De Oblivion y de Olvidos
Metaforología Gaceta Literaria tiene el gusto de presentar el libro de poesía Oblivion, de la escritora ecuatoriana Elizabeth Quila, acompañado por un pórtico de presentación firmado por la poeta y crítica Siomara España y un epílogo del poeta Teuco Castilla.
OBLIVION O EL LIBRO DEL OLVIDO
( Un perro andaluz, Piazzola y el olvido)
El concepto anglosajón de oblivion, para definir el olvido, encarna la no existencia después de la muerte, y esto es precisamente lo que nos quiere decir Elizabeth Quila con este poemario con el que niega su conexión con el pretérito, pero no desde el concepto filosófico de la muerte, sino desde la sublevación del cuerpo, para olvidar lo que fue o pudo ser.
Cuando abrí el archivo Digital con los poemas de Oblivion, escuchaba a Piazzolla y de una manera extraña, como todo aquello que viene desde la literatura, y en la vida se convierte en maravilla y extrañeza, casi en el mismo instante, me enviaban “Un perro andaluz”, film que ya había visto con anterioridad, y del que me apasioné junto con la obra de Lorca hace ya no pocos años, y cuya banda sonora al compás de tangos, son una incorporación fantástica. He aquí la primera sorpresa: sonaba Oblivión de Piazzolla y el mundo de las coincidencias, de la causalidades, vienen a significar asombro.
Y es que el libro de Elizabeth Quila, igual que la película “Un perro andaluz”, está construído también con un significante número de imágenes surrealistas desde el automatismo psíquico de una realidad demencial paralela al poema, se trata a mi modo de ver, de una poética desde el destiempo.
Las secuencias van desde el presente al pretérito, del futuro al pasado, en una suerte no cronológica, lo que genera una inicial ansiedad, que no es otra cosa que el mismo proceso creativo no lógico, no lineal, de las acciones que ha ido metaforizando y además dan un gran ritmo al poemario.
“He mordido mis manos hasta dejarlas en huesos” dice uno de los primeros registros poéticos de Oblivion, y la relación con el mundo onírico de Dalí, su recurrente sueño de las hormigas devorándole las manos aparecen inmediatamente desde la imagen que proyecta Buñuel para el séptimo arte.
El cuerpo, el amor, la concupiscencia y la libertad expresiva, aparecen en el poemario desde un universo amatorio vehemente, pero también de desgarre, de dolor, de herida abierta: “He guardado los pedazos que quedaron de mi cuerpo debajo de la alfombra de tu espíritu. Me escondí allí, a la vista, polvosa y oscura olvidada de mi misma… Afuera de mi ventana la oscuridad dejó de alumbrarme, me trajo consigo el miedo …”, es como si de cada verso, este dolor emergiera con luz propia hasta instalarse en la carne, y solo sea la poesía la catarsis para la postrera sanación.
Otra de las importantes metáforas que puedo señalar tras la lectura de Oblivion, ha sido la de la mujer rota: “Soy una muñeca de cerámica / a la que le dibujaron mal la sonrisa /a la que le ahuecaron los ojos”, dice la voz poética, e inmediatamente pienso en Simone de Beauvoir con su ya centenaria obra; “La mujer rota”, desde la fractura social, marcada por la cultura, por la religión, por el canon, por los distintos estratos sociales en el que se nace y que marca el trayecto antropológico desde la pobreza, el abandono, o la injusticia social.
Hay mujeres cuya fragmentación va por dentro; con el dolor de la intolerancia, la enfermedad, la angustia; hay otras mujeres que tempranamente se descubren rotas, en escenarios que no presentan escape a un destino que le impone una sociedad patriarcal; obligadas a tempranos matrimonios; a vivir sin aspiraciones y confinadas a espacios limitantes.
Hay mujeres que se rompen con la vida, porque la mujer rota es también una metáfora del fracaso. No obstante también lo es de la reconstrucción por medio de la palabra, del movimiento exploratorio hacia el interior, la psiquis; y, paralelamente hacia territorios que le permiten empoderarse de la jurisdicción del cuerpo, Quila lo sabe bien, por eso inicia este poemario desde una importante premisa: “No me pidas que renuncie a la ciudadanía de mi cuerpo, porque no quiero ser una indocumentada en la memoria…”.
La poética de Oblivion transita por lo cotidiano, dentro de un cosmos que se derrumba ante la ausencia del otro por donde se van hilvanando los variados momentos de la vida, de los estados de ánimo, y los cuestionamientos como premisas de psicoanálisis interno. Pero lejos de victimizar al personaje femenino que narra poéticamente su historia, la autora le concede la emancipación y fortaleza, para finalmente reconstruirla desde una visión igualitaria, porque en medio de las contradicciones del amor, hay que agregar el nuevo modelo de libertad absoluta, donde lo ponderable es la esencialidad del ser, aunque el cuerpo sea diverso “Su sexo, es sólo género”, nos dice la voz poética, y he aquí el segundo asombro: la frontalidad de Quila para definir y defender la entidad corpórea sin falsos decoros : “todas las manos que han recorrido mi cuerpo …. que alguna vez me prendaron hasta el delirio… han dejado de importarme … ellos y ellas y aunque fueron sentimientos vivos… lo único que importa …es que me vertí entera”.
