Como agujas de hielo
DIEZ MICRO-FICCIONES DE
KALTON HAROLD BRUHL
LA GRAN TRIBULACIÓN
Recuerdo los sermones dominicales sobre la segunda venida. “Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz”, nos decía el pastor, citando el Evangelio de San Juan. Luego nos pedía, con los ojos llenos de lágrimas, que imagináramos la inefable felicidad que nos embargaría al reencontrarnos con nuestros seres queridos tras su resurrección. Hace ya un mes que sonaron las trompetas en el cielo y se produjo el tan esperado regreso. Desde entonces nos hemos refugiado en la librería de la iglesia con las pocas provisiones que logramos juntar. El pastor está tan asustado como el resto de nosotros y se pasa las horas hojeando la Biblia, mientras repite entre sollozos, que no hay ningún versículo que explique cómo hacer para que nuestros parientes y amigos, regresen a sus tumbas.
SIN VUELTA ATRÁS
El viento nocturno, con sus dientes como agujas de hielo, les mordía la piel. Atrás quedaba el pueblo, con el eco disperso de aquellas doce campanadas y sus luces cada vez más distantes, que no iluminaban más que unos pocos recuerdos. El hombre vio el desamparo en los ojos de su hijo, pero aun así su partida sería definitiva. Esa mañana había recibido un citatorio para comparecer ante un tribunal civil. La madre del pequeño, quien se lo había entregado desde que era un recién nacido, regresaba a reclamarlo. Apresuró el paso y la luna descubrió la decisión en su mirada. Se portaría como quien era, como un gitano legítimo y nadie le quitaría a su hijo, mucho menos aquella mujer, que le dijo que era mozuela cuando la llevaba al río.
EL ORIGEN
No recuerdo el motivo, pero aquel día le di un empujón a la salida de la escuela. Enseguida le pedí disculpas y le ayudé a levantarse. “No es nada”, me respondió, mientras se sacudía el polvo y hasta me dio un abrazo antes de marcharse. Mi amigo Pedro vio la escena y se me acercó alarmado. “Ten cuidado, Jesús”, me advirtió, “es un tío rencoroso”. Yo le resté importancia. Eran cosas de niños. “Seguro que ya para mañana, Judas lo habrá olvidado todo”, le dije, y nos echamos a reír como un par de tontos.
COSTUMBRES
Me escondí tras el dintel de la puerta de la cocina. Mi abuela y sus hermanas, al calor de la lumbre, hilaban lana y remembranzas. Cerré los ojos y sonreí, sabiendo, que tarde o temprano, comenzarían a hablar de mí. “Nunca conocí un chiquillo más terrible”, dijo la abuela torciendo el gesto, “siempre me echaba a perder los huevos del gallinero sentándose sobre ellos”. Yo ahogué una risa evocando las imágenes. De pronto mi abuela y sus hermanas se quedaron calladas. Era mamá que entraba en la cocina. Se quedó de pie con los brazos colgando a los lados y la mirada fija en la chimenea apagada. Sabía que mamá no podía ver a la abuela, como tampoco podía verme a mí. La muerte es extraña, lo comprendí cuando caí del árbol. Aunque habitemos una misma casa, cada quien mora en su propio tiempo y espacio. Lo único que puede unirnos son las costumbres, las tradiciones. La hila me unía con mi abuela y sus hermanas. A mamá nunca le interesó, siempre buscaba una excusa para alejarse de la cocina durante el invierno. Fue una verdadera lástima, porque por esa razón, de entre todos nosotros, era la muerta más solitaria de la casa.
ARGUMENTOS
El mensaje era claro, conciso, breve y letal: no insistas, decía. “Quizás ya no me queden más argumentos –pensó Adán, encogiéndose de hombros tras leerlo–, pero me sobran costillas”.
LA FUERZA DE LA COSTUMBRE
Cada tarde, a las cinco en punto, se repite la misma historia. Nuestro padre se detiene frente a la cerca, sin decidirse nunca a cruzarla. Se queda varios minutos así, inmóvil, con la mirada perdida, como si se negara a aceptar que ahora las cosas son diferentes. Los ojos de mamá se llenan de lágrimas. Sé, que en el fondo, todavía le quiere y que lo que desearía es correr a abrazarle; sin embargo se limita a llevarse el índice a los labios, para indicarnos que guardemos silencio. Todo es cuestión de tiempo, si no hacemos ruido, papá siempre termina por cansarse. Es entonces cuando mamá nos llama con un gesto de la mano y vemos a papá, con sus pasos lentos y torpes, alejarse hacia el resto de los zombis.
