Teorema del acaso
Metaforología Gaceta Literaria tiene el privilegio de presentar Teorema del Acaso, el más reciente poemario de Daniel Calero.
LOS CANTOS DE LA DUDA EN EL TEOREMA DEL ACASO
Por Ana Cecilia Blum
Tres Cantos conforman el Teorema del Acaso. Tres Cantos para
probar la certeza de la duda, la convicción en lo incierto del
pensamiento poético y en el existir profesando el oficio del mismo,
buscando diligentemente desde esa existencia todo aquello que como
decía Borges está escondido y el poeta tiene el deber de encontrarlo.
Proponer la exactitud de lo improbable es el cometido del que sabe
cantar los cantos de la duda, y logra servirse de estos para demostrar su
teoría. Así, en el primero (La caída de la testa de Goliat) sucederá la
muerte de una voz para evocar el nacimiento de otra; en el segundo
(Vientos fieros) el uso de los instrumentos de la ira argumentarán sobre
la persistencia del acaso; y en el tercero (Elevación a lo insondable) se
propone encumbrar hacia la evidencia, la definitiva prueba de la
incertidumbre.
Así, en el primero (La caída de la testa de Goliat) sucederá la muerte de
una voz para evocar el nacimiento de otra; en el Segundo (Vientos fieros)
el uso de los instrumentos de la ira argumentarán sobre la persistencia
del acaso; y en el tercero (Elevación a lo insondable) se propone
encumbrar hacia la evidencia, la definitiva prueba de la incertidumbre.
En la decapitación -canto primero- la antigua voz es lapidada y da
paso a la nueva, la que rotunda sentencia: «saldré / porque mi única
filosofía iluminada / será: salir aunque no sepa hacia dónde / ni por
qué…».No hay certeza de aquello que esta pueda encontrar en el camino
de sus enunciados, pero ha necesitado expresarse, y así lo hará,
porque es una urgencia insoslayable, porque ese es su destino
iluminado, el de la poiesis.
La voz ha propiciado su mudanza y lo anuncia cuando dice: «Ya no
esculpo míticos tiempos. / He abandonado antiguos sonidos». Esta es
una transformación que la libera de sus propios anales y lo confirma al
declarar: «Los nudos de mi historia desataré». El yo poético rompe las
ataduras de lo que un día pudo ser cierto y ahora desde lo dubitable
permite otros rumbos al pensamiento, mas esto se ha dado sufriendo
su propia laceración, cortando su propia cabeza, porque la voz ha sido
en una sola el David y el Goliat de la leyenda, un proceso que ha de
repetirse cada día, porque en cada nuevo sol resulta imprescindible
reinventarse: «La caída / de la testa de Goliat / contemplamos cada día /
el incendiado rostro precipitarse / vertiginosamente / a la nada». En esta
invención de las «veinticuatro horas», la voz alcanza a «coronar el
infinito», en el espejo del poema donde todo se repite y unifica: «Soy la
edad / de veloces remolinos». Y es por ello que exhorta a la reflexión, a
la exploración de las ideas desde lo cotidiano para alcanzar alguna
claridad: «¡Medite / si usted pronuncia latidos! / Analice / el genuino
absurdo de las cosas».
La duda se impone, después de todo estamos ante el TEOREMA DEL
ACASO, y pasa que «La contradicción fluye eternamente», porque
eternamente fluirá la naturaleza que define al ser humano: paradójica,
discordante, absurda. La voz misma duda ante su cometido de hacer
que un esquema de exacta lógica como es un teorema pueda adherirse
a la inexactitud del azar: «El tren descarrilado entre los renglones /
busca la lógica del diván / desvarío / junto a un río de muecas». Y se
inclina a pensar que la insistencia de sus razonamientos es solo afán de
aire; lo explica cuando dice: «Las estrofas suenan a polvo / y olvido».
