Metaforología tiene el gusto de presentar 14 poemas de Carolina Zamudio tomados de su libro La oscuridad de lo que brilla, publicado por el sello editorial Arte Poética Press, Nueva York, 2015

 

Fotografía cortesía de Rémy Durand.
Fotografía cortesía de Rémy Durand.

 

 

Un trozo de vidrio

Nada tengo
y todo al mismo tiempo.
Río de ideas
que se alimentan en algún arroyo
denso de infancia.
La copa en la mano
como toda medida del ahora.

Pasado y futuro no importan.

Intervalo fugaz
—ya no es—.
Aquí hay
un trozo de vidrio.

 

Parirse

Parirse ¿se puede?

Dice que sí y argumenta:
volver a nacer como acto inaugural
y básico. Infrecuente egoísmo.
Loba que aúlla a la aureola traslúcida de un lucero
ojos precisos
intensos como lente
lazarillo que obtuvo su acta de emancipación
y con lágrimas de tinta imprime ahora historia.
Pelos al viento, corriente
libertad soldándose a la cara.

Parirse se puede.

 

Corte

Dar una parte mía:
qué sería mejor que dar los ojos
para que alguien descifre
los atardeceres con los que me debato
o la mano izquierda que
compañera
sostiene a la derecha que lleva la garra
una pierna
darla sería regalar esa cojera
con la que a veces voy de tarde
el regazo, para pesar la noche
este pulso ecléctico.

 

Fotografía

Se incrusta como el rayo
que ahora a lo lejos cae
permanece en el espacio seguro
que es la noche
con el hambre de quien busca
ser bendecido por lluvia.

El cielo late una emoción
la búsqueda. Dos ojos enfermos
de irremediable vigilia
sentido que conjuga
lo que deja
inalterable el instante.

 

Sin red

En tierra de mariposas
a la caza de sofismas.
Sin red.
La noche tiene un balcón
con vista hacia adentro.
A veces ingreso.

Amo el silencio que duerme
la casa. Y yo
todo agita
yo muchos, ninguno
desde afuera hacia un bullicio único
que todo ancla
vierte.
Noche: tus pasillos me develan
el infinito
y ese yo.
Los otros claudican.

 

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Un poco antes de caer al sueño

De día establezco manzanas en rituales
parábolas descifro en el nuevo día.
La obligación señala con el índice
las horas ofrendadas a promesas de madurez ajena
a propias ofrendas de promesas
verdes de no cumplirse.
Un poco antes de caer al sueño
afloran sombras piadosas que aquietan
y algo bueno encuentran aquí.
Un poco antes de caer al sueño, casi
premonitorios crecen
el ideal de los anhelos personales
la certeza de la madurez ajena
por la que siembro palabras.
Silencio.
Y es un poco antes de que el día
se digne morir
cuando un círculo se cierra.

 

Inmovilidad

Lo que escapa de este cuerpo enfermo
cristales quebrados con lágrimas
paisajes en cámara lenta
sollozos de último sofrito
nombres propios
apellidos prestados.

Una parte, que habla bajo la piel, se derrumba.

El cuerpo es una habitación hostil
desde la que apenas se alcanza
en puntillas
un borrón de la inmovilidad.

 

Entera

De boca en boca
del alimento al beso
recodo en la palabra.

Dar de comer
entregar
entera desde esta inmensidad
y finitud
desde mí
en el mundo.

Todo
desde esa boca que espera
el mordisco
desde esa otra boca
que concierta y se funde en esta.

Casi nada, ínfima
desde el cosmos
que —también— mide
se desboca.

 

Codicia

Hay reparo, avaricia en los bordes de la lengua
lo que se derrama todo inunda
un hueco de luz amanecido ancla
a una ventana la tarde
la frescura densa del agua
agita a lo lejos

por el ángulo de mis piernas sale el sol

donde antes se escatimaba un cuento
fantástico relato delira jadeante
la magia que cabría a lo lábil del momento
en historias prestadas oscurece demente
no hay ahora, nunca, quien extraiga y cuente
que dos cuerpos usados apenas improvisan.

 

Y se dejó ser silencio

La misma noche, nunca acaba
olor a fin de infancia
el amor respira doliente.

La misma noche, el mismo olor
disueltos y añosos besos
compasión de luna de agua. Vieja.

La misma noche, perder lo no perdido.

La misma noche, suspendida en tiempo
el mismo mío olor en él
una almohada me piensa
me duerme
me encuentra ausente
por primera vez inmensa.

La misma noche, el mismo olor
como alguien que leyó el destino
y se dejó ser silencio.

 

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Siete

Como gotas que la gravedad vuelve charcos
uno a uno moldeamos instantes
y entregando lo diario
azuzamos también el destello
ligero de la trascendencia.

Seremos una mirada
imágenes, uno o varios desencuentros
palabras
un día cualquiera, silencio.

