La Danza de Jorge Valbuena
Jorge Valbuena sabe escribir poesía. Y sabe danzar con ella. Y logra convencer al lector que lo acompañe en su danza. El baile empieza con las cicatrices-versos de unos poemas donde las voces obligan a “perpetuar sus abismos”, e indican paso a paso como se va “lamiendo el polen de las madrugadas”. Continúa este encuentro al ritmo de una música que súbitamente se convierte en un “cielo de agujas”, notas que se encajan en los huesos e hincan demasiado al girar, hasta provocar perder el balance; porque la poesía de Valbuena resulta un sarao tenaz que empuja a ingresar en “tumbas abiertas”, donde “desde el fondo del recuerdo somos espiados”.
¡Ah!, no se puede parar la danza -es letal pero adictiva- y así por estos versos, se llega a ser un bailarín vitalicio en la pista de aquel salón “viciado de recuerdos”, bajo la coreografía de la vida, y desde una “casa invadida de pájaros de humo”.
Bravo por la tinta de Jorge, un autor chico de años mas ya muy crecido en las edades del verbo. (Ana Cecilia Blum)
El rastro concebido
El deber de las cicatrices
es salvarse a sí mismas
perpetuar sus abismos
en la tempestad de la memoria
El dolor es espejismo
que traza el pincel de las horas
el voraz secreto que respira en el fuego
lejos del tizón que nos despoja
los adornos
No te nombro
por ello no te nombro
ahora que mi deber
se confunde con el de las cicatrices
y acaso
con el de las heridas abiertas
Ángeles nocturnos
Desnudos de abandono
la noche nos acumula entre sus cuerpos
Gélidos de tiempo y de sombras
armados de lluvias pasajeras
secretos bajo el árbol negro
aún vivos
viejos
desde la memoria que roen los relámpagos
Austeros
desde el despertar.
No es este el cielo de agujas
que oscureció
Es otra antigüedad tras el cerrojo
otras pupilas que se observan bajo una masacre
de luciérnagas
manos que empuñan la lengua sideral
la astrosa urgencia de olvidar despacio
ahogándonos de oscuridad
lamiendo el polen de las madrugadas
doblando la esquina perpetua
empiezan a enfriar los huesos
caen los párpados
los gallos entierran su plumaje
mienten tres veces
picotean a la luna.
Alguien fermenta en su inanición
a esta hora profunda
bosteza el abandono en la raíz de tu vientre
Cruje la canícula
Bajo las cenizas
el fuego comienza a cicatrizar.
Estampas desteñidas
Las fotografías desconocen las heridas,
presienten desde el fondo de su claridad confusa
el tiempo consumido que revelan.
Llevan su traje
bajo lluvias de otra parte
y sonrisas incendiadas
que delatan la caída.
Un abismo profundo nos amenaza
cuando miramos al borde de su salvación
y el presagio del silencio deja que nos nombre
otra tempestad consumida.
Ellas también nos observan,
desde el fondo del recuerdo somos espiados
como el retrato intacto de sus agonías,
la cicatriz escondida en el obturador.
Saben lo que el tiempo deshizo en otra hoguera.
Pero ya son tan solo el leño desteñido
que quedó crepitando en nuestra tarde.
Ellas son el humo. Nosotros la ceniza.
Pasajera de agua
A Tamia
Una muchacha se pasea por la plaza central
la he visto cruzar por la fuente
preguntando a la gente que la rodea
si es cierto que adentro hay peces…
(no hay peces, es cierto, y no me cabe la menor duda)
pero le quiero hablar
así que antes de que alguien le diga la verdad
atrapo uno y le digo que son transparentes.
La mujer que se pasea por la plaza central
no ha vuelto a venir,
hace falta verla rondar con sus lindas piernas de cuarzo
estos callejones perdidos.
Alguien habló un día del acuario
donde guarda el pez que le he dado,
no puede dejar de mirarlo
de habitarlo,
de beberlo,
de murmurarle canciones de lluvia.
Olvidé decirle que con el tiempo
ellos aprenden a volar.
No haré caso de su ausencia
alrededor de la fuente me sentaré a esperar
guardaré con recelo estos peces que me flotan
en el océano secreto donde ella me respira.
Ojos adentro
La noche espía la piel de su preludio
el más íntimo rastro que pueda derivar de su ración
las moronas que se hacen estrella, astilla, destrozo
presencia recluida en el fogón, en los albores.
A pocos espejismos de su ciudad luz,
arden, lloviznan, descienden
tocan la boca de la mirada herida
salvando las palabras del sosiego.
Agoniza la gota que pule su canto
del llanto al vaso hasta caer despierto.
