Traigo las palabras erguidas
CUATRO POEMAS DE
RAMIRO CAIZA
CIUDAD DE OROPEL
Desde las ventanas empotradas en la fachada de mi cara
miro el reflejo de los pájaros de paso sin la angustia
de la cercana noche inclemente que me espera
ante el atroz palpitar del silencio que me inunda.
Vuela el objeto en movimiento desde la plaza
espacio libre para la transacción de los valores
ante el estupefacto sentir de las marcas impregnadas
en la memoria de los días y las noches sin medida.
Pulsa la nota de la corneta en la esquina
ante la atalaya de la sombra que me persigue
voraz acertijo de los nómadas mercaderes
que capturan las almas vacías de los días.
La columna robótica efímera de la existencia
suspira ante el flemático sigilo del trajín
se esfuman las evocaciones anémicas de porvenires
inusitadas voces cacarean desde el templo.
Nacimiento de la lujuria y el despilfarro en la niebla
la abundancia se mide en canastas de oropel
el suspiro es la medida de la felicidad en medio del movimiento
de las caretas que danzan en cuerpos prestados.
Vaciar el vino para acelerar el encuentro
de las voces subterráneas que se pronuncian desiguales
desde tus bordes virginales en mitad del día
con la palabra erguida que viene desde la penumbra.
La luciérnaga palpita en su vuelo inconcluso
aterrizar en ciudades imaginarias es la tragedia
precipitado viaje que se estrella en el hormigón
de los grafitis que reflejan el sentir de la memoria.
En fragmentado asfalto se diluye el cuerpo plástico
en medio del humo de las cabezas extinguidas
de cuerpos vacilantes que huyen de la caverna
con indumentarias que resisten el fuego del dragón.
Silban el viento y el epitafio temprano en las ojeras
del relámpago enjoyado que vibra en la quimera
cosificada diagonal que traza la ruta como cuento rancio
abandono en la travesía solitaria donde catan los vampiros.
La puerta desierta puntual en la esquina del infortunio
espera la llegada de los agraciados del banquete
quienes olvidaron la raíz en la ebriedad del desmadre
por el resplandor de las monedas ofrecidas a granel.
Brilla la sombra de los tentáculos en la plaza
languidez me obliga necio volver la vista atrás
último repaso de lo transitado ante la seducción
de las imágenes que pueblan el pavimento marchito.
ESQUINA AZUL
Vienen los cánticos lúgubres
los sonidos destemplados arriban
golpean la vidriera descuartizada
que trasluce los rayos fatigados
en esta habitación el ánima palpita
busca aposento a destiempo.
Nada más que silencios rotos
serpentinas elásticas que perduran
gotas de ácido en el ojo estático
dan el campanazo fuera de tiempo
desigual combate ante la muchedumbre dormida.
Con mi fajo de luciérnagas
intento persuadir el grito
evadir el azote directo
de tu cuerpo despierto
volcán activo que todo lo calcina
Asalto tras asalto el combate continúa
tu mirada me ciega como un rayo
perdido en la soledad de la noche
me pulsa la armonía de tus adentros
hasta que el golpe de tu partida me fulmina.
EN LA CALLE ALEGRÍA
La madrugada me atormenta
es el desierto que me absorbe
sin tener noticias tuyas
ayer en frente nos abrazábamos
hoy quedan palpitaciones leves en mi claustro.
El viento sopla y se mete en las entrañas
bajo la cama rechinan los maderos
igual que mi acelerado corazón
tras los cristales titila una luz incierta
se mecen los cables enmarañados
en mis narices desoladas.
El croar pausado me lastima
y lloro al amparo del silencio
huérfano de ningún aliento
que me ahoga y disipa en humo.
Sentado frente al espejo
he dibujado tu silueta
ella refleja varios rostros
de quienes me acompañaron
y me abandonaron por causa justas según dicen
también miro el pasar de los amigos
quienes tampoco están en la hora verdadera.
El tiempo me ha condenado a estar vivo
reitero solo frente a tu casa
donde fuimos uno y nada
ahora con los años cargados de memoria
me desvisto y miro mi esqueleto
marchito en la espiral del tiempo.
LA PALABRA
Vengo con la voz fresca luego de eludir
las carambolas alucinantes que me despertaron
para enfrentarme a tus provocaciones cristalinas
hoy mi palabra arrugará las cortinas desteñidas.
En la hora profunda cuando los piélagos se calman
ante el vistazo sugerente de la luna cohibida
necesito escupir mi canto adormecido por décadas
es la hora de gritar a rienda suelta mi desamparo.
Traigo las palabras erguidas después de tantas batallas
conservo el talante inyectado por los abuelos
desde tiempos inmemoriales para vomitar
en la apariencia de vestidos largos y maquillajes apurados.
Tengo sobre mis espaldas la memoria viva
soy el bardo que vaga sin tiempo en todas las edades
el aguijón punzante que clava en la intimidad
traigo el garfio para arrancar el insomnio de una puta vez.
He aquí las voces con sonidos de cascabeles
que golpean en el centro del torbellino
para levantar por los aires la cuna abandonada
y echar los cerrojos sobre la chatarra inmunda.
Acumuladas tengo palabras de epopeyas y ciclos líricos
del vagabundear por múltiples pieles y rostros marchitos
desde las profundidades llega humeante el mensaje acumulado
compulsiva muestra de perfiles rotos en el trajín del tiempo.
Con vastas miradas exploro el deambular de las palabras
que acurrucadas en las llactas y wakas gimen por salir
y desnudarse en plena vía pública para confesar su historia
hender su afilada navaja en la fisonomía del curioso pasajero.
Ramiro Caiza (Machachi-Ecuador). Poeta y gestor cultural.
Ha sido redactor y director de medios impresos en Ecuador y España. Director y presidente de varias entidades culturales dentro y fuera del país.
Autor de más de veinte libros entre poesía, ensayo y cuento.
Conferencista en congresos de antropología, gestión cultural, comunicación, literatura, sociología, tanto en el ambito nacional como internacional.
Miembro de varias instituciones culturales en el Ecuador y Cataluña.