Metaforología Gaceta Literaria tiene el gusto de presentar Barcas sobre la zarza ardiente, el poemario último de ese grande y entrañable poeta argentino que es Enrique Solinas. Este es un libro conmovedor, dedicado a la llama del padre que se va extinguiendo; elaborado con textos muy intensos, los cuales llevan al lector por las reflexiones del hijo que ama y ha sido amado, quien desde su voz también hace que la voz del progenitor hable, y mediante estos saltos vocales se perpetue la estirpe y la memoria, donde la palabra resulta aquella guerrera vital que logra fielmente vencer a la muerte, pese a cualquier despedida. Gracias Enrique por hacernos llegar tu vida y tus versos, qué nostalgia de no haber tenido un padre que inspire líneas tan puras como estas. Gracias poeta-hermano por el don de tus bellísimas zarzas ardientes.~ Ana C. Blum (Editora de Metaforología)

 

 

Enrique Solinas (Poeta y Traductor)

 

“Conozco a mi padre,
como la noche conoce
las estrellas.”

PIA TAFDRUP

Distancias

Padre mío,
tan callado.
Aquí conmigo estás
y me parece ver a un dios
capaz de caminar sobre las aguas
y nadar el desierto.

Tu mirada atenta
por percibir una señal
que indique
la presencia de un pez,
de la víctima
el sutil movimiento.

Tu mirada perdida sobre el agua
como tantas otras cosas
se perderán,
la realidad en la memoria,
la memoria en los recuerdos
y los recuerdos,
en nuestra propia historia.

(Se ha soltado una barca,
el río
la lleva hasta su centro).

Padre mío,
tan lejano

como un sol oscuro
en esta tarde
o mis palabras

que intentan
callar para decir.

 

Habla dormido

Gira su cabeza en torno,
con los ojos cerrados,
a un ruido que percibe.

No existe ese sonido,

seguro es la voz

del miedo.

Dice o parece que dice,
“no hay abandono
más grande
en esta tierra,
ni crimen imposible…”
y retoma el dormir.
Es que a veces
nadie sabe lo que piensa,
y lo que dice o parece que dice,
resulta conocido.

Luego despertará
y mirará desconcertado.
Dirá que soy su hermano menor,
lo jurará por su próxima tumba
que algún enterrador ya está cavando
en algún cementerio próximo
a mi desesperación.

Nada se puede hacer sino esperar
a qué pase el tiempo.

(EL TIEMPO:
ese animal que muerde las entrañas;
ese ingenuo feroz que nos cercena).

Como cuando éramos jóvenes
y, a la orilla del río,
pescábamos en silencio.

 

Huye la luz

Huye la luz y ahora
es una heroína trágica
que se dirige hacia su tumba.
Las sombras aparecen
en este atardecer y nada,
nada de lo que podamos decir
puede ser cierto.
Porque decir lo que se debe
es igual a engañar,
a no decir,
entonces
dejémosle
su lugar de ofrenda
al silencio,
que se exprese en nosotros,
padre e hijo,
tan extraños;
un padre que piensa
que la vida es
caña, tanza, anzuelo y carnada
para poder vivir;
un hijo que ha guardado
en su corazón
preguntas
y más preguntas.

La noche es una pantera hambrienta
que persigue a una joven
a punto de morir.

El padre continúa inmóvil
sobre el muelle
y piensa,
“perdónalo, no sabe lo que hace”.

El hijo
cierra los ojos
y escucha.

 

Las dos orillas

“Nuestras vidas son barcas en el tiempo
que navegan la memoria en desaparición”,
escribo,
mientras ahora la noche es un santuario
hasta que llegue el día.

No me dejes ir, tan solo,
hasta el país del sueño.
Puedo no volver
y así quedar anclado
en mitad de la vida.

No me dejes ir, por eso
tomo tu mano en la oscuridad
y creo que esa amarra
sostendrá mi cuerpo
entre las dos orillas.

(El sueño avanza en la noche
como un guerrero furioso
hasta el corazón).

Y no me dejes ir, tan solo,
te lo pido,
acuérdate de mí
cuando vengas en tu reino.

Porque es noche y es siempre.

Porque puedo no volver
y tengo miedo.

 

Tengo sed

En el centro del río
hay una barca perdida
mientras
el sonido del agua me adormece.
El padre es una figura quieta
bajo la luna y las estrellas,
y parece haber olvidado
el tiempo y el espacio
al que pertenece.

Nado desnudo bajo la misma noche
que me vio nacer,
nado desnudo hasta el centro del río.
Voy en busca de la barca,
de mí,
del padre,
del sol.
Los peces rozan mis pies y el frío
es una lámpara mágica
que restaura el dolor.

¿Cuántos muertos hay en este río?,
pienso
y cuando nado,
sé que los muertos
me llevan hasta la madre ausente.
“Mujer, este es tu hijo”,
dicen,
y su cuerpo de agua
me protege.

¿Pero cuántos muertos habrá
en el fondo del río?

Subo a la barca y regreso
al muelle donde el padre
continúa eterno.
Cuando lo miro,
parece un hombre frágil,
terco,
inconsciente.

Un espejo de luz
donde las palabras
no alcanzan.

Un reflejo irreal,
un sueño.
Un arquetipo al que le exijo lo que soy.

