Los Tres Paralelos del 2017
Metaforología Gaceta Literaria, en su primera entrega del año, tiene el gusto inmenso de presentar a los Tres Poetas Ganadores de los Premios Paralelo Cero del 2017, que organiza anualmente el Encuentro de Poesía del mismo nombre y El Ángel Editor en el país de la Línea Equinoccial. Los poetas galardonados han sido: Juan Carlos Olivas de Costa Rica, Primer Premio y Javier Alvarado de Panamá, Primer Finalista, en la Categoría Internacional; Jorge Andrés Gómez Valdez de Ecuador, Primer Premio en la Categoría Nacional. Los tres son vates del Nuevo Mundo, los tres nacieron en la década del ochenta, los tres van escribiendo la nueva poesía latinoamericana. A continuación presentamos una muestra de cada uno titulada con sus libros premiados.
¡Brindemos!
EN HONOR DEL DELIRIO
JUAN CARLOS OLIVAS
(Turrialba, Costa Rica, 1986)
DEDICATORIA
Madre,
perdóname por este libro oscuro;
tú que siempre me incitaste a la luz
y llenabas mi sangre
con el sucio talismán del porvenir.
Aquí en estas páginas
yace tu hijo acribillado por las palabras
y los pájaros que enciende la derrota.
No pudo acercarse a aquello que quisiste para él.
Su juventud la dedicó a perderse,
a sembrar cardos en la sal del sueño,
a desmembrar su carne para dársela a las bestias;
pero antes de partir, hizo asamblea,
y escribió en las paredes de su claustro
un mapa para viejos fumadores de opio,
una elegía para las dalias
que crecen en la tumba de un Rey,
el soto, el tomillo y la argamasa,
los ladrillos que construyó con tus huesos, madre,
el muro y la más alta torre
de todas las mitologías.
Ahora ha creado el mundo
y el mundo ya no le pertenece.
Acércate a él y respira;
toca con claridad su bosque umbroso
donde habita la serpiente
y afina el paladar,
sé precisa al llamado del sauce
y la hiedra que te mece en su veneno.
Perdónalo,
por este libro
escrito bajo un siglo que perece.
Perdónalo, perdóname, madre,
por decirte que la memoria
es ese pez que salta de la luna al sol
y cae entre tu rostro
como un ángel, al fin, hecho ceniza.
CRÓNICA EN VILO
Solamente los muertos reconocen el reverso de las piedras ~ Olga Orozco
Primero olvidaré mi nombre.
Luego las gazas que se acumulan
en el vaho de esta noche.
Después reiré ante los objetos
que llegan al acecho
como verdugos entre las comarcas.
Repasaré los viejos manuscritos de la desesperanza
y pensaré en la erosión de los días perdidos,
el azogue del látigo en las míticas batallas.
Diré en voz alta el verso
que los gladiadores decían antes de morir
y dejaré en la arena un símbolo
que escribiré con la punta de mi lanza.
Iré retrocediendo entre las sombras
como un antiguo sueño atado al porvenir,
ya no escucharé gritar la muchedumbre,
sus rosas volar desde la gradería
ni a la mosca que llega a posarse
sobre mi sangre seca.
Pido perdón a los que vienen conmigo,
perdón también a aquellos a los que no pude seguir.
Solamente los muertos conocen el reverso de las piedras
y solo esta piedra reconoce mi nombre.
EN HONOR DEL DELIRIO
Una mujer va subiendo por mi sangre
en ese instante previo al disparo.
Muy al fondo de la página en blanco
he visto las catedrales caladas,
las huestes de la perforación
en un vaso de vino,
todas las vicisitudes que me he prohibido
y hoy desfilan para hacerme caer
en el momento justo
en que la luz deviene de la pólvora.
Atrás dejé el ruido de los naufragios,
abolí la visión de un cuerpo de cristal,
desterré al regimiento
que hacía ronda en las madrugadas
para sodomizar mi ángel,
y vi cómo en la noche
los pescadores enterraban una granada
en el centro de la luna.
Nada de esto fue gratuito
ni hizo que mermara mi fiebre.
Pasaron junto a mí los gatos de la lascivia,
sus lenguas eran dunas opresivas,
llevaban sobre sus lomos mis visiones,
la gracia que después pidió limosna
a las puertas del palacio de un emperador invisible.