Siete pasos separan
de vez en cuando del abismo
no se cuentan. Se imaginan.
Se relata como cronista
esa muerte premeditada
que no será —por poética—
nada más que eso.

 

Mis muertos

Llevo mis muertos vivos en mí.

Vienen de mañana a extasiarse en mi mano
cuando acarician luminosos
las frentes de mis hijas. Uno mira al espejo
en mis ojos
de un pardo más ocre que verdoso
asomando enigmático por los párpados caídos
de otro muerto que vive en mí
hasta que la muerte nos separe.

 

Ritual

Tómese un ramo de flores, mejor si recién nacidas, mejor si bellas.
Colóquese en la punta más elevada de un árbol.
Récese una oración a Santa Clara.

No es triste hoy la lluvia
llega antigua y estruendosa
fulgor fucsia de trinitarias
en las que mi abuelo confiaba
para armar un ritual
que ahuyentara aguaceros.

Tanto ha cambiado el mundo desde entonces
que la trinitaria se declara inmune: añeja.
Y aunque mude calendario y flores
como mi abuelo la lluvia inunda alguna vez.

Y ya nadie queda que organice una agüería.

 

Certeza

La muerte no se llora en remolinos de certeza.

Sucede —casi siempre— en medio de arrebatos
de una alegría a otra
se calla y fecunda en el centro del miedo.
La vida es una grieta de luz
que transcurre entre el negro más puro
y la oscuridad infinita.
Vivimos encendiéndonos estertores
no lloramos porque estamos mudos
y —como música de cajas huecas—
queremos escapar del cuerpo buscando alivio.
La muerte anda por ahí burlona
aguijonea eso que nombramos ausencia
es quien manda a otros a que vistan el cuerpo.

Entonces tememos no ser rozados
abrazados ya por nuestros hijos.
Conjeturamos, tarde, otros finales
como dueños de esa vida que compartimos
—tiempo y espacio—.
Huimos, esquivamos
nos plantamos arrogantes desvalidos
ante nuestra propia vida.
Si acaso contuviera ese mohín
que no llora o se llena de argumentos:
ante nosotros, los otros
y el único con una certeza.

Creemos vivir
un espasmo
un cortocircuito
un infarto en la carrera entrecortada por el sueño
como ese del que despertamos
preguntándonos si es cierto
si seguimos vivos
o acaso fuimos nosotros.
Y descubrimos que la muerte puede ser
ese instante luminoso
que sucede tras el negro y largo rato
que alguien nombró vida.

La muerte vive y es la única certeza.

 

 

carolina-zamudio

 

Carolina Zamudio. Poeta, narradora y periodista. Maestría en Ciencias de la Comunicación. Autora de los poemarios: Seguir al viento, 2014; y La oscuridad de lo que brilla, 2016. Ha sido invitada a leer su poesía en Festivales Literarios de América y Europa. Su obra consta en antologías y revistas de artes y letras. Traducida al inglés, francés, árabe e italiano.

 

 

 

SOBRE LA POESÍA DE CAROLINA ZAMUDIO

 

…Una mujer acostumbrada a la belleza de las formas decide entrar en la sombra, como quien pasa de Apolo a Dionisos, dispuesta a pagar el precio que ello entraña. El resultado obviamente es un lenguaje que se reinventa en el cieno de las aguas y recoge la materia espesa que son la mezcla de la luz de los días y el fondo del alma. Uno siente al principio que se trata de una música rara, desacostumbrada; pareciera incluso que los ritmos verbales se tropiezan; pero no, al adentrarse en esa música —muy original por cierto— se advierte una percepción sensible del dolor de ser, una mezcla de sonido y sentido, que recuerdan a ciertos poemas de César Vallejo o pasajes paradójicos de Olga Orozco.
Por lo dicho, se entiende que este libro es un descenso por las grietas del aljibe interior, con la única luz que da la pequeña llama, resultante de la suma de la intuición más la conciencia. Es como si la máscara del carnaval desnudara de pronto lo que hay detrás de la máscara de la persona: unos trozos de vidrio de la copa que es el cuerpo de la hembra; un hoyo agrietado, seco… y, como si allí abajo todo fuera inverso a lo que hay arriba, lo que aquí era luz, allá es sombra; lo que aquí era verdadero, el sol, el colorido de la tarde, los pájaros, el cielo azul…, allá es mentira; hasta el árbol que servía de sombra y sosiego se descubre puñal oscuro que marchita los pétalos en el rostro…” ~ Luis Fernando Macías (Profesor de la Universidad de Antioquia)

 

Esta colección de poemas de la poeta argentina Carolina Zamudio se presenta en edición bilingüe (Español/Inglés) gracias a la cuidadosa traducción de Miguel Falquez-Certain. El escritor ecuatoriano Augusto Rodríguez la ha llamado: “un poemario fino, penetrante y directo”.
ARTEPOETICA PRESS INC. (September 27, 2015)