Es notoria la presencia del devaneo para fortificar la duda en el
oficio: «Deambulo en la espiral de la sintaxis / despedazada en el
umbral del lenguaje mutilado / por tortuosos devaneos»; y al hacer
mención de la espiral, de esa línea que mientras más se aleja de su
punto más vueltas da alrededor de este, ofrece razón el hablante de lo
circular del conocimiento y particularmente del conocimiento de su voz
que intenta atrapar la poesía aunque se vaya enredando en el lenguaje
cercenado por sus propios delirios. ¿Será que la poesía en realidad es la
cosa inalcanzable?… ¿Será que en el fondo el poeta -todo poetasospecha
que su decir es solamente «la repetición de giros / de aspas /
del molino»?
En la argumentación de la incertidumbre -canto segundo- «los
vientos fieros estremecen», porque un «haz de fonemas / llega / al yugo
de la llaga». Hay dureza en la concepción de su ocupación de poeta y
de sus juicios, aparece el espíritu de la ira y otra vez el ideario del
desasosiego: «No atino / no ato / sí garabatos. / En el diván devano mis
sesos / la lógica se escurre / estrellones de ferrocarriles / se escapan
desde los rieles del cerebro». Y escribir resulta una «Pesadilla de alas
oscuras/ batiéndose entre el fuego-misterio». La vacilación se levanta,
se regodea, se empodera porque el oficio del hablante es un oficio
dudoso, un oficio sin credenciales, sin investidura,
un oficio sin garantías y sin glorias, es solamente esa y por demás
insufrible resbaladiza virtud de la metáfora.
La voz se niega a caer en cualquier conocimiento total sobre el
pensamiento y la existencia, y así lo explica: «¡Camino y pienso! / No
quiero enredarme en el cogito ergo sum. / Camino y pienso / o pienso
mientras camino… / Mas, ahora enmudecen mis pensamientos». Los
pensamientos enmudecen y al enmudecer consuman la certeza de lo
incierto. No se deja cautivar por la tentación de algo absolutamente
posible, no quiere salvarse del escepticismo y hace uso del teorema
para reafirmar esa duda: «¿Soy el mismo caminante? / ¿Acaso fui fulgor
decapitado?».
«La hipotenusa se calcula en lontananza», en el trazo más distante,
más apartado, es decir en la soledad misma se ha encontrado la
conjetura, porque únicamente en la soledad de la creación aparece la
resolución del teorema, y así lo definió Marguerite Duras en su libro
Escribir: «En la vida llega un momento, y creo que es fatal, al que no se
puede escapar, en que todo se pone en duda. Y esa duda crece
alrededor de uno. Esa duda está sola, es la de la soledad. Esa es la
verdad. No hay otra. La duda, la duda es escribir».
Hacia la evidencia -canto tercero- acontece entonces la
«elevación a lo insondable», el descubrimiento, el momento culminante
ha llegado, y una nueva realidad se percibe: «estoy sentado/ en el
escritorio de siempre / mas no es el mismo / es triángulo y rectángulo: /
suma de espacios etéreos». El teorema perfecto es el de la casualidad y
allí la voz nueva, la voz decidida, la voz madura que ha probado
sustanciosamente su teoría y con ella logra perdurar, multiplicarse:
«…paso frente al espejo
y retrocedo
miro aquel rostro
es elmío
soy elmismo pero el viento es otro
regreso al escritorio
escucho el acaso susurrante
sustancioso…»
La duda será siempre la duda, y ese es el misterio y paradójicamente
la respuesta; la respuesta es la duda como el pilar del
discernimiento: «lo cierto / es aquello dubitable en los catetos /
buscadores de verdades / lo entiendo».