Nunca más veré el día claro,
el trigo de la estepa,
nunca más sortearé
la costumbre de los mundos vacíos.
A mi diestra caerán
miles y diez miles
invocando al Dios del Caos.
El poema será el cuerpo que toque
y haga mío
antes de que el disparo nos acabe,
antes de contemplar en vida
el río de mi sangre,
mancille con la voz
mis manos navegantes
y construya con mi dolor
la barca de Caronte.
DOBLE ESPECTRO
Cuando no estás
y contigo vas halando mi piel
desde una cuerda transparente
aferrada a un anzuelo,
aparece entonces una mujer
que viste con tus ropas,
se pinta los labios de herrumbre,
acicala los gatos de la luz y los domeña.
No la conozco
y puedo jurar que la amo
aunque se parezca a ti.
Quiero llevarla a caminar sobre las aguas
de un viejo pensamiento,
encerrarla en la flaqueza de mi casa
donde habitaste también
y encendías tus extremidades
para no morir de frío en el invierno.
Quiero enseñarle un caracol
para que escuche la tortura del océano
y el grito de auxilio
de sirenas insomnes.
Pero ahora soy ese pez que halas
del abismo del mar al abismo del aire,
y la mujer que se parece a ti
me ve boquear desde la orilla,
pronuncia mi nombre,
me pide fuego y le ofrezco mis ojos,
sin dejar de parpadear exhala el humo,
se acerca,
veo su rostro en el tizne del mármol,
y en silencio
apaga su cigarrillo
contra mi corazón.
AL POETA QUE DEJÓ DE ESCRIBIR
Cualquiera diría que iba a ser un héroe.
Que mataría al gigante,
que entraría con una cabeza bajo el brazo
por la puerta de la ciudad ya redimida.
Que las palmas calzarían su camino,
que en las paredes escribirían sus palabras
y las mujeres cantarían a coro sus hazañas
de vengador furtivo,
de solitario paladín en las estepas.
Cualquiera diría
que la sangre que hoy lleva en la armadura
no es la suya,
que no vale el dolor sobre la herida ajena
cuando se llena hasta el borde
la copa de la dicha.
Pero falló. Les falló a todos.
No empuñó como debía
la pluma o la espada.
No supo decirnos lo que había
entre el corazón del hombre
y una estrella de fuego.
No pernoctó en el alma del vino,
en el calor de las lenguas lujuriosas
o en la gloria de los tiempos pasados,
y ahora se limita a esto:
soñar que para otros fue la eternidad
y ser un pedazo de carne que se pudre
como una página en blanco
disipada en la arena.
ARTE POÉTICA
El poema dice adiós desde la borda.
En el viento y la lluvia
-ahora inminente- es su propio capitán.
En altamar no cambia de rumbo la tormenta,
aunque se hagan señales de humo,
gestos de piedad sobre el ruido aparente,
o se disparen al aire
los libros de quien calla
cuando ve saltar entre las aguas
al gran pez de la derrota.
Nos miramos por última vez.
La tormenta se dirige hacia nosotros.
Todo poema es un naufragio.
DE ALDEAS EN EL ESPEJO
JAVIER ALVARADO
(Santiago de Veraguas, Panamá, 1982)
COLOCACIÓN FRENTE AL ESPEJO
-1-
Voy a hablar esta vez de lo que he perdido
De estos colores que no temen al cansancio,
De estos árboles que no abandonarán su corteza,
De estas islas que no rechazarán su espíritu andante,
Su propensión a deambular por las aflicciones del continente.
Mi vida no es más que un resumen de una muerte total,
Una acumulación de palabras,
Esas que no se dicen por aprensión y que se asilan a nuestro pecho como una ruta de escape,
Como si fuese necesario utilizar una ruta para agobiar el amor,
Esa corona que se despeja del trono y hace la abdicación posible,
Mordiendo la manzana alquímica,
(El argumento volcánico),
La cristalización de lo humano
Cuando ladra una estrella.
-2-
Soy un marinero que se acuesta sobre el cosmos
Desorientando la ruta de las barcas y los puntos cardinales.
