Un infierno es mi cuerpo
POEMAS DE CRISTIAN LÓPEZ
ATRAVESADOS POR LA IMAGEN DE UN PEZLUNA
a RS,
a las aguas de Manta
Son las 12 am en Tarqui,
el sol como insomne miente su fugacidad
en machetes de pescadores,
el estiércol de peces somnolientos
pasea su océano en los revólveres de la angustia
siento cada vez más fuerte tus labios
aprisionarme entre la daga del silencio
y este cuaderno que incendia el párpado de la palabra.
Las piedras tatúan en nuestras piernas
soledades
dibujan puntos suspensivos en el talón de la sandalia
el vestigio de la brisa peina nuestros cabellos rotos
por el movimiento del tiempo.
Aprisiono tu mano izquierda tan fuerte
que se resquebraja una estrella
y el hedor de los niños dormidos
despierta a los pájaros de la lluvia,
ellos disparan cantos insomnes;
Son las 12 am en Tarqui,
aquí solo desidia
caminamos comprimiendo el vacío
incierto / oblicuo
presintiendo los ayeres sin rostro
ojos sangrantes despidiendo el sombrero de la infancia
ojos agonizantes
con sus rostros boca abajo
presienten su infancia enferma.
Son las 12 am
y Tarqui es una sábana con arrugas
en su haber habitan perros somnolientos
/chubascos
como partituras en el ocaso de los cuerpos
chubascos aferrados al hueso del fantasma
suspenso en la escena de una niña maltrecha
ultrajada por manos
de hombres sudorosos con aliento a licor,
pero nunca la fatiga de los ojos caídos,
simplemente un ópalo en el cerebro de la calavera
atravesado por la imagen de un pezluna.
Ancianos tatuando en sus huesos el espejo de la desdicha
malogrados,
en sus canas habitan el lenguaje de las lluvias/
en sus ojos candados de arena;
lo que queda de sus existencias:
residuos de un perro ciego guiados solamente por el rumor de las aguas.
En el cielo de Tarqui la caligrafía sucumbe al asombro del cerebro,
adentro habitan pájaros enfermos preguntándose su muerte en el hueso de la nube;
en esa contraimagen de ciudad permanecemos
haciendo circunferencias en el centro del ojo de aquél murciélago
aderezado en el tiempo del olvido;
contemplo sobre tus párpados de arena ancianos fatigados
esperando un amanecer:
episodios de una luciérnaga herida.
El viento hace rato no despeina aromas de nuestra piel;
lluvia trastocada por la medialuna del insomnio,
eso parecemos:
manuscritos revelados por el pasado
¿en qué luz abyecta la tarde de Tarqui
convierte nuestros labios en peces aferrados al óxido del horizonte?
TODO DESPERTAR ES MÚSICA DE LLUVIA
1
Llueve,
y del cielo baja la tristeza
mientras el pasado agoniza en la casa de enfrente.
el agua fatigada se pierde en mis brazos,
sombra que bebe del feto consumido,
crujido imantado en la resaca que me consume.
Llueve,
y con ella el recuerdo desvela este cuerpo degollado
en la mentira,
rostro cicatrizado en la niebla. Quizá sollozo de muerto.
El agua, que furiosa recae en mis dedos, despierta
aquellos dolores enmascarados en la rosa demente,
desollada en el abandono.
Llueve,
y mi ciudad es un absurdo en el poema,
un cuerpo que es una colilla bostezando en el vacío,
aquella conciencia ahorcada en la medianoche
niega a sus hijos,
sueña una soledad decantada en la meditación de la amargura
enardeciendo el adiós de un hastío.
2
Pájaros censuran el canto de un gato sobre el techado
El agua fluye en sus bordes;
alas de una rosa blanca
irrumpiendo mañanas ausentes:
detrás de la ventana
un hombre fatigado en la frágil medianoche.
3
Todo despertar es música de lluvia;
Melodía gris sonando en el insomnia
4
Escucho a las sirenas conversar con sus tiernas palabras
Sobre nuestras ausencias
El llanto deviene a mi encuentro
Mira este silencio inmovilizar a las aves:
Nuestros cuerpos retozando sobre las sombras.
5
¿Un poema atraviesa la luz?