A través de la pluralidad de trayectorias que ha tomado para su poética, la autora parece decirnos como Sandra M. Gilbert y Susan Gubar, en La loca del desván: “ ¿Dónde encaja, una mujer escritora en la historia de la literatura abrumadora, y, esencialmente masculina que Bloom describe?”.
La escritura contemporánea, se ha apoderado de la autonomía de la voz, del cuerpo, de la acción para escribir desde lo aparentemente “anómalo”, y definitivamente, lejos de los palacios del arte y las dulces ficciones románticas de lo amatorio, donde la aceptación está dada únicamente por la heterosexualidad limitante. La voz poética de Oblivion recorre todos esos espacios antes impensados para la poesía escrita por mujeres, y con total naturalidad y ternura expresa: “Carne blanca, firme y tibia, de gacela… ante la ejecución de tus dedos… Dejarme penetrar… mientras me miras”.
La protagonista de Oblivion decide anular todo resquicio de moral impuesta por el canon, por la religión o lo que fuere, para decirnos que el amor puede vestirse de distintos modos, que van del odio a la añoranza: “Convoco al odio para que el amor se me estrelle entre los dientes y me rompa el aliento”.
Todo olvido está lleno de memoria, por eso la voz poética evoca la fragilidad del amor, el derribo de los cuerpos desde la alta torre donde le construyó morada: “No eres todo, pero en el hueco de mi mano izquierda se me quedó la nada”.
Y aparece otra vez Un perro andaluz, con ese mundo de insólitas relaciones que marcan la pauta: un hombre una mujer; una relación fuera de lógica, y una protagonista que se marcha con el primer bañista que encuentra, porque a la demencia del amor a veces le gana la batalla lo dictado por la sociedad de masas. Eduard Said manifiesta en su libro Orientalismo, que en los escritos de viajeros y novelistas: “las mujeres son habitualmente criaturas de una fantasía de poder masculina. Expresan una sensualidad sin límites y sometidas a la voluntad del otro, es decir, son condescendientes”. Elizabeth Quila sabe que esto no es posible en su territorio. En el territorio del cuerpo los límites vienen desde su voz: “me arrebataron un pasado en el que tardé en reencarnar… Sombras. Letras que no se dijeron. Palabras que solo él supo escribir”.
Desde la construcción de las plumas masculinas, las mujeres fueron presentadas unas veces angélicas y otras como monstruos demoniacos. Seductoras como serpientes, astutas como arpías, bellas como ángeles, todo siempre desde la literatura escrita por hombres.
Elizabeth Quila sabe que: “No hay propósito en la sombra” el propósito verdadero radica en llevar a la luz su pensamiento, su poesía honesta y sin ataduras de ningún tipo, por eso concluye los últimos versos de Oblivion diciendo: “Voy camino adentro, segura y añosa, abriendo rutas en mis venas… Desaparecerá la certeza de que dejaste de estar… Alabado sea el odio… porque ya te posee aun sin tenerte”.
Repito otra vez el disco de Piazzola y leeré otra vez este libro del olvido.
Siomara España
(Master en Literatura comparada, Teoría de la Literatura y Retórica. Guayaquil, Invierno de 2017)
POEMAS DE ELIZABETH QUILA
He mordido mis manos hasta dejarlas en huesos
he desperdiciado la tinta de mis miedos
hasta que se quedaron sin letras.
Aún así,
mis palabras siguen mencionándote
hasta en el silencio de mis puntos.
El insomnio empezó a pernoctar en mis noches
obligándome a recordar todas las manos
que han recorrido mi cuerpo
insistiéndome en que no olvide la impronta de
sus huellas en mis pliegues malditos.
Sus miradas, cuales luces indeseables
no le permiten a mi soledad poder sosegarse
en las tinieblas que adormecen.
Sus sonrisas no cesan de burlarse
de esta inquietud que revuelca los anhelos,
esas sonrisas
que alguna vez me prendaron hasta el delirio,
hoy me enloquecen de terror.
Me turno entre la tramoya y el escenario,
me obligan a multifuncionar,
pero no se me permite dirigir.
¡Ah, sí solo pudiese escribir
recrear mi propio guión!
Si yo fuese el director, productor,
libretista y actor.
Si pudiera dejar de escribir en mis piernas
tu nombre con tinta desleíble
y se me permitiera tatuar el mío en tu futuro.