Toco con el dedo índice:
La nostalgia de las causas perdidas
(La escritura frenética de los confines) (La suma de los cielos que es una úlcera a todo lo irreal),
Ese gran timón con que capitaneamos las constelaciones,
Como si fuese a morirme
Bebiendo las galaxias, los agujeros negros que están en las bocas de los caballos,
El ángulo de la teoría que está dispuesto a ponderarme una epilepsia.
-3-
Todo envejece
A pesar del vaso de leche, del pan de avena, de la mermelada de las súplicas.
Al vislumbrar el pentagrama vegetado por el cuervo,
Cuando pasamos de un estado a otro
Y la luz invoca la radiactividad de la pupila,
La irrealidad en espiral que hace peregrinar al corazón a lo más alto de la montaña,
Como atravesar el umbral y hallar las metáforas en el laberinto, haciéndose artífice del polvo,
De los secretos de Dios, de la materia que recorre mi alma, igual que los espectros atraviesan la rarefacción del sueño y de la carne,
A ese otro limbo donde acude la música, donde se alteran las sílabas,
En el punto final donde se copulan los cuerpos,
En el límite demencial donde se tensan los arcos:
Planetando como un ángel
Planetando como un satélite
Planetando como una rosa en su sistema solar
En el acto solitario de romper el dique el universo lácteo
Donde nos ocultamos en alguna cara
(Con esas sonrisas destinadas a una posible hoguera,
Con ese temblor de las bocas antes de morir),
Donde están los poemas de mis nodrizas balbuceados con ternura
Con filos metamorfoseados por navajas en los vellos de mi edad donde se esconde la interpretación,
Los pájaros que deambulan una y otra vez hasta arremeter
Contra el triángulo circense,
Donde arden todos los trapecistas que tratan de incubar en sus manos
La tiniebla,
Donde tintinea un naufragio en mi lengua con su máscara insalvable.
-4-
Yo entiendo que esas manos estarán próximas a apostar la mímica del cuerpo
La verdadera identidad que trasciende desde mi cama
Hasta los epitafios viandantes del jardín
Como una astromelia desbocada a los ríos de la carne,
Donde nos levantamos del suelo
Con una voluntad reacia de incorporar la sangre y el sonido,
(Al momento en que un espectro está por traspasar a la habitación continua,
Dando un manotazo en el hombro al mutante pendenciero que tiende a buscar la rúbrica de las molares cavernas),
Cuando miro mi rostro embriagado por la crema de afeitar
La navaja que va de arriba abajo
Calculando imágenes en la fuerza de un ejército),
Con el sentimiento de clasificar los materiales de trabajo, en ese oficio arenoso de retomar las piedras,
De ejercer sobre los sueños alguna fuerza mecánica,
Como un puñado de jabalíes sobre la testa de un bosque,
Sobre una barca vernacular que habita mi saliva y la historicidad de un soplo,
En esos muñones de la ciencia que van acariciando la sapiencia del cisne
La corona de orugas transmutándose a la forma (dispuesta a las membranas de tu mano)
A su envoltura travesti (De homo sapiens) (de homo erectus) (de homo promiscus),
A esas larvas de la identidad que nos traspasan la nuca,
Porfiando la hermandad del laberinto, documentando el enmohecimiento del mármol, la cacería pedestre del carbón,
El roce tibio
De los huesos y los brazos, de las intimidades en las piernas,
(Que protagoniza en medio de la fruta el papagayo),
Las caricias migratorias en la piel
Los huecos en los dedos, el trenzado nebular de los ofidios
El caballo que multiplica las sentencias solares
(De los rostros que fuimos), (de los animales que somos),
A la coronación del día sobre el himno del gallo,
Sobre su cresta hirviente.