Rostros quebrantados
En el espejismo de mis labios
6
Llueve:
del cielo caen palabras con huecos
palabras con sed
a mis poemas le viste de alas
de viento
de sangre
llueve
y la infancia llora con los ojos de un ebrio en su pesadilla
retoza en la piel de un cadáver dormido
recorre mi presente
y mi huérfano cuerpo
danza sobre árboles estrechos
que cubren de sombra a mi madre:
ella, adolorida en su vejez,
permanece recostada
abarcando un espasmo de angustia en su alma
UN INFIERNO ES MI CUERPO
Tengo un cuchillo sin filo tatuado en la garganta
Aves dibujan luciérnagas apagadas sobre mi pecho
No existe ya dolor
Simplemente, un vacío navegando en la náusea de un dios atorado
En la puerta de esta vieja casa
Tengo frases sueltas partidas 16 veces por un torpe rayo:
No soy tu cadáver
Me niego al ataúd
No, tus ojos fríos de olvido ante mi ausencia
Despierto cada mañana en el letargo de tu caricia
Escucho voces murmullos llantos
No gusanos reptando en la ceniza que cubren mis ojos
Madre, el silencio es el abismo donde habitan escombros del recuerdo:
Una cama no es una casa
Sino el lugar donde las pesadillas son mariposas negras
aletean peces somnolientos en el alma
Un infierno es mi cuerpo;
Allí habitan perros furiosos luchando su deceso
¿Qué queda de mí sino la penumbra?
Mis manos quieren atrapar la garatusa que cae por tu piel
No el silencio
Sino el grito en tu almohada
Caminar como una llaga por tu sueño
Si estuvieras aquí
Levantarías a los pájaros mendigos que habitan en la ventana
Ellos, con su vuelo volverían la mirada a ese atrás
Del cual ya no queda nada
Solo un niño dormido debajo del reloj desvencijado que cuelga de la pared
Sin tu presencia
La noche no es digna de tus ojos
¿Con qué canción de cuna se acurrucará la flor?
¿Con qué poema arrojaré tus párpados siniestros en la lluvia?
Madre,
Si he de morir que sea junto a la luz que enciende la lámpara de tu cuerpo,
Morir junto al viejo,
A la ausencia de su sombra.
El viejo que está solo
Roto como estalactita
Hundido en el pozo más ocre del silencio.
Le miro recostarse luego del café de las 6 de la tarde,
Sus canas se llenan de tiznes al mirar tu fotografía.
La muerte como canción de cuna
Advierte una flor desecha en miseria
Resuena en la noche
desgarra como el más fiel lamento del dios olvidado en resaca.
Madre,
Tu muerte empieza y termina en el ojo acribillado del viejo
Su sonrisa es aquella hormiga que camina en la ventana trizada por la lluvia
Que camina en el borde del cerebro
Donde se crucifica tu lenguaje.
Madre, canté, sí, canté por amor.
Tu muerte tan fuerte fue sueño y lágrima: una
muñeca, toda ella, tan rota en la luz de la mañana
POÉTICA
Escribir: entrar en un cuerpo y morir en otro
decir amor, mientras la lluvia tatúa palomas en el desierto
Cristian López Talavera. Quito, 1985. Poeta, narrador, editor y docente secundario. Ha realizado estudios en Literatura y Comunicación Social. Participó de los talleres literarios de la Casa de la Cultura en el periodo 2008-2010. En poesía ha publicado: Casa de Soledad (Quito, 2010), Diálogo con el Ausente (Manta, 2014); y, Bajo las alas hay un hombre (Quito, 2015. Premio de Poesía Paralelo Cero). Dos de sus cuentos integran la Antología: Los Engendros de la Luna (Taller Cultural Retorno, 2010). Fundador de la revista “Ojos de Perro Azul”. Dirige la editorial independiente Jaguar.
Sobre Bajo las alas hay un hombre, libro que fue galardonado con el Premio de Poesía Paralelo Cero 2015.
El texto es un lugar para habitar. Lo habita el lector cuando ha decidido dar un paso hacia atrás, hacia sí mismo, cuando ha decidido recoger un poco de su sombra y meterse piel adentro. Aunque más allá de la catarsis que se insinúe al leer el texto, más allá de la búsqueda emocional, está la intención de caer en una trampa, una trampa en la cual el lector espera se lo condene para luego ser liberado y absuelto en el abismo. Pero el lugar para habitar está hecho por un arquitecto de niebla, por una voz que deja su huella y se retira, se retira de la casa construida. En este caso, el poeta hace un edificio con sus confesiones, invita a pasar al lector ojo adentro, nos abre la historia de la familia y del dolor, nos abre, mediante música de lluvia o silencio, no solo la puerta de una casa, también la puerta de una ciudad, de un mundo. Un lugar apesadumbrado, desesperado por no poder moverse, por no saber dónde ir sin los ojos del padre, con la canción rota de la madre, a quien su hijo ha ofrecido un bastón de palabras, no tanto como para que se sostenga, como para que la caída duela un poco menos. ~ Walter Jimbo