracias porque tus palabras duelen pero es un dolor acompañado. ~ Ana C Blum

Hablábamos

mirando las calles enlodadas

la tristeza derramándose

junto a los sueños.

El crepúsculo que izábamos

con un soplo lentísimo.

Hilábamos letra a letra

hasta llenar el aire.

La verdad como señuelo

el tocón de esa música padre

esas fugaces eternidades

repartidas.

La porosa vehemencia del silencio

los amarres / los espejos marcados

por esa espiral de rostros

que fueron quedándose.

Esta ciudad no te recuerda

el largo silencio que cruzamos

como un laberinto.

Ahora la oscuridad se parece al mar

se parece a esta casa vacía.

También toco las figurillas pacíficas

de tu sangre que vive en mí

el redondel que arde

la zozobra inmensa.

A veces soy tú y sigo exagerando

los tramos del destino

los dardos que dan contra mi carne.

A veces entras en un verso

en el sitio de la lluvia

y las nostalgias.

Perfectamente en mí

se amuebla la palabra

tu palabra

y no puedo con esta tristeza tuya

que ahora es mía 

tampoco puedo Padre

si tu bravo corazón de hombre

se quebró. 

Ahora somos dos y lloramos

cada cual en su horizonte de cenizas

en su víscera del caos.

Ahora la muerte nos palpa

en el lugar del signo

y el amor grita en nuestra lengua.

Ya nadie va a llegar

para golpear con sus nudillos

con sus voces abiertas

ya nadie va a gimotear ante el destino

mi rabiar ante la suerte.

Ya no resonarán

los impávidos goznes en la puerta

ya no.

El anochecer es ahora una cifra

hojarasca sobre el silencio moribundo

sobre el cáliz derramado de la oscuridad.

Ni un astro aquí

ni una pequeña fogata

nada que ilumine. 

Ni siquiera la música de esa luz

me compadece padre.

Ni siguiera el silencio te disfraza.

El enigma crece ahora en ti.

Será padre morirse

dejar que vuelen libre los ojos

hacia otro regreso

llegar al límite al fin

irse como un barco

hacia el torrente maduro de la luz

sin arriar velas.

Será un desmayo 

tenderse libremente

como espiga en el viento

y dejar que salten los ojos

la cabeza

que salte la vena mayor

hacia el crepúsculo.

Irá el cuerpo también

abriéndose en su lumbre

como una espiga fértil

cayendo en nacimiento.

Quedarse despierto en un átomo de Dios

cruzar velocísimo el alto destello de los hornos

las albas de los pobres desastres

la brasa ardiente de las resurrecciones.

Ahora la casa ya no existe

está la verdad de la muerte

golpeando

el huracán anónimo

un mar amoratado y dulce

al final del lindero.

La casa que habitamos

el sitio que dibujamos de memoria

el limonero de siempre

el pino

tu flor

la llamita dulce de tu flor

azul.

El corazón como la luz

que se desprende de su propia luz

para iluminar un rincón de la sombra.

Ahora la casa ya no existe

ni existe la estación perfecta

ni una estancia para el amor.

Lo irremplazable es la lluvia

el fruto amargo de esa lluvia

y una niña quedándose            

en su eternal trasparencia.

Esta piedad no cabe en la lluvia

los rostros del ángel

el esplendor dibujado

su multitud de ojos.

La sola criatura

su cuerpo derramado

en el alto sitio del silencio.

Déjalo entrar

en la estación deslumbrante de la tristeza

en el asombro transparente

de mi fiebre

en el vacío sin padre

en el zumbido del lloro

en esa iluminación del amor

que fluye soberana.

Que sus manos fieles hurten

las melancolías

el destello inhabitado de la luz

en su polaridad

la oscuridad que soy.

Dónde estás

en qué desemejanza con la muerte.

en qué reparto.

Pesa tu nombre

lo arrastro como una tempestad.

Tu corazón de piedra fresca

Manuel Interián

en el ventarrón

multiplicándose.

Y se repite la tarde gris y circular

el sesgo de oscuridad

irrefrenable.

El pie que sobresale la sábana mortuoria

el pie / la mismísima imagen

de tu pie

                 cayendo.

El latido del tiempo

que llega y llaga.

La flor / tu flor azul

latiendo todavía

en la antigua casa de dolor.

