POEMAS DE CAROLINA URBANO

 

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TROPISMO

 

Las plantas crecieron al día siguiente,

tan rápido

como agregar una pincelada

al paisaje en óleo.

–Son agradecidas– dices.

Yo creo más en la cosmogonía de tu vientre.

 

Madre,

ellas creen

que basta la protección de tus manos

para vivir.

Las plantas saben también

del sol dentro de ti,

que sale por el placer de dar calor.

 

Madre,

esa es la llama

que las anima a buscar la luz.

 

Muéstrame la tierra fértil a las flores.

Háblame de las semillas

que pueden germinar en mí.

 

Madre,

si tuviera el tacto de tus manos,

el poema sería la caricia,

el suave juego de los dedos.

 

 

PINA BAUSCH

Danzar, danzar
o estaremos perdidos.
P.B.

 

 

 

Pina es un brazo encadenado a otro brazo encadenado a otro brazo encadenado a otro brazo.

Es el gesto de la mirada roja y los labios largos emprendiendo un soul.

Pina es la boca que besa el vaso que tira la mesa que sigue la mano que rota la pierna

que cae.

 

Es el cansancio tras la escena,

la idea en el ángulo vacío,

el ojo que construye deseos.

 

Es la piel que devora las ganas que consume el yo quiero

que ama.

 

Es también la pregunta

–Por la soledad, por la alegría, el dolor o la belleza–

nunca la respuesta.

 

Pina habita la estación del bandoneón.

 

 

NOCTURNO

 

Un fondo de ventana,

detrás de ella quizás árboles,

unos cuantos poemas sin leer.

O la incertidumbre de la oscuridad

que devela nuestros nombres.

En la noche

las formas son duendes

que silban entre sí.

 

Un fondo de ventana,

detrás

ella,

la mujer de piel,

la muñeca rústica

que evoca imágenes a contra luz

la claridad de sus ojos

recuerda los sonidos

de la noche en el campo.

 

Frente a ella,

él

la escribe en sus páginas,

la mira tras la tinta,

y no ve más que un campo ruin y estéril.

El hechizo de sus manos

es el misterio de la página en blanco.

 

Ella se va,

él desespera.

 

 

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LOS AMANTES

 

Los amantes evitan ganar la cruz del paraíso

se pierden entre las fichas marcadas

de puzzles incompletos.

 

Los amantes siempre pierden

se hunden en la premura de un tic tac

inmediato y certero

geografía de astros apagados

geometría blanda y sin aristas

cosiéndose hacia adentro.

 

Los amantes son serpientes

sólo con gemidos se prolongan

en dulces hojas de magnolia

se escapan humeantes

sobre una ciudad enfurecida.

 

Los amantes siempre pierden

los espejos sobre el vientre los delata.

Pero no mienten

apenas si se aman.

 

Los demás lo saben.

Los demás los sienten.

¿Sueñan acaso sus palabras?

 

 

EL SABOR DE LAS COSAS

 

Bajo la lluvia

los olores penetran

el sabor de las cosas

la dureza de estar

la fragilidad de vivir,

como un natural instinto

en forma de corteza.

 

Distinta es la savia bestial

enrarecida

que sale de lo humano,

un humor que confunde y altera

el orden natural de las cosas.

 

De ahí que entre las enramadas

olores silvestres

se identifiquen con los muertos,

como un natural instinto

contra el olvido.

 

 

NIEVE

Cerca, una hoja temblaba al viento.
Él la incluyó en su poema;
También a un árbol desgreñado;
y a un montoncito de nieve
depositado en una zanja, y también a sí mismo,
que un día yació igualmente en el suelo,
como la hoja y el montoncito de nieve.
Robert Walser.

Los hombres no supieron qué hacer con él

y ahora beben de sus libros.

Detrás está el acto noble de elegir la nieve para morir

poco a poco

en sus poemas

el rastro de la nieve en diciembre

sin paseo.

 

Poco a poco

en sus novelas

develar al pequeño hombre

que debía soportarlo todo

sin ego

sin fama

sin riqueza

sin su alma cuerda para hacer de loco

menos en los paseos

menos sobre la nieve.

 

Una pequeña caminata bastó ese día

para que el hielo se fuera adhiriendo

poco a poco

a su piel.

 

Esperó toda la vida

para hundir su rostro

sobre la nieve

y fundirse a la naturaleza.

Un detalle del no-ser-más en el paisaje.

 

La naturaleza no necesita imponer su grandeza.

 

 

TRAS EL ESPEJO

 

Si hablas de la muerte no hables del mar,

la muerte solo es un fallido instante de vida.

En cambio

lo demás se multiplica

resuena

canta.

El dolor no es la muerte

ni la vida

es la espada de Damocles entre ambas.

Se aliviana con la risa,

la caricia de la piel sobre la hierba.

Mas siempre está presente

latente

en las lágrimas.

En las gotas de este elixir de la muerte

el cuerpo fecunda nuevos ríos

y restaura con el tiempo

el otro tras el espejo.

 

 

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CAROLINA URBANO (Pasto, Nariño, Colombia, 1974) Profesional en Filosofía y Letras de la Universidad de Caldas, con Maestría en Filosofía de la Universidad Nacional. Entre la docencia y la filosofía a veces la palabra poética la rescata del mundo. Poemas suyos han aparecido en diversas publicaciones literarias. Pertenece al Comité Editorial de la revista de poesía Luna Nueva. Actualmente reside en Buenos Aires. Ha publicado el libro de microrrelatos Cómo hablar de lo indecible con alguien imposible (2014). Los poemas aquí seleccionados hacen parte del libro inédito Los colores de Van Gogh.