La invisible transparencia
DESDE SALAMANCA LOS POEMAS Y LAS IMÁGENES DE JOSÉ AMADOR MARTÍN SÁNCHEZ
pero no
yo mismo escribo
siento
me muevo
y hasta sueño en círculos concéntricos
proyectada la sombra al dolor de la tarde
muero un poco contando los abismos
por donde van mis años
pero no
no son las piedras las paredes
sombras ni la ventana es tibio
saludo donde el silencio crezca
el cuarto está vacío
la pared de ladrillos se resiste
oigo sólo el espíritu batiente
de un pensamiento encuadernado
entre las páginas de un libro.
Cada rayo de luz que traspasa el cristal,
hace visible
la invisible transparencia del día.
En la soledad el viento suave azota los árboles
y se desnuda de pájaros el horizonte.
La ciudad, tras el cristal
es una pirámide de luz
que deja caer su gran otoño sobre las avenidas.
Incendiada se hace abanico invisible
para mi deseo.
Intacta, bajo el tacto azul de la mirada,
alzada sobre el asfalto,
se hace Eternidad de piedra, irreal hasta el sueño.
En esta noche, oscura, del invierno
todas las ciudades tienen idéntico aspecto,
las sacude el frío rasando los muros
mientras surgen y marchan, de improviso,
como del fondo del agua y no puedo mirarlas.
Noche oscura de invierno,
límite de mi mundo, pausa entre dos notas,
fondo esencial de las cosas.
Helada, luna, muchacha,
forma de incesante cambio
que silencia la última palabra de la ausencia.
Y en las ventanas blancas y vacías
en el espacio más vasto y más distante,
solo de luna y en idéntico aspecto
se levantan los muros frágiles en el temblor
y el espacio de la muerte recelosa
Sobre las olas se inclina la noche,
musicalmente, casi, ritualmente
y el romero cabecea en la vereda del camino.
Sobre la ventana abierta, el viento
mueve desde la cima de los árboles,
caprichosamente, el dosel de las cortinas,
tras las que descansa tu alma…
Los palacios no despertarán, más, para el mundo,
dormidos concienzudamente, tercamente,
en las ruinas donde reposa toda la belleza.
Nada se mueve, salvo el aire,
ni los árboles sobre los dorados mares,
donde el rocío se derrama gota a gota,
mágico de soledad, callados,
como el suave y silencioso llanto de las estrellas.
(A través de los años desaparecieron las flores,
los jardines, las risas, el mismo olor
de las rosas en las esquinas de los senderos)
Y gota a gota se derrite la lluvia
que absorbe la tierra sedienta
a lo largo de la pendiente, perdida a lo lejos.
Como tiempo de una historia se pierde en la tiniebla
la noche de las horas heladas
con su magia invisible, con la conquista del tiempo de la infancia.
Y aunque todo muere, eternamente,
el día nos devuelve la vida,
los ojos llenos de sueños, donde oscila,
calladamente, el buscador de estrellas.
(En una concha verde, como el cristal del mar
sopla un viento suave, perfumado,
y se mira una bella mujer, sueño de un verso)
Y vuelvo a mirar sobre la ola a la noche,
sobre el claustro vencido,
donde vive la muerte su sueño infinito,
ritualmente, musicalmente,
en la soledad de su gran secreto,
donde nos sentimos también un poco huéspedes,
húmedos los muros.
La escena llena de pasión y sentimiento
experimenta en sí misma,
como un mundo
todo lo que somos y hemos sido.
Resbala la mañana en un paisaje de cenizas,
kilómetros de seda acarician el viento, mientras la lluvia
llega a la ventana y el tiempo pasajero se deshace
en un reloj de arena, ante un espejo de lágrimas.
La llanura espera. El silencio penetra a la orilla del aire.
hay un sitio en los ojos para ver las estrellas. Veo y temo
junto a las sombras que nacen de gritos y signos
olvidados sobre el agua tan roja de sangre y de hambre.