EL PROYECTO
Cerré la puerta y dije: “¡Me voy de vacaciones!”. Realmente las necesitaba después de trabajar tanto tiempo en mi proyecto. No imaginaba, que al regresar, mi oficina estaría ocupada por el hijo del dueño de la empresa. Busqué a Pedro, el gerente, para pedirle explicaciones. Éste se limitó a encogerse de hombros y a decirme que no era simple nepotismo, el chaval tenía potencial, y su plan del libre albedrío volvía más comercial mi proyecto de la salvación eterna. “Vamos –me dijo– contigo todos se salvan y no vas a negarme que eso es algo aburrido, pero con su idea, muchos de ellos van a perderse y no se sabe quiénes son hasta el último momento. Cómo que le añade un toque de suspenso”. A partir de ese momento la memoria empieza a fallarme. Dicen que empecé a despotricar contra el dueño y me abalancé, con no muy buenas intenciones, sobre el gerente. Sólo recuerdo que Gabriel y Miguel, los tipos de seguridad, me lanzaron por una ventana. No hay muchas salidas laborales para un ángel caído, así que terminé como jardinero. Todas las tardes planeo mi venganza a la sombra de un manzano.
UNA SOLA LENGUA
Mientras era colocado sobre la piedra de los sacrificios, el guerrero tlascalteca intentó relatar a los sacerdotes que lo sujetaban el sueño que lo acompañaba cada noche, desde que fue hecho prisionero durante la última guerra florida. En su sueño miraba cómo miles de plegarias, recitadas en diversas lenguas, se solidificaban hasta conformar las paredes de un intrincado laberinto. Dentro de él, Quetzalcóatl, vagaba sin rumbo cegado por el humo del copal e intentando guiarse, sin éxito, por el eco disperso de las pocas palabras, que entre tantas voces confusas, lograba reconocer.
“¡Ahora comprendo por qué Quetzalcóatl, posterga su regreso! –gritó–. ¡Precisa de una lengua única, que dirija sus pasos!”
Los sacerdotes ignoraron sus palabras, pero el guerrero siguió repitiéndolas, hasta que su corazón dejó de latir en la mano de uno de ellos.
En ese instante, Fray Bartolomé de Olmedo, despertó de su sueño. Se limpió el sudor de la frente y se arrodilló al lado de su camastro. La oscuridad era densa, pero aun así le pareció que entre las sombras todavía se movía aquella enorme serpiente cubierta de plumas. Le había hablado en un idioma que él desconocía, y a pesar de ello, dentro de su sueño, le había comprendido. Le pedía que viajara a su tierra e instruyera a su pueblo. “Sólo entonces”, concluyó la serpiente, “cuando las voces clamen en una sola lengua, podré emprender mi regreso”.
Fray Bartolomé se santiguó. De alguna forma su vida cumpliría su propósito en un Nuevo Mundo. Inclinó la cabeza y comenzó a rezar en el idioma, que había sido creado, para hablar con Dios.
ENTRE LA NIEBLA
Aquella tarde, mientras conversaba con Marcelo, el más viejo de mis compañeros de trabajo, logré ver entre la niebla un resplandor intermitente. Lo único que podía determinar era que se dirigía hacia el astillero. Al definirse las formas, mi expectación se transformó en asombro. Era un enorme buque de tres mástiles. Sus velas raídas denotaban que habían soportado, quizás durante siglos, las incontenibles ráfagas del tiempo.
Interrogué a Marcelo, desconcertado.
“Es un barco fantasma –respondió–. Hacía años que no lo veía. No imagino por qué ha vuelto”.
Comenté asustado que debía tratarse de un presagio. Algo terrible estaba a punto de ocurrir.
“No lo creo –me corrigió, sin darle ninguna importancia–. Sólo debe ser que el océano está recordando”.
LA FAMILIA ES PRIMERO
La escoge con cuidado para no equivocarse. La acaricia por un instante y la deja volar. Luego reúne a toda la familia y les pide que oren para que esta vez las cosas sean diferentes. Cada semana durante los últimos años se ha repetido la misma rutina. Su familia ya está resignada y apenas logran contener el llanto; sin embargo, él nunca ha estado más feliz, siempre rodeado por sus hijos y nietos. Noé inclina la cabeza junto a su familia e implora, de todo corazón, que nunca descubran que envenena a las palomas antes de echarlas a volar.
Kalton Harold Bruhl. (Honduras, 1976). ha publicado numerosas obras, entre las que destacan los libros de relatos El último vagón (2013); Un nombre para el olvido (2014); La dama en el café y otros misterios (2014); Donde le dije adiós (2014); Sin vuelta atrás (2015); Novela: La mente dividida (2014).
Traducidas al alemán y francés, sus obras han sido recogidas en diferentes antologías como Antología del relato negro; Hiroshima; Truman; Asesinatos profilácticos; y 2099. Es premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa” y miembro de número de la Academia Hondureña de la Lengua, Correspondiente de la Real Academia de la Lengua.
LIBROS DE KALTON HAROLD BRUHL