-5-
(Quizás nos quede ese rito de la eternidad,
Esa sed de profanamiento)
A su invento de la rueda
(En el ruedo del sexo)
(En el ruedo de la caravana y el ciprés)
Lo que se endilga a la piel, lo que la piel aguanta,
Lo que se escribe musitando claridades,
(Musitando oscuridades)
De su invento del amor en la cumbre de la próstata y el glande,
(En la calavera del paraíso), (los testículos), (la uretra),
A su ensayo de la música en la curvatura del astro
Como una mujer dormida, como una mujer despierta
Confesando en un lenguaje de bosque,
En una posesión fulgurante de niño
El sitio exacto del paredón de los sueños,
La asfixia solar de las víctimas
Esa gran caminata que es como un gran aplauso
Un fulgor de pasajeros a la intemperie,
Un pájaro de cuerda en el equinoccio del hemisferio,
Un vacío en el pulso, una respiración conmutada por golondrinas
Conviviendo en una casa de viento,
Oteando
El metatarso de Dios, el plexo solar de las almas
Como un perdón tras el deseo
Un orgasmo floral ante la fiebre
Ese espejo disonante el augurio enloquecido del vidente
Esa llamada telefónica con la línea ocupada
Y ese último intento de convocar a lo que amamos
Dejando caer entonces
Esta caja torácica con sus herramientas de herrumbre
Con sus mástiles de ácido y con ese trituramiento
Congelando a la especie
Esto que vivo
Y que me acelera como la piel a la escarcha
La mariposa que habita en mis labios
Mutilándose el grito, la congregación salada
En los espejos de agricultura,
Haciendo ver que estoy en este muro
Sin ventanas,
En esta orfandad donde mi madre cose
Y donde atestiguamos el mapa de la guerra
Las condenaciones y los sitios de escondite
Aquí en mi credo, aquí en mi lámpara.
DE TIERRA EN MEDIO
JORGE ANDRÉS GÓMEZ VALDEZ
(Quito, Ecuador, 1984)
Combustión
(The Summer Song)
La vasta sombra se lleva el mundo,
es tiempo de brillar o enceguecerse,
nuestra es la edad de explotar
y ser escuchados por el océano.
Desde hoy,
lo que no sea instinto será plagio,
y nadie que te haya mirado con amor
volverá a reconocerte entre la multitud.
El viento de verano patrullará los parques
y su persecución mortal
aullará solo para ti, solo para mí.
Aun entonces,
las vísceras de los gorriones
nunca dejarán de maldecirnos
y este sol, siempre tan confiable,
estará allí cuando más
se lo necesite.
Porque a la hora del exilio
yo sé que nadie sabrá domesticar
nuestras cenizas.
Hiervegrass
Eres pasto
que me invade el alma,
mía sola,
como se pertenecen los cuerpos
que juntos susurran plegarias
al sudor.
Creces parásito de raíz,
brizna seca
deshecha en lágrima,
piedra lisa arrojada contra
los charcos de mi piel.
Tu marea me penetra
avivando todas mis esquinas
aun las más paganas.
Eres sollozo de hoja
consumido por el oxígeno.
Tendría que aprovechar
y reencontrarme entre los barrotes
de las alcantarillas,
tendría que ser
huella de arena
pronunciada en tu voz.
A la espera
Quizás encerrado,
detenido, balbuceante a pesar
de que no haya nadie
a quien decirle nada.
Quizás aquí,
sostenido por el temblor
y el motor destartalado
de la congeladora,
alguien llegue a darse cuenta
de cuán maravilloso soy
y cuánto valgo,
y entonces atraviese verdes planicies
y nade sobre negros montes silbantes
para hallarme entre las aguas
de algún manto ensoñado
Quizás si intento gritar
un nombre al azar
alguien descifre el suyo,
y corra tras mi aliento
como una sirena hipnotizada
por la promesa de un naufragio.
Bien vale tanto rezo,
tanta mirada arrastrada
hacia el quicio de la puerta,
tanto timbrar al aire oscuro
sin huir, pero
con tanta y tan quieta esperanza.
En medio de esta tierra
La verdadera soledad es inconfesable,
en el silencio de cada hombre
se encuentra la primera luz
de un mundo improvisado.
En mi silencio, el lenguaje del frío.
El origen de nuestros actos.
El final de las sombras.
En el silencio tu nombre. El instante
en el que los dioses por fin,
olvidarán el habernos llamado.
Calla y sobrevive,
porque los verdaderos hombres
silencian sus verdaderas obras.
Canta para tus adentros y existe.
Porque únicamente
en el sueño de un sordo
podremos multiplicarnos
de manera infinita.
Conclusiones
(Solo de aire)
Al contrario
de lo que pudiese creerse,
la fuente de mis sombras
es más extensa que
cualquiera de mis huellas.
Por supuesto, yo
jamás estuve desierto,
pero siempre
anhelé la humedad.