Hundido en el centro, convertido en color de gemidos
el mundo reinventa una sinfonía de pánico, con sus teclas
y su papel pautado, sobre la oscuridad y percepción
atropellada al límite de sí misma en una aurora discordante.
El mundo, a medida que avanza, penetra más en la Eternidad,
y, Tú, quieres que en nuestra debilidad, transformemos las cosas.
Pero… ¿de qué manera buscan los ojos su término imposible?
En la ciudad del sufrimiento que imposible es la verdad.
Y luego la noche… tal vez esa historia
de nuevo repetida, sus paseantes, sus silencios,
y la lluvia por las fachadas, los árboles,
los pasos… La noche de soledad al parque
y el taconeo incesante de estatuas, de amantes
que se abrazan en los rincones del aire, la noche
que arranca de mi mis estrellas, mis sueños
y asemejan un vértice de vida, un elemento
singular, sutil, un paisaje de avenidas…
tan solitarias, tan grises, tan ocultas como el espacio
donde todo confluye, abismo de vocablos
horizonte de espera, noche, al fin, de silencios.
Y más tarde el equilibrio de la oscuridad completa,
el café humeante y la mirada a través del cristal
el viento de los árboles, el frío, el paseante
que gabardina a los hombros cruza solitario
y quizás tararea la última melodía de amor…
De mármol, de acrisolado y blanco esmalte
de párpados hundidos, de rostro dulce como miel
de un desierto, viene una vez más la noche,
una victoria más, un día más, a la ciudad
y resurge un concierto de ríos plateados, un murmullo
de músicas y silencios, sobre las ventanas
encendidas, donde algún sueño viaja…
Noche que sabe a melodía de piano de café,
a llanto, a cicatriz dolorida, a pasto de olvido
a dominio que se recrea por los años, como
la madreselva por los claustros y las fachadas
de los palacios y torres, crisol para soñar,
yunque de platero, péndulo de eterno giro sobre sí mismo.
Celestial y única noche, amante perfecta,
acudiendo a la cita viajera del tiempo y, sometida,
al engranaje perfecto del reloj del tiempo.
Noche redonda y única, tan distinta, tú,
a las demás porque ya han sido y a las que han de venir.
Y luego la noche… que aprendió a llegar y a quedarse
como un viajero más, pasajero del tiempo…
También la falsa y larga noche de los sin esperanza,
pero noche al fin sin adornos ni músicas,
sin péndulos ni horas, sin vocablos ni signos,
callada noche de alturas y nieves, de alcobas
y lunas. Noche, al fin, del alma, oscura y fría.
José Amador Martín Sánchez. Artista visual, poeta y profesor. Su actividad profesional está dedicada a la enseñanza y a la imagen (fotografía y vídeo). Es autor del libro Salamanca, ciudad interior y editor de la magnífica revista de artes y letras Crear en Salamanca, reconocida internacionalmente por su calidad literaria y visual.
Para saber más del autor puedes visitarlo en: www.facebook.com/joseamadormartin
Quedarse un largo rato saboreando los versos de José Amador y observar con ahínco sus imágenes, es una fortuna que alcanza lo sublime. Encontrar y perder en sus poemas y fotografías la luz, adentrarse en su noche de sombras iluminadas o en sus amaneceres de rayos eclipsados; andar por sus palabras y sus cristales de agua, de viento, de transparencia. Ser “la ciudad que se incendia en su pirámide de luz” o “la mañana en un paisaje de cenizas”; ser “el taconeo incesante de estatuas” o “de amantes que se abrazan en los rincones del aire”; porque son tantas las transmutaciones que nos permiten sus metáforas y sus intensas viñetas. Gracias poeta amigo por dejarnos cada día desde tu voz y tus ojos ver y sentir tu mundo de enormes significaciones que también resulta nuestro mundo, así sea al otro lado del Atlántico. ~ Ana Cecilia Blum (Editora de Metaforología Gaceta Literaria)