Detrás, los pájaros
Metaforología Gaceta Literaria presenta: DETRÁS, LOS PÁJAROS, poemario de Luis Franco González, texto ganador del premio JUEGOS FLORALES HISPANOAMERICANOS, Guatemala, 2015.
A continuación reproducimos varios poemas de este libro anegado de insólitos y palpitantes versos. Qué placer tan grande es leer la Novísima Poesía Ecuatoriana, forjada por tantas voces enérgicas, audaces, vibrantes… ~ Ana Cecilia Blum (Editora)
CUATRO | Cabeza caída [Juan Bautista]
a los hombres de la Luna, porque también se lo merecen
No es verdad que la tierra borda tus huesos
con racimos despiertos en la voz de la guerra
ni tampoco es el verbo que te calla con la mirada secreta de la pascua
es la lluvia que cede ante tu mundo solitario
que se levanta a medianoche para llenar el cántaro
de armarios y de cuartos sucios con jeroglíficos gastados en civilizaciones tardías
es el viejo sol de la pregunta que vuelve a enfrentarse
para hacer de ti un instrumento monosílabo
que renuncia a tu rostro curtido en la espuma
rugoso como el nombre de la pólvora en la sien
y luego danza vaciando la timidez del adverbio
y finalmente ya no es el ojo de la otra escultura
que se agazapa entre tus rodillas
ni tampoco el camarada que te abandona bajo otro fuego
son las olas que los helechos bostezas para resplandecer en tu mano
son los pasos que crecen en el dolor que te alza como una virgen negada
luego viene la diáspora de las máscaras
y el aserrín de los que sobreviven ante el paraíso
y los breves capítulos de esta laguna
que ya no verás convertidos en profecía
ya los dientes no rechinan ni la calle redime el ayer que cae quemado
en el abrazo de los suspiros que arañan la mueca
son las tardes que salen ante el ay que todos conocen y reparten
la elegía que los tímpanos redoblan en la erección de los mariscos
cómo se consigue una descendencia semejante a la de los que nunca cruzan esta noche
cómo podemos retroceder ante el diálogo del padre abriendo las espinas del aceite
en algún sitio todo el saber es otro hombre alimentado por otra bestia
el águila que remueve la yerba salobre que crece en los senos y en los botes
los vientres que se enlazan para tender el camino a los extranjeros
pero a mi lado no estarás como si fueras el niño que alguna vez castré
no estarás a mi lado poblándote de ellos
no estarás a mi lado llamándolos ni cubriendo a los asteroides de cuerdas
no estarás arroyo corazón caballo
no estarás en la noche de mi muerte ni arrancarás mi mandíbula
no dirás: “por qué viven”
no dirás: “por qué el minuto”
simplemente cerrarás la boca
escucharás al cazador que se insinúa ante tu cresta
te hincharás con la desidia del rito que la danza propicia
y dirás: “ay, el cazador es un tierno silogismo”
y dirás: “no buscaré tu cabeza”
pero temo por las garras que los teatros aplastan sobre los frutos
el río que nunca deja de correr perforando la transparencia de mi sexo
temo por los días que ya no podremos nombrar en el desierto
y dirás: “ay, amor mío, los dioses también nos fallan”
y dirás: “ay, amor mío, la blancura de tu soplo bajo la sílaba luminosa de tus cometas”
y me iré tranquilo
mientras algún símbolo tose descaradamente en tu cara
al principio todo lo que se desmorona será la respiración que seca las puertas
para dormir hasta hincarse bajo las mismas pestañas
pero no
seguiré teniendo miedo
y no es el aire que me asegura tu cabeza
vuelvo a preguntar por el miedo
¿para qué quieres mis ojos?
¿para qué mi lengua morada?
no es mucho lo que me ha regalado la dureza de este corazón del que siempre huyo
no es mucho lo que el pueblo ofrenda a los pies que crujen la condena
hace poco él estuvo con el mugido de los últimos prisioneros
cabeza, a dónde las palabras dibujarán las primeras palabras
a qué arenas estrellarás el vino de los insectos suicidas
para saltar hacia la otra llaga de esta oscuridad
para retornar al mismo instante del odio
para enfermarme nuevamente con la música que es otro neologismo
las vocales azules que tú vaciaste en tus pantaletas
las vocales amarillas que corren hacia la felicidad para descolgarse
para quitarte las hojas
para encerrarte en el prisma de la luna menguante
hay tantos templos, cabeza
hay tantos hombres que debes atender sobre la espada que duerme bajo tu belleza
hay tantos hombres que no les darías un minuto de este filo
hay tantas cosas que excitarían al criminal que te existe
hay tantas cosas que existen, dulce cabeza
las cosas que nunca harás sin mí
sin mí serás un laberinto en el que los púberes encontrarían su guarida
delirios que el yo pregunta sobre mis ojos
¿para qué quieres mis ojos?