Toda la sed que tañen las auroras,
amanece en el temor incendiado.
hojas secretas despuntan
en los árboles del tiempo.
La danza del caído
El olvido se ha puesto como bandera de cordura
en el filo del abismo
los que miramos al fondo
los que hemos vuelto de él
sabemos que en el filo tan solo la certeza
de nuestra heredad
tiene la capacidad de gobernar
sobre el silencio.
Lo olvidamos
cambiamos de voz y de piel
y al anochecer nos aturdimos
con nuestras tumbas abiertas.
Tarda el hueso en roer su soledad
las pisadas ahogadas en el fango
el caracol cargando su cueva.
Nunca el cordel de la mirada eterna
que despliega su cansancio
en el filo de los días
nunca el ayer tallado en su presencia
vuelve a nacer llevando la premura
de ser el fondo de la vista
la mirada inconclusa al precipicio
el tiempo que interrogan las ausencias
siendo la honda de nuestro propio vértigo
la danza lívida de las caídas.
Desencuentros
Camino buscando el primer paso
la salida al comienzo
el instante que enciende
la luz oscura.
Todo me devuelve al fin
a tus ojos regresando con el viento
a tu voz callando mi nombre
a tu espera en el vacío.
Llamo a la noche
y prolongo tu retorno
limpio tus huellas con mi alforja
inundo tu luz con espejos rotos
desfigurados desde el nacimiento
antes de ser reflejo
o cristal roto.
Pienso en desnudarte
así, fragmentada en el hielo
poseída por mis cauces secos
inerte en el origen de la lluvia,
gota a gota
irme en tu mortal orgullo
ascendiendo a tus pensamientos
que amanecen
en el instante último
en que la luna nubla su luz
para que seas esta hoguera.
La ardiente oscuridad
Hemos muerto.
Todos en esta casa han abierto las ventanas
han dejado libre al silencio
y al tiempo que nos busca.
Las viejas grietas
buscan su desembocadura.
Las sombras rasgan las paredes
de la incertidumbre.
El aire, viciado de recuerdos
asfixia los platos vacíos.
El cielo ha olvidado su nombre
y quiere bebernos en la tempestad.
Caen las plumas de los nidos
y las cascaras de sus vuelos.
Hambrientos de abismo
oscurecemos
lamemos la cornisa de las tardes.
En esta casa
invadida de pájaros de humo
sólo la noche
nos sepulta.
Señales de humo
Desde esta esquina podemos escuchar los recuerdos
verlos pasar rodando como piedras lanzadas desde otro tiempo
hasta este invierno
que nos incinera.
Esperamos que las tormentas pasen despacio
que se replieguen en sus alas movedizas
y hagan su estorbo en la cornisa de estas sombras.
Mordemos el tímpano de la historia
padecemos el dolor de las crisálidas al nacer
enhebramos el chillido en las lápidas que cubren las cabezas.
No hay afanes para vivir
no hay vicios que esperen
ni desesperos más fatuos
que esta sobriedad.
Somos una legión de dolores cuaternarios
puestos a prueba en el frío de este siglo
que renueva los suspiros y los congela
en el ciclo vital del sufrimiento.
Desvanecidos y secretos
escuchamos los recuerdos doblar las esquinas
husmear estos viejos adoquines
rondar con sus pasos de elefante
las cicatrices
del viento.
Inventario
Estas alas sobran
hay un cielo debajo de mí
el sol ha derretido las lágrimas
que sostenían mi silencio
los ciegos flotan
como las lágrimas que salvo
después los desvanece la llovizna.
Este miedo sobra
hay tumbas abiertas
el sol ha derretido las calaveras
que sonreían en mi espejo
los muertos saben
del destino de las palabras
antes de la sequía
estas alas sobran
estos miedos sobran
estas sombras que escriben.
Jorge Valbuena
(Facatativá, Cundinamarca, 1985). Candidato a Magister en Estudios de la cultura con mención en Literatura Hispanoamericana; Licenciado en Humanidades y Lengua Castellana de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Su primer poemario, “Presos”, recibió el Premio Departamental de Poesía de Cundinamarca en 2008. El mismo año “Los arados del parpadeo” fue merecedor del Premio de Poesía Revista Surgente. Su obra “Péndulos” fue reconocida con el primer puesto en el concurso Bonaventuriano de Poesía en 2010 y su poema “Abismos del silencio” fue ganador en el concurso nacional de poesía Palabra de la Memoria. Sus poemas han sido publicados en varias revistas y antologías. Forma parte del colectivo literario La Raíz Invertida. Publicó recientemente su primer poemario “La danza del caído”, El ángel editor, Quito Ecuador, 2012.