 

 

Mi padre habla con los muertos

La cama del hospital donde mi padre
descansa horizontal y yace quieto
es una barca antigua que navega
desde el tiempo inmemorial hasta hoy.

Pero resulta ser
que en realidad la barca somos nosotros,
ni mejores ni peores,
desprovistos
de todo maquillaje,
de toda palabra que no diga
el silencio y su representación.

Aquí la muerte es blanca
y no hay más por decir.
Aquí no hay nada para hacer
sino esperar a que suceda
lo que todos esperamos,
y no queremos.

Mi padre habla con los muertos
en su barca de noche.
Mira hacia donde nadie ve,
levanta las manos
como si quisiera
atrapar el silencio.

Será por eso,
entonces,
que cada vez entiendo
menos lo que dice,
al mismo tiempo que navega
decidido y mortal,
con las velas desplegadas,
hacia el reino.

 

Hijo:

No quiero tumba para mí,
tan sólo quiero
ser una palabra
en la memoria
del tiempo,

habitar tu boca,
ver en tu mirada,

que me recuerdes,
tan sólo,
para no morir.

 

El paso del tiempo

Abre tus manos al mundo,
padre,
recíbeme,
no soy el hijo aquél
que despediste oscuro
y triste,
ya soy un hombre.

Pronto se elevará el sol.
Pronto la luz revelará
nuestra melancolía.

La noche ha transcurrido
en silencio
y nos abrió los ojos:
lo que tememos que pase,
sucederá,
y nunca más
volveremos
a ser los que fuimos.

Abre tu cuerpo al mundo,
padre,
¿no ves que nuestras diferencias
nos asemejan?
De aquí partió un hijo
con muchas palabras
por decir.
Y ha regresado pródigo,
claro como el agua,
como la luz de la luna
cuando cae hasta el cielo.

Abre tu corazón al mundo,
padre,
en tus brazos
encomiendo mi espíritu.

Porque el tiempo ha pasado
y nos vuelve más perfectos y torpes;

porque el tiempo ha pasado
y nos muerde las entrañas,
nos cercena;

porque el tiempo ha pasado
y nos enseña esta lección:

De ahora en más
y para siempre,

yo seré la palma de la mano
que te proteja.

Y tú me llevarás
a navegar el río de la historia,
a compartir las imágenes
que tu memoria guarda
de todo tiempo anterior
a esta despedida.

 

En la zarza ardiente

Desde esta absoluta oscuridad
veo a mi padre despedirse
con esa dignidad propia
de quien conoció
el mundo y lo habitó.

Acompaño a mi padre
en el gesto de su despedida,
en esta vida de hospitales
donde todo pasado es presente
y el futuro
es nada más
que una conversación.

Atrás quedan
los días de la noche,
las palabras
que debían madurar
para ser ciertas;
queda en el camino
la expectativa
de lo que no sucedió,
la verdad de la belleza,
su cuerpo inaccesible.

Pero ahora es el silencio,
el silencio que grita
el silencio
en la voz del bosque.

Pero ahora es el deseo,
el deseo de que el tiempo
vuelva hacia atrás,
cuando el invierno todavía joven
encendía
su lámpara mágica
y alumbraba el camino
de nuestro alegre porvenir.

 

Desencuentro

Mi padre con su voz suele agitar
todos los días
las aguas preciosas del silencio.

Navego las aguas del silencio
cuando la voz de mi padre
crea
el comienzo del fin.

 

 

ENRIQUE SOLINAS nació en Buenos Aires el 11 de Julio de 1969. Desde 1989 colabora con publicaciones de Argentina y del exterior, es docente y forma parte de grupos de investigación en Literatura argentina, Literatura latinoamericana y en Literatura y Mística. Publicó en poesía: Signos Oscuros (1995), El Gruñido (1997), El Lugar del Principio (1998), Jardín en Movimiento (2003), Noche de San Juan (2008), El gruñido y otros poemas (Antología poética, 2011), Corazón Sagrado (2014). En narrativa: La muerte y su conversación (cuentos, 2007).
Por su labor literaria obtuvo varios premios, entre ellos, 1er. Premio Nacional Iniciación Bienio 1992/1993, de la Secretaría de Cultura de la Nación, el 1er. Premio Dirección General de Bibliotecas Municipales de Buenos Aires 1993, Mención en los Premios Municipales de la Ciudad de Buenos Aires a la Producción 1994/1995, Subsidio Nacional de Creación de la Fundación Antorchas, Concurso 1997 de Becas y Subsidios para las Artes, el 1er. Premio Estímulo a la Creación año 2000 de la Secretaría de Cultura de la Nación, la Beca de Residencia Shanghái Writing Program 2014 otorgada por el Gobierno de China, etc.
Ha traducido y versionado a numerosos autores, entre ellos a Safo de Lesbos, Horacio, Ovidio, Sharon Olds, Lucielle Clifton, Thomas Merton, Patrick Kavanagh, Roy Campbell, Edward Thomas, Rupert Brooke, R.S. Thomas, Anne Sexton, Sylvia Plath, Jane Kenyon, Crystal Williams, Henri Cole, Ruthven Todd, Li Young-Lee, Alda Merini, Henri Meschonnic, Zhao Lihong, Gu Cheng, etc.
Su obra forma de parte de antologías nacionales e internacionales, siendo traducido al inglés, al francés, al italiano, al griego, al portugués y al chino.