Imaginarios
LA REDENCIÓN DE UN CUENTISTA EMIGRANTE
POR CARLOS ESCAMILLA
Llegas hasta la camilla con esa ligera sensación de que eres un traficante. Te acuestas, te relajas para que ella fluya con solvencia y allí va el pinchazo.
«¡Fuck, falló otra vez la maldita enfermera! »
Eres un caso triste o complejo, o mejor dicho eres un dígito. Desde que llegaste a éste país, eres solo el tipo que da la clave por teléfono.
Una, dos y tres… y ocurre lo mismo. Al principio se atoran como camellos bíblicos en la entrada del minúsculo orificio. Luego, las gotas pasan una a una por el ojo de la aguja que pende del catéter. Después, el pequeño torrente sanguíneo se desliza con fluidez por la manguerita transparente que como un vampiro biónico chupa además del liquido vital —la vida, el tiempo, la cordura, mis sueños de artista a loco y de pintor a poeta— hasta llegar al remanso donde se todo se conjuga en una plasta violácea que siempre convulsiona mi espíritu en un mortal orgasmo de metáforas y visiones.
Nadie llama para preguntar cómo estás. A nadie le interesa como vives, que comes, donde duermes.
Viene el verano y debes mandar para que vayan a refrescarse a la playa, mientras uno trabaja arriba de un techo con temperaturas que sobrepasan los 100 grados.
Vienen las fiestas patrias y tienes que mandar para que allá puedan exaltar el patriotismo, comiendo y bebiendo a su antojo. Entretanto acá para toda una semana te la arreglas con una sopa Maruchan o una lata de sardina.
Vienen bautizos, carnavales, día de reyes, cumpleaños: los primos, amigos, vecinos, sobrinos… Y tienes que mandar para que compren el teléfono más actualizado, para el pantalón más cool, incluso para ir a ver un simple partido de fútbol. De evento en evento, la lista se vuelve interminable. Porque la idea es mostrar a la sociedad latinoamericana que por algo ellos tienen un familiar trabajando en el extranjero. Eso sí, no te atrevas a preguntar en que se gasta el dinero. Lo tuyo es mandar cuantas veces exijan y prepararte para el próximo envío.
Dirán que exagero, pero cuando vives ilegal todo el tiempo estás under pressure. Tanto, que a veces ni siquiera puedes hacer nuevos amigos en Facebook porque si le das un like a la nueva amistad y no le das click a la foto de un conocido, seguro van a pensar que ahora eres un engreído.
Rasputín es un pintor talentoso que vive bajos los puentes. Tiene ocho años de vivir rebuscando los desechos de McDonald’s, pues su traje salpicado de orina y ketchup lo margina de un agente artístico. Es verdaderamente un filósofo. Cuando nos encontramos siempre me recuerda: «La poesía conmueve, pero no da dinero». En cambio, una novela tiene más opciones. Con ella puedes ganar un concurso sustancioso, como el de Alfaguara por ejemplo.
¿Pero, cómo puedo escribir algo fascinante que cautive al jurado del concurso desde el primer instante —y que posteriormente el libro se convierta para la editorial en un éxito financiero— si mi escaso intelecto no me da para tanto?
¿Sobre qué debo escribir entonces?
Mientras mi sangre avanza, como una serpiente líquida, desde mi brazo izquierdo hasta su nido plástico que cuelga sobre mi cabeza, me pregunto si en estos tiempos tendría impacto una novela como Viaje al corazón de la tierra. Tal vez pueda hacer algo sobre balas y misterio como Ángeles y demonios. ¿O tendré que crear un personaje inmortal como Frankenstein o Dorian Grey? ¿O será mejor repetir una historia de amor eterno como Romeo y Julieta?
Tal vez pueda intentar una maravilla esotérica como La divina comedia. O, una supremamente extravagante como “El Codex Gigas”. ¿O será que para lograr mi objetivo, simplemente tengo que sentarme a llenar páginas tras páginas con miles de poemas románticos y poner entre versos pequeños mensajes subliminales? Así mis versos podrían penetrar el subconsciente de 7,000 o 15,000 lectores; pues según tengo entendido, aquí en Miami se dice un best seller a partir de 5,000 ejemplares vendidos en adelante.
¡No sé!
En realidad, no tengo la más mínima idea de cómo se puede lograr eso. Sin embargo, por absurdo que pueda parecer, éste es el principio de un libro. Ya casi está terminado. Lo curioso, es que aún no sé sobre que estoy escribiendo. Solo sé que lo estoy terminando y que, tarde o temprano, voy a colocar el punto final cueste lo que cueste.
Desde que tengo uso de razón, siempre me ha invadido la irrevocable certeza de que he nacido para ser alguien diferente.
No nací con facultades extraordinarias. No puedo derribar edificios con los puños como Hulk ni puedo leer la mente como Kalimán ni tengo rayos infrarrojos para derretir tanques de guerra con el fulgor de mis pupilas como Superman. No obstante, en el fondo de mi pecho siempre sentí que tenía algún tipo de talento escondido, o quizá, cierto grado de sensibilidad, que me da una perspectiva diferente a los demás en el mundo que me rodea.
En cada contracción de mi mano el nido de la serpiente se infla más y más y más. Y yo sigo desvariando.