Sé que si no hubiera un gran resto por recordar,
sería más corto y fácil poder esperar
a que el otro olvide.
Pero ya hay mucha historia escrita
y el tiempo y la vista
resultan escasos para tanta lectura.
El tiempo que para los viejos
es más corto y joven.
Han dejado de importarme los nombres,
se han alejado de mi memoria sus imágenes,
ellos y ellas aunque fueron sentimientos vivos
han dejado de tener sentido.
He escindido
la parte de las ciencias exactas de mi mente,
ya no quiero promediar porcentajes
me rehúso a encontrar
el percentil del equilibrio.
Y aunque para uno de nosotros
esto no haya sido cierto,
lo único que importa ahora, imperecedero,
es que me vertí entera de a pedazos.
Esos trozos ruinosos y desgastados
que como fiera hambrienta
le arranqué a la vida.
Sigue planeando cual ave ebria.
Sigue incrustando tu corazón en las espinas
de las flores mustias que necesiten color,
que aunque la existencia
de estas suele ser corta,
aunque sea por poco tiempo
degusten del sabor de la sangre
que siempre es pasión.
Desde un útero de piedra nací
polvo de tiempo y en llaga viva
goteando la esperma que transpira risa
sembrando migajas sobre cuerpos enteros.
Carne blanca, firme y tibia, de gacela;
ojos tristes, mudos quietos, de gallina;
por eso solo te ofrezco
noches con minutos húmedos,
cobijando en mis entrañas tu eternidad
acogiendo en mis brazos
lo efímero de tus sueños.
Sabiéndome caníbal,
oleré los pliegues de tus flores
mientras mi mano reprimirá
la boca que ansia devorar tu carne.
Tornaré mi cuerpo en arpa
para estar rendida
ante la ejecución de tus dedos,
llenando el espacio con música y gemidos.
Ayudarte a subir a la cima de mi montaña
y desde allí, perdidos entre las nubes
enseñarte a atrapar las estrellas hechas miradas.
Cubrir tus parpados con mis desvelos,
llenar mis ideas con tus planes
y convertirlos y ejecutarlos.
Dejarme penetrar
mientras me miras con tus anhelos
cuando mis manos se hunden en tu esperanza
y te hurgan fibra por fibra
hasta el color de tu poesía.
Volverme luz, pero apagarte las luces.
Dejarme penetrar tanto
hasta preñarme de tu futuro,
lograr que cierres los ojos
para empezar a caminarte sin testigos
Y como sé,
que todo lo que te doy no es suficiente,
no te brindo la vida porque se me acaba.
Te ofrezco mi muerte en su día de estreno
porque eso es eterno.
Y coloqué la primera piedra
sobre la arena movediza
que con pilares de viento
erigió el templo a la fruición.
Sin reclinatorio me hinqué sobre su cuerpo
impetrando mi oralidad en su piel.
Y con el rosario de mis dedos
me apoderé de la gloria de su orgasmo,
imbricado en mi silencio.
Hice un invento del invento;
mis manos tenían la agilidad necesaria
mis dedos la medida exacta
y tu voz,
el significante hecho sexo y distancia.
La espina de la ausencia
circundaba el tallo que alimentaba mi rosa,
pétalo a pétalo
empezó a deshojarse en el tiempo.
A este primer grito lo ahogó tu última palabra,
al estertor orgásmico lo enfrenté al espejo
quien me devolvió un ser fraccionado;
ahora estoy aquí
esperando a que recojas mis pedazos
y los uñas sobre tu cuerpo.
No hay propósito en el caer de la lluvia
fuera de mi ventana
No hay planificación
en las miradas perdidas de olvido
Menos, todavía, hay alevosía o ventaja
en esta necesidad sui géneris
que tengo por poseerte
hasta arrancarte a jirones
los recuerdos de tu futuro.
No hay propósito en la sombra
que da cuenta de mi luz.
No hay motivo que me impela
a dejar de respirar mientras te aspire
Tampoco hay sentido,
en ese sin razón que me late en la espera
Voy camino adentro, segura y añosa, abriendo
rutas en mis venas
mientras la sangre se me escurre entre las
manos ansiosas por alcanzarte.
Sangre de héroe, sangre de santo,
sangre de mártir, sangre de madre.
Amor de pie, arrodillado,
hincado ante el mismísimo dios de la ilusión.
Me desperté prisionera de la libertad.
Voy pariendo
lágrima a letra este maldito dolor
que me concebiste en esa noche-mañana
que ningún nuevo día me lo hará olvidar.
Voy añeja, sabia pero olorosa.
Con ese hedor que exudan
los pliegues de los cuerpos
que cansados y viejos han comenzado a morir.
¿Cómo podría odiarte?
Sí amé tus yemas sobre mis dedos
incitándolos a recorrerte.