Estamos ante el poemario de la madurez de Daniel Calero, su
TEOREMA DEL ACASO. Donde el poeta total ha brotado finalmente, y él
lo sabe, y desde sus versos lo asume y lo anuncia, y al hacerlo ha
utilizado un hablante que se ha vestido con el hábito de la incertidumbre
para dar cuenta de que no hay saber absoluto ni en el
poema, ni en la poesía, ni en la vida; y este quehacer de dudar siempre
es para el poeta un arma de trascendencia y liberación; acaso, en el
acaso, el indicio de la convicción hacia la certeza de su propio oficio.
POEMAS DE DANIEL CALERO
1
He lapidado míticos espacios.
Se batieron alas oscuras
entre destellos umbríos
y mis oídos ciegos.
Saldré un martes
a mirar el agua inquieta
y la espuma besará la ribera.
Sabré entonces
cómo se desgajan las horas del reloj de sol
desolado por la fuga de la arena vigorosa
cómo el bronce
de las estatuas en soledad
soporta la sal y el fuego de la tierra
pero saldré un martes
a desafiar o comprender
el exacto teorema de Pitágoras
saldré a quemar
el crucigrama de las semanas
el laberinto de las épocas
la existencia de doble vía
saldré
porque mi única filosofía iluminada
será:
salir aunque no sepa hacia dónde
ni por qué…
2
Ya no esculpo míticos tiempos.
He abandonado antiguos sonidos.
¿Dónde estoy?
¿Dónde iré?
¿A quién dejaré mis pensamientos rotos?
¿Cómo levantaré el rostro
hacia las hojas del calendario?
Los nudos de mi historia desataré
en la Historia impregnada en cuevas
papiros
y libros.
3
La caída
de la testa de goliat
contemplamos cada día
el incendiado rostro precipitarse
vertiginosamente
a la nada
el terror de terracota
irrumpe con terribles signos
en el tórrido recorrido de la Tierra
mas su milenario regreso calcinante
en veinticuatro novísimas horas
recoge el silbido asustadizo
aventado
por la honda certeza del tino
por la cercenadura honda
de la espada
desprendida del tiempo
breve
agigantándose con la coronación
de lo infinito.
4
¿Por qué no hago siesta
ni mi cuerpo está abatido?
Soy la edad
de veloces remolinos
fantasma
diluido en la tinta de mis escritos.
¿Soy?
¿Fui?
En mi cráneo se imprimen
la soga y el vacío.
5
En la avenida
de flores siempre amarillas
bocinas acuchillan oídos
trozos de avestruces
retazos de algarabía
caen
cuales cruces en el diario pervivir
ruedan
en el ruido roedor de reminiscencia.
Alrededor…,
¡todo yace!
Trazos intrusos delimitan parcelas y tollones
estacas como bolígrafos firman amor-gerundios
bolígrafos como estacas afirman acuerdo-infundios.
¡Medite
si usted pronuncia latidos!
Analice
el genuino absurdo de las cosas.
6
Y sigo preguntando
en esta esfera difusa:
¿Quién soy?
La existencia es sombra en la albura
acaso
sol atravesado por el fulgor
de la danzante oscuridad.
La noche expande escarlatas designios.
La luna es desafío
en el extenso ring…
7
… ¿Quién llama?
La conciencia
esparce mi ego en archipiélagos ignotos.
La contradicción fluye eternamente
por espacios del entendimiento.
El nigromante mueve en sus palmas
siete guijarros
los mismos gestores de discursos griegos
ante el mar
se expanden siete notas
y la hoz
de su lengua tatuada de misterios
revela
la rebeldía del tercer mundo
bailoteando
entre restos del mañana
desde un pasado
pendiendo
de la presente corbata azul
que ahorca la tarde…
Daniel Calero (Ecuador, 1964). Poeta, narrador y profesor de literatura. Autor de varios libros de poesía y cuento. Fundador y Director del Centro Cultural “Medardo Ángel Silva” de Guayaquil. Su obra se incluye en reconocidas antologías ecuatorianas y extranjeras.
(Puedes conocer más sobre el autor en su blog: http://proecuadorliterario.blogspot.com/)