En mi infancia, nunca tenía un lápiz con punta fina para escribir en la bolsa plástica que usaba de bolsón para ir a la escuela. Generalmente por las tardes, cuando me venía la inspiración o más bien la nostalgia, agarraba del fogón un pedazo de carbón y con él garrapateaba torpemente en el rostro de las mesas; (ante la protesta de mi hermana María). Eran frases indescifrables que luego ni siquiera yo entendía debido a mi pésima caligrafía. Pero ese era un claro indicio de que en cierta forma estaba llamado a ser escritor.
Luego, inspirado por esos frecuentes arrebatos de metáforas que se conectan de mi pecho al cerebro, como libélulas eléctricas, comencé a escribir.
«Escribe con sangre y aprenderás que la sangre es espíritu.»
«Bebed porque éste es mi cáliz…» dijo el humilde carpintero.
Bram Stoker condenó a la oscuridad por ella a Drácula y hubo sangre derramada por diamantes tanto en Sierra Leona como en Normandía.
A mi manera, pero yo escribía.
En este punto desvarío como un científico-neurólogo-biólogo-político-borracho, con frecuentes arrebatos de esquizofrenia.
De esa manera, se fue alterando mi conciencia en una colosal batalla entre carne, verbo y espíritu. Empecé a cambiar mi forma de ver la vida y el mundo. Para mi sorpresa, mis pensamientos iban adquiriendo mayor trascendencia al punto de cuestionarme: ¿Por qué debo escribir? ¿Por fama, gloria o fortuna?
Las tres cosas son magníficas y en mi opinión es lo que la mayoría de los escritores quieren lograr, o por lo menos buscan consolidarse con una de ellas.
Viéndolo bien, de las tres es mejor la fortuna, porque últimamente llegué a la conclusión de que con fama o gloria no se come, ni se paga la renta. Y lo más trágico, no puedo enviar dinero a los demandantes que cada día se vuelven más exigentes.
Una vez más, el vampiro me exprimió mi brazo esquelético. Ahora soy un bagazo, la mitad de una naranja sin jugo. Recibo mi pago de la secretaria que me mira de pies a cabeza con ojos compasivos. Trastabillo y salgo a la calle como una marioneta con una pierna amputada.
Hay una llovizna ligera. Doblo la 12 avenida en busca del Western Unión más cercano. Entonces la ciudad se desdibuja por completo. No sé si es el efecto de la lluvia que arrecia contra mi cara o simplemente estoy a punto de sufrir un desmayo.
– ¿Señor, usted va hacer un envío?
Estoy a punto de un colapso, pero alcanzo a responder.
– Sí, soy A positivo.
CARLOS ESCAMILLA (Honduras, 1972). Perteneció al grupo literario A la caza del duende. Ha publicado en varias revistas de letras: “Aguan” (Honduras) y “Baquiana” (EE.UU.) Ha ganado varios concursos tanto de poesía como narrativa. Ha publicado tres poemarios: Silencio y espejo (2007) Colibríes o equilibrios (2010) y Abecedario de malos poetas (2011). Imaginarios (2014) es su primer libro de narrativa. Actualmente reside en Miami.
Metaforología Gaceta Literaria tiene el privilegio de presentar Imaginarios, libro de cuentos del escritor hondureño Carlos Escamilla, publicado por Eriginal Books de Miami.
SOBRE IMAGINARIOS
En su libro Imaginarios [Carlos Escamilla] denota un talento extraordinario, una capacidad de narración que no tiene nada que envidiar a los grandes. Puede parecer exagerado lo que digo, pero no lo es. Quizá la obra no sea la mejor del mundo, pero hay momentos en las letras del señor Escamilla que me quedé boquiabierto con la facilidad de su prosa y la belleza de la misma. Eso es un don, que se entrena, por supuesto, pero es un don que como los famosos pimientos del Piquillo, unos lo tienen y otros no.
~ Jordi Díez (Editor del Blog “Mis últimas lecturas”).
Imaginarios de Carlos Escamilla, fue una de las revelaciones literarias que me dejó el 2015. Este es un libro de cuentos que dentro del género de lo fantástico se suma a una tradición de narradores latinoamericanos que han sabido sacudir con sus letras el mundo de la literatura hispana; esta tradición se renueva con autores recientes como Escamilla, cuya propuesta original, ingeniosa, lúdica, contemporánea y desgarradora sabe secuestrar hacia sus ficciones, que se atreven a desbaratarnos de risa y de angustia. Carlos Escamilla escribe, y escribe duro; prepárense lectores y críticos que si sigue haciéndolo como hasta ahora, con absoluta entrega y furia, mucho han de escuchar de este autor que va rumbo a convertirse en uno de los grandes nuestros. Tengo el privilegio de conocerlo en persona, ser su amiga es un lujo y recibir ocasionalmente sus correos es una experiencia que no permite olvido, donde lo real y la maravilla se mezclan, porque uno no sabe bien dónde empieza y termina el hombre, dónde empieza y termina el narrador, ya que en el genio de Escamilla vida y ficción se entrelazan, se aprietan tanto hasta fundirse y dejar embelesado al que lo sigue, así nomás, sin aliento.
~ Ana Cecilia Blum (Editora Metaforología Gaceta Literaria).
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