Las llagas en mis manos
me hablan de los caminos abiertos,
de las zarzas arrancadas,
de la presencia de las rosas
que me negaron sus pétalos.
Elizabeth Quila (Guayaquil,1966).
Narradora y poeta. Licenciada en Literatura y Comunicación por la Universidad Católica de Guayaquil; Magíster y Ph.D. en Psicoterapia Psicoanalítica por la Universidad Complutense de Madrid.
Autora de: Travesti de almas (Cuento); El Culto (Novela); Cristina (Novela); Oblivion (Poesía).
Fundadora de la Editorial “El Conjuro”. Actualmente dirige la Casa Cultural de las Américas en Houston (Texas).
SOBRE OBLIVION Y OLVIDOS
El amor, ese doble espejo donde el amado es el azogue de la amada y viceversa, fue, es y seguirá siendo por los siglos una fuente de forma y digo esto porque la fuente de la misma agua se despide y se alimenta.
Sus variantes son innumerables, desde el canto exaltado con todas las eufonías- y muchas veces necesarias exageraciones- que la pasión demanda hasta el verso contenido, contrito, de la intimidad expuesta, pasando en el camino por el alegre florilegio, hasta los precipicios de la tragedia.
A veces como diálogos entre los protagonistas, otras como soliloquios. En el caso del libro Oblivion ambas opciones se conjugan en una sola. La poeta le habla al amado para que el espejo le restituya su independencia y lo hace con tanta determinación como delicadeza. Dice:
“El tulipán de tu piel
Ahora es el amarillo de mi sonrisa”.
Escribió el poeta argentino Leopoldo Marechal “con el numero dos nace la pena”. Y en esa alquimia del amor y el desamor donde el olvido quiere decir sus últimas palabras, Elizabeth vence el reclamo y su furia escondida, con un golpe de talento, sabedora de que sin esa metamorfosis no existiría la poesía que le de permanencia. Escribe:
“Dispárale a este ciervo que se quedo sin madre
cuando perdió el deseo de tu cuerpo”.
El libro comienza con poemas que van inscribiendo una carta secreta y, poco a poco, termina desencadenándose en un contenido torrente, con el mismo lento y progresivo caudal que brota de una herida abierta. Y en ese momento se hunde y deshunde en el espejo del amado, vuelve en sí misma y se afirma. La poeta encandilada y verduga:
“Desde un útero de piedra naci
polvo de tiempo y en llaga viva
goteando la espera que transpira risa
sembrando migajas sobre cuerpos enteros.
Carne blanca, firme tibia, de gacela;
ojos tristes, mudos, quietos, de gallina”.
Un salto fuera del código, un riesgo conseguido el de estos últimos versos, donde se comprueba la versatilidad expresiva que puede alcanzar su poesía. Quila se abre aquí como una rosa de arena, creciendo desde su desmoronamiento y cicatrizando fuera de ella. Pero este gesto que la restituye no la protege, confiesa en otro poema.
“Me desperté prisionera de la libertad”
Un libro estremecido es este, va palpitando con la memoria a la intemperie, se despliega de latido en latido emocionado, y es que muchas veces el amor necesita del olvido para que el amante pueda reconocerse.
Un despeñarse despacito hasta dar con el vacío, ese espacio demasiado blanco donde el amado desaparece. La poeta lo despide desde adentro de su relámpago.
“Adentro ya no estás tú y en esa ausencia la selva grita…”
Y cumplió con la maravillosa alquimia que solo la poesía posee: “lo aniquiló para resucitarlo”.
Este libro guarda para sí y para siempre esa confesión ardiente y ese raro prodigio.
Teuco Castilla (Poeta)
Oblivion te arrastra a una corriente de la conciencia donde Eros y Tánatos se abrazan y repelen para evocar al cuerpo y su derecho a desnudarse en público a través de la palabra. Hay versos en este libro que perturban, porque son yuxtaposiciones movedizas que reinventan los deseos y los odios, y nos exponen a capturas y abandonos que se incrustan en los mismos nervios cuando arriban a un territorio que no se sabía existente, y sin embargo allí ha estado, a la espera de una composición torrencialmente dislocada y estremecedora, que se junta a aquella otra, que ya la estaba aguardando desde esos aposentos innombrables, no obstante también definitorios del material del que se hacen nuestros verbos y nuestras vidas. Que no es poeta dice Elizabeth, que sí es yo le digo; si este su primer andar en verso provoca de una manera inquietante, casi angustiosa; cómo serán los que vienen, qué nos harán los próximos. Bien por esta escritora ecuatoriana, sobreviviente fiera de los incendios de la masa y que un día decidió beber las aguas del migrante para ahora desde otro mundo y otros hálitos ofrecernos sus olvidos que también son olvidos hechos de memoria. ~ Ana Cecilia Blum (Editora Metaforología Gaceta Literaria)