Microcuentos de Carlos Vásconez

Bello e indocumentado

Una de las vidas más fantásticas que ha existido jamás fue la del filatelista Alameda. El filatelista Alameda no existió. Su vida me la contó su hijo.

Como a Caronte, una moneda

Es sábado o domingo. Época de sequía, pero que a los niños nos gusta muchísimo, ya que las aguas no interrumpen nuestro gozo veraniego. Mamá está preparando la comida mientras papá trabaja de labriego en un sembrío que no germina ni una sola espiga buena. Me siento junto a ella y, embelesado, la miro hacer. Sus manos agrietadas, el pañuelo que rodea su cráneo, el delantal manchado, como un capirote de médico luego de una operación exitosa, su media sonrisa que me la dirige de rato en rato en procura de mi paz. Yo me restriego los ojos y los despojo de las hadas de la noche que son las legañas que no quieren desprenderse de nuestros sueños, y entonces recuerdo lo soñado. Una moneda, le digo, soñé que encontré una moneda en mi comida, mientras masticaba, y que con ella me compraba un helado. Ella está tan absorta en la preparación de nuestros alimentos que no sé bien si me escucha o no. Luego de unas horas, junto a mis hermanos, nos sentamos a la mesa, y, como no puede ser de otra manera, a la primera cucharada, emerge espléndida la moneda de bronce de entre las aguas sagradas del ensopado. Mi padre sonríe a mi madre y ella se limita a asentir con la cabeza.

El Homero

Lo siente llegar. Antes ha escuchado, como un rumor de sombras, a su espada atravesar los cuerpos de sus pretendientes y ha visto el aire lavado por una llovizna de tres días. No sale para no apreciar la catástrofe que de ser vista aminoraría la cantidad de imágenes con las que su imaginación ha surtido a su recuerdo los últimos años y con las que malsueña.

La robusta figura se posa en el umbral y esa silueta ensombrece con tanta fuerza el interior de la alcoba que la claridad que la rodea cruje como un madero de galeón. Ella lo distingue, con los ojos acristalados. Tiene la mano lista para propinarle una bofetada épica que le recuerde a ése

Su hombre

Que le faltó por tanto tiempo,

El dolor de su ausencia. Sin embargo sus iras, lo primero que hace al notar que efectivamente es él, Ulises, quien llega, es abrazarlo y besarlo en los párpados. De pronto, se separa bruscamente y la furia femenina se apodera de su cuerpo, como de él la redescubierta belleza incomparable de Penélope, que Cronos se había encargado de borronearle de la mente.

–Y bien –dice Penélope, con la voz temblorosa de rabia y excitación–, ¿qué mentira me vas a contar? ¿Por qué tardaste tanto en volver?

La hace sentar, no sin bañarla en besos, para apaciguarla y darse aliento. Y el vagabundo Ulises, rodeado de sombras, se inventa La Ilíada y La Odisea.

Epopeya del noctívago

En el barrio, un fino gato Maine Coon. Su nombre, Beethoven: ojos color miel con dos triángulos isósceles negros apuntando al suelo, hipnotizadores, en lugar de pupilas; melena parda que tentaba acariciarla. Maullaba espléndido. Se trataba de un maullido lento, ceremonioso, algún osado lo imaginó practicado. Traía de regiones remotas tejados recorridos y escondrijos ideales. Su música sugería lo que en la música no está. Las gatas, sinuosas (como el brillo de una estrella en una charca que recuerda a un brazalete que se agita en la danza), contoneando su aceptación, se rendían a sus deseos. Alguna vez, más de una vez, casi siempre Beethoven se imaginó un león entre los gatos. Un dios. Una bestia eléctrica. Se escapaba en las noches, gustaba caminar por donde la luz flaquea, volvía agredido, campante, hermoseado y laureado de olores impregnados. Al día siguiente su dueña no se cansaba de lisonjearlo, de acicalarlo. Un dios tiene que vivir una epopeya, la que vivía Beethoven.

Carlos Vásconez es autor de cuento, novela y ensayo.
Presidió la Casa de la Cultura, Núcleo del Azuay. Fue Director de Cultura del Municipio de Cuenca. Fue presidente del Centro PEN Ecuador, entre otros cargos que ostentó.
Ha participado en varias antologías de cuento, microcuento, ensayo de diferente naturaleza.
Con su novela Paruso obtuvo Mención de Honor en el Premio La Linares de 2018, siendo una de las dos galardonadas. Todo está roto, su libro de cuentos, fue beneficiario de los Fondos Concursables del IFCI en 2022. Recibió la presea Guadalupe Larriva del Municipio de Cuenca en 2021 por su actividad cultural y literaria.


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Carlos Vásconez fabula una colección atemporal de cuentos cortos que destaca su habilidad única para entrelazar el humor con la empatía. Estos relatos se ambientan en una diversidad de mundos que, siendo imaginarios, resultan igualmente tangibles, como es característico en la buena ficción. La prosa con la que están escritos es aguda, pero al mismo tiempo clara y accesible.
La colección constituye un testimonio de la capacidad de Vásconez para forjar personajes y entornos vivos e inolvidables como el Filatelista que nunca existió o el hermosísimo gato Maine Coon. ~ Ana C Blum