también me detengo para vivir y ser feliz contigo
alguien conmigo me dice: “vamos, no hay cansancio en tus manos”
alguien conmigo abre la puerta y señala mi catre
alguien conmigo está callado y cubre mis heridas
alguien conmigo cabeza, también puede ser un infame
ya no quiebres tu figura sobre el lenguaje en el que los pájaros nos abandonan
los años que el engranaje de esta desidia une en los surcos
las rutas que he trazado sobre otro cuerpo
para posar mis uñas y dejar de llorar por ti
ya no jugaré con tus versículos atrincherados en la bandeja plateada
ya no podré culparte por el vómito ni por los incendios
ni por erizar el infinito con un astro tosigoso
inmensa la noche que separa esta línea
inmensa la noche que no te contempla
inmenso este silencio en el que recojo tus vestidos
aquí está la línea que jamás leerás
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aquí está este odio que jamás leerás
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que jamás escupirás que jamás asumirás que jamás amarás
la línea que jamás podrás oler, la que no podrás arrastrar
la fatiga y el látigo, la carne y las hojas
para que puedas sentirte afortunado
para que puedas decir: “mis huesos son triturados por los números”
es simplemente otro ángel que retorna triste al espejo
para poder secar tus lágrimas, cabeza
para poder brindarte la humanidad que me quitaste
para avergonzarte y mostrar tus muertos
para poder decirte como una última advertencia:
“irás al mar para ver al niño que agoniza con tus demonios en el cedro”
y cerrarás la boca.
CINCO | Salmodia del huésped
a Gonzalo Vera Vera, lo insepulto.
Déjame la bestia que la tarde abre en sus estrías como una estrella sonámbula
para reconocer la otra parte del mar que aún resplandece
arrastra la otra orilla para fragmentar este canto que se enraíza en tu cuerpo
los tubos donde el león figura otro espíritu más ágil en su respiración agitada
por más lejos que conozcas atraeré el aroma de los cereales que tu pie vence
y veré subir por encima de todas las aguas otro abismo sordo de diosas y héroes tristes
la erupción que te desenreda para permanecer en mi piel
el centinela que atesora la muerte como un trabajo sucio
conozco la tentación de voltear la página y no perderla
aunque la vida se apropie como el árbol que se aproxima ante la voz del enemigo
no traer un mundo en los bolsillos y rescatar los espejos
no bisbisear el nacimiento ni la huida
contentarse con los meses en el que son propicios los quehaceres en los manicomios
para saludar cada deseo que Babalú Ayé lastime en otra sombra [es mi piel, querido]
reposar en la invitación del sueño que se hunde como un fenómeno infértil
desistir ante la imprecación del sudamericano frente a su estampa
beber la consternación del buche de una fragata que palpita en nuestra mano
y marcharse para nadar hacia otra imagen menos aérea
ya estos intentos de abrirse a otros labios es inútil
y los esteros que salpican oraciones mueren en la afonía de los sortilegios
los antidepresivos de la abuela y los ansiolíticos que tío ansiaba en la lujuria del cáncer
ya quemaron a la criatura noctámbula que ardía en la visión que los sueños ensordecen
y luego volvieron a pasearse en una ilusión arrojada en pedazos como una serenata
yo tenía la necesidad de decir y de respirar en el otro recuerdo de la muerte
yo tenía – si tú supieras, vieja – la necesidad de estar debajo del montón de palabras
con el asco o la frescura de no poder caer, de no poder irme
resbalarse y ser inoportuno, perder la noción de la delicia o de la apariencia
querer reemplazar la melaza por la sangre y desde ahí reconocer la frontera de este canto
quiero decir que yo estaba muy pequeño cuando los pájaros vinieron a despertar a mis dedos deformes
érase una vez un cubo, desde ahí la pesadilla tuvo padres y un hogar
arbustos para recostarse cuando quisiera tararear la última acidez del verano
y el cubo tuvo miedo, seco por dentro como una abeja completamente reventada
como un testigo que lentamente rezurce otro cementerio en las pestañas de esta cuadra
ahora la ciudad es otro animal más depravado merodeándome
érase una vez un cubo, desde ahí la llama es otra tumba
y qué piensas sobre el humo que se derrite como un movimiento brusco
mírame ahora donde mis uñas doman el eco de las cisternas de donde brota tu cama
mírame en la justicia de tu carne que cierra otra ausencia en la alameda
golpea esta lista de nombres que vigilas desde el silencio
aquí no hay frases que debas concebir ni música que te origine
dame los retazos de luces que el llanto ciega y los conduce hasta la otra promesa
acá las casas nombran los vegetales cuando continúa anocheciendo
yo soy el agua que el mineral cobija con la adivinanza del futuro
y aquí ya no estoy porque los círculos se adhieren al cuchillo
y la rampa del suspiro se pierde en la otra carta que nunca llegó
cuántas espadas, Señor, en mi espalda
si diez es un caballero que se inclina bajo la salvaje figura de lo baldío
y aquí ya no estoy porque los triángulos se desprenden de los rostros que surcan el sonido
en la ciudad que es un animal agrietado que se derrumba bajo las voces
en este gesto arruinado