Quería vivir, y todo lo demás no significaba nada
THOMAS BERNHARD

Niña otra vez

en el doble silencio de la llama

dispersando esos gorriones

que vienen a morir en mis manos.

Del llanto / la nieve abrazadora

que corta de un golpe la piedad.

Quién acompañará mi corazón

esta hambre numerosa

las preguntas.

Hay un nudo en la ausencia

un agujero

y estás empinándote como Dios

en su incidencia.

Como un frondoso ciprés

levantando un cerco

en el humo oscurecido

de la tarde.

Se escribe la nostalgia

y uno puede sentir el olor del ayer

la tibieza del mar en su salpicadura.

Oyes como se columpia

la sombra del naranjo

la oyes caer / rodar

rajar todas las tempestades.

Se para el alma en su raíz

en su zurcido viento.

Busco el aire donde termina el corazón.

Junto a la fiebre

en lo cernido de la infancia

está el poema que escribí

la casa hoy deshabitada

la misma lumbre del recuerdo

en su aletargada realidad

mostrándose.

Silvia / Arahys / Manuel

ahora arden al unísono

como un sol invulnerable

en la maleza descolorida de las luces

en ese estrecho silencio

que se ha vuelto mi vida.

Como una tórtola la oscuridad

sigue cayendo.

El nudo áspero de la sombra

desatándose en mí.

Aquí lo que pesa es el silencio.

la llama en su desorden.

La mustia flor de la luz

en su locura incendiaria.

Pasa mi corazón por la misma tormenta

allí donde escondo las rosas / el dolor

el miedo en su costra profunda.

Allí donde el agua me encuentra

entre el silencio y la ceguera.

Hastiada del milagro y la plenitud.

Hoy borraría la tarde

para asomarme al corazón del pájaro.

Hoy elegiría una gardenia

para plantarla en el sol

una nana para dormir la muerte

para dejarla tendida

en el caracol sin lluvia

del ayer.

Escribo las sílabas enteras

de su nombre.

Oh pureza de Dios

el tiempo del zumbido

y las arterias.

La vigilia incendiaria. 

La largura del parto

y los ángeles

sobre las magníficas serenidades

vistiendo esa inocencia

que es la muerte.

Los días en ti y en mí

sobreviven.

Apilamos el amor

sus grises golondrinas

los rastros de un sol

que amontona su lujuria.

Mirábamos la luz arder

mientras entrenaba su ojo

también suspicaz

la muerte.

Mientras nos contemplaba.

Que pobreza era entonces decir

soñar la libertad

soñarnos.

Como seguía doblegándonos 

la amnesia del tiempo

el cerco impenetrable

de la vida.

Los pájaros de la muerte

gorjearon frente a ti

te derrumbaron padre.

Cayeron los muros de tu país carnal

tu corazón de roca dolorosa

petrificado.

Caía el pan de tu cuerpo

como triste maná

alimentando las luces.

Caías de la lluvia.

purificado ya.

Como un barco

derramado en la noche

viniendo siempre.

Porque los muertos van

de umbral en umbral

de semilla en semilla

acompañadamente solos

como rehenes obligados

cayendo en el sueño vivo de la claridad

en el desnudo Edén

de la memoria.

Te pronuncia cierto

la luz / el aire / el centeno

la oscuridad que trae el silencio.

Tú eres un muerto

pero tu mano va sobre mí

en su pequeña tormenta

regresando el amor.

El amor qué sombra verdadera

qué árbol anudado en ti

qué rosa de lluvia abierta sobre la sed

sobre los púrpuras crecidos del cariño.

Tú eres un muerto

pero barajas los días en el desorden ciego

quedándote en el rincón de las nostalgias

en el aroma del café / en la música

en el interior del salmo

que compongo.

<<…Todo esto va de la muerte. De la muerte pequeña, la propia y, asimismo (veremos luego) la de los otros, esos seres que se nos van yendo: abuelos, padres, amigos… seres vivos que se nos adelantan en el morir. Y va, sí (lo iremos viendo también), de la muerte como símbolo o abstracción, o sentido o sinsentido (oh, paradoja) de la vida. O lo que es lo mismo, de una realidad fenomenal (como perteneciente o relativo al fenómeno) que, en su caso, evoluciona hacia una realidad trascendente y, por tanto, a una actitud existencial distinta. Es lo que se observa ya desde el primer poema: CUELGA LA MUERTE / tan blanca / como un ramo de azucenas congeladas…>> ~ Abel Gelman