El Barro se Subleva
PESADILLAS
Un cuento del escritor Manuel Adrián López a propósito de su más reciente libro El barro se subleva publicado por Ediciones Baquiana.
“To die, to sleep–
to sleep, perchance to dream –ay, there’s the rub,
for in this sleep of death what dreams may come…”
William Shakespeare
Esta madrugada las pesadillas fueron más fuertes que de costumbre, sin embargo no venían acompañadas de los movimientos usuales. La lluvia que azotaba las ventanas, en vez de aliviar el mal dormir, lo intensificaba. Él dormía a mi lado. Daba pequeños saltos en la cama y roncaba livianamente. Al despertar nunca se acordaba de los ronquidos y mucho menos de los saltos. Yo nunca discutí por estas pequeñeces pero él, por el contrario, siempre recordaba mis ronquidos que cada día aumentaban y se convertían insoportables. Varias veces me empujó para que dejara de roncar. Yo me daba la vuelta, apretaba la almohada a mi pecho y seguía perdido en las tinieblas de las incesantes y perennes pesadillas. Sin embargo, esta madrugada yo no roncaba y él no daba saltos en la cama; dormíamos silenciosos, cogidos de la mano como si camináramos por las nubes, mientras la fuerte lluvia golpeaba en las ventanas. Era el único sonido que se escuchaba. La gata dormía tranquila en su silla preferida.
Por un túnel oscuro transitaba la pesadilla, cuando sentí el crujir de la madera del techo. Abrí los ojos como si tuviera la muerte encima, como si me apretara el pecho un ladrillo, o como si Arnold Schwarzenegger me tuviera debajo de su pie derecho. Corrí por aquel estrecho y largo pasillo sin mirar atrás. Al final, como en casi todos los finales, había un claro de luz. Me paré en seco en el lindero para respirar y secarme el sudor de la frente. Al mirar al lado del túnel, un patio de bambúes gigantescos daba sombra a una casa que lograba reconocer. En la entrada, una diosa de barro daba la bienvenida con una sonrisa a medias y extendía sus brazos ofreciendo protección.
Me vi frente a tres puertas, pero estaba seguro que solo detrás de una me esperaba algo con urgencia, pero temí que quizás no estuviera listo para descubrir alguna realidad escondida. Sin embargo toqué en la primera puerta, rústica y descolorida. Sentí el lejano maullido de un gato. Tocaba y tocaba pero nadie me abría; di tantos golpes que me empezaron a sangrar los nudillos, pero seguía insistiendo porque sabía que algo debía resolver dentro.
Como sólo me respondían los maullidos del gato, empujé con desesperación la puerta con todas mis fuerzas a la vez que le di vueltas al picaporte. No hubiera hecho falta tanto esfuerzo: la puerta quedó de par en par porque había estado abierta desde el primer momento.
Entré en el pequeño estudio que reconocí de inmediato, porque era el mismo lugar donde yo había vivido anteriormente. Todavía olía al incienso de rosas victorianas que solía quemar. Los libros se amontonaban por el piso, como si no hubiera pasado el tiempo. Todo estaba oscuro y una gata afligida comenzó a darle cabezazos a mis piernas. No encontraba la luz hasta que recordé la cadenita que colgaba del ventilador de techo. Justo al tirar de ella, sentí primero el aliento de alguien a mis espaldas, y con la luz descubrí a un hombre colgado del techo. Su cuello estaba enrojecido y desgarrado por aquella soga que lo mantenía suspendido. Acerqué una banqueta negra y le coloqué los pies sobre ella. El hombre todavía estaba vivo y respiraba con dificultad. Logré quitar la soga de su cuello. No sé de dónde saqué las fuerzas, pero lo cargué y deposité con mucho cuidado al pie de la escalera. Por un momento pensé en darle agua; también sentí un deseo enorme de pegarle una bofetada, pero terminé por marcar el 911 para pedir ayuda.
No sé qué paso después. Cuando logré despertar, mi gata asustada maullaba y pasaba sus patas por mi cara. Mi compañero dormía a pierna suelta, daba saltos en la cama y roncaba con un silbido de tren cuando se aleja. Sólo la gata y yo supimos de aquella pesadilla. Mirándonos a los ojos, decidimos quedarnos callados y no contarle a nadie que habíamos salvado a un poeta.
(Cuento tomado del libro, El barro se subleva, publicado por Ediciones Baquiana)
Manuel Adrián López
Morón, Cuba (1969)
Poeta y narrador. Su poesía en español ha sido publicada por las revistas Anterior Review, Arique, Baquiana, Crear en Salamanca, Contratiempo, Delirium Tremens, La Peregrina Magazine, LaFanzine, Letras Salvajes, Linden Lane Magazine, Metaforología, Nagari, Revista Conexos, Revista Literaria Ombligo y Ventana Abierta, entre otras. Su poesía fue incluida en la antología poética La luna en verso, publicación de La Noche en Blanco de Granada (Ediciones El Torno Gráfico, 2013). Fue columnista de la revista digital Sub-Urbano (2013-2014). Su primer libro de poesía, Yo, el arquero aquel, fue publicado por la Editorial Velámenes (West Palm Beach, 2011). La editorial TheWriteDeal le publicó una versión digital de su libro de cuentos cortos en inglés Room at the Top (New York, 2012) y una versión impresa del mismo fue publicada por la editorial Eriginal Books (Miami, 2013), la cual fue presentada en la Feria Internacional del Libro de Miami. La Editorial Betania publicó su libro de poesía Los poetas nunca pecan demasiado (Madrid, 2013), que fue ganador de la Medalla de Oro en los premios Florida Book Awards en el 2013. Ha sido invitado a diversas lecturas poéticas en Coral Gables, Fort Lauderdale, Homestead, Miami, Nueva York, Sylmar y Tampa en los Estados Unidos, así como en el Distrito Federal en México y Barcelona y Granada en España.
El barro se subleva (Ediciones Baquina, 2014), se presentó dentro del marco de la XXXV Feria del Libro en el Palacio Minería en el Distrito Federal.