ya no soy ya no escribo ya no vivo ni lo siento
dame un sufragio para los espejos
déjame rellenar las estrías con la humedad del barco que lame la costra de los peces
los peces abiertos por el alfiler oxidado de ese túnel que es tu voz
dame un nombre frágil para nombrarte en el plato
cuando la fábula arranque las entrañas de los caballos que se ahogaron en tu armario
dame un nombre que olvide la amenaza de los números
y que busque el centro de la selva la ignorancia de la anatomía enferma de mi madre
dame el olor de los cuerpos que las cruces vomitan
como una menuda figura que orina en la derrota
aquí la ciudad es otro animal, pero agoniza
espera que me defienda
yo, en el desfiladero de los amigos que mordieron el filo gris de la ida, quieto
necesito un nombre
o la intimidad de los extraños que se remiendan cada noche
con la herida del aire o de la lluvia
con los rostros que los dientes encuentran en la cápsula del infinito
necesito un nombre
o el griterío de los blancos muslos que los jóvenes acurrucan en el suicidio
o el dolor enterrado del frío haciéndole muecas al odio
necesito un nombre
que me defienda
aquí la ciudad es un animal muerto, ya los espejos no lo niegan
yo, el torpe yo de los llamamientos que se confunde en el jardín
busqué al otro yo que estaba con los ángeles tendidos en la biografía de la plaga
el holocausto que aún arde en la respuesta como una epifanía profanada en otro rostro
tiéndete en la hoja – desperdigado, en todo el sentido – y limpia el puñal
necesito otro yo que me pueda resistir
necesito otro yo capaz de sostenerme
déjame la bestia que desvaría con las cárceles que la luz, en cuclillas, apuñala
déjame su lengua que aún es demasiado temprano para acostarme
pero cámbiame de nombre
creo que los pájaros no volverán a despertarme
creo que no me cambiarán de nombre
aquí la ciudad es un animal muerto, y nadie bebe más.
SEIS | Imperfección Xomo u Oración final del abandonado
Padre:
Yo alguna vez confundí al niño que lloraba en mi puño con otra imagen que cumplía con la profecía o el irse acurrucado bajo el canto que tu boca diezma a veces con gestos cargados de luces huérfanas.
Yo alguna vez cubrí de espasmos la tierra infértil que el ciprián oprime con envidia en esa voz que persigue otro epitafio para trastornar el hedor de la carne que invade el ladrido de las estrellas.
Yo pequé contra mi sexo, yo luché con su sombra y su potencia. ¿Qué puerta es la que se abre detrás de la materia a la que el lenguaje confina a todo espíritu hambriento o miserable? ¿Quién detendrá el agua que corre por la respiración de tu hermanodios del que yo ignoro en la liturgia de los alimentos desnudos de tu deseo hundido en los árboles?
Ya escapé una vez de los espejos y de esa sensación inútil de sentarme debajo de su cayado. La lluvia desenrolla cada copa como una palabra que invita a saberse frágil en otra idea caída del fruto de la apariencia.
Yo alguna vez confundí al niño que lloraba en mi puño con otra ciencia, un refugio que se eleva como el grajo que cae en la deliciosa mentira violácea de no morir, de no exteriorizarse nunca.
Porque los poetas no se aproximan, no caen, sólo lo dicen porque la felicidad no es inextinguible, sencillamente no existe y ahí la plenitud del mar basta para justificar toda ligereza.
Yo alguna vez confundí al niño que lloraba en mi puño con otro desbordamiento con un látigo de espuma que los cementerios guardan en el ojo del sueño.
No sueñes, Padre, con el ojo del sepulturero ni me entregues a sus pensamientos. Bajo tanto sueño, rodéame de las palabras que despreciaste, en las que me silencias, en la que humedeces cada uno de los cuerpos, la otra mitad de mi mano la tiene presa la cicatriz de esa piel magullada en las habitaciones de los moteles, la piel que aplastan en amenazas convirtiéndolas en un repaso nocturno donde las cabezas centellean asediadas por los signos.
Capricornio, Virgo, Leo: pensamientos que el rey de copas escribe en su sangre para abandonarlos en la batalla incesante de los recuerdos. La corriente invisible de los sonidos que arde en las señales marítimas que del otro lado tatúan el rostro de las pesadillas.
Te ruego por la sangre que como una guirnalda juega con los colores estivales del vómito. La primera palabra que dije y desde ahí no he vuelto con la alegría, solo el primer extenderse ante la sustancia íntegra de la oscuridad.
Padre, y desde ahí confundo al niño que lloraba en mi puño con sus ojos concéntricos navegando cubierto de maripositas para registrar su propio delirio en el poema que no es un destino sino un propósito, una columna donde los héroes disparan ante amanecer que no vino, el que se repite como un juego detrás de las fábulas.
Padre, y desde ahí el acto más afilado es el último movimiento, que ruego que no se me niegue.
Así sea.
Luis Franco González (Ecuador, 1988). Poeta, Profesor y Promotor Cultural. Ha publicado en poesía Sueños Inconstantes, 2010; Voces para el naufragio, 2012; Ángeles Sodomizados, 2012; Jardines Inconexos, 2013; y Detrás, los pájaros, 2016. Ha sido galardonado con premios literarios dentro y fuera de su paías natal. Su obra consta en antologías ecuatorianas y latinoamericanas.