Ante la Desmesura del Silencio
De Sujeto de ida
Por Esteban Mayorga
Una posible lectura del último poemario de Juan Secaira Velástegui surge a partir de mirar solamente los vacíos del texto: cuando escribe, por ejemplo, “la ley del vuelo suprime el cielo”, lo que quiere decir que el código, o el criterio conceptual que supuestamente debe gobernar el acto de volar, antes de volar, ya destruye el espacio que le permite crearse. El concepto, en este verso, no existe: es como si la idea, o la significación que le permite funcionar, a priori, primara sobre el fenómeno a pesar de saber que sin él ese concepto no podría aplicarse pues no tendría razón de ser. Esto ocurre similarmente a la idea kantiana de la intuición que supuestamente se da antes de que los sentidos capturen la experiencia, pero con la diferencia de que la enunciación de Secaira aparece en una imagen deliciosa.
“Errar / en minutos fijos de la memoria”: cosa similar pasa aquí, pero desde la ilusión del tiempo que, como todos sabemos, no es lineal sino completamente arbitrario en su verticalidad. Pero las imágenes no están solamente compuestas desde una idea, o de la fijación del ideal, sino también desde elementos en apariencia simples: escribir, por ejemplo, “El fútbol como extrañamiento” es no escribir nada, pero sí es desear que el extrañamiento, no definido en el contexto de la vanguardia sino en el de la representación trágica y vana de la cultura popular, se manifieste a partir de lo que en apariencia es superficial fanatismo.
El verso “Anhelar las venas en su sitio” propone casi lo mismo: que todo tiene una falta o carencia esencial —la imposibilidad de volar o de comprender el tiempo en los versos de arriba—, la cual, en este caso, es que la sangre no circula por la vía correcta no solo porque las venas estén descolocadas, que no puede ser una cuestión meramente espacial, sino porque el énfasis de la representación poética solo puede estar en el “anhelo”; la poesía parece que solo puede ocurrir desde un espacio deseado o anhelado. Si es que este deseo se llegara a alcanzar el impulso creador ya no existiría porque el anhelo pierde su razón de ser, deja de ser deseo el momento en el que llega a materializarse. Si esto llegara a ocurrir nos quedaríamos con “Solo un artefacto con herramientas inservibles” o con “La enfermedad (que) no tiene nada que ver con la voluntad” o con unos dedos de los que “No brotan las uñas”. El estadio ideal pasa a ser el estadio anormal, lo principal es entonces enfatizar la carencia (lo inservible, la enfermedad, la falta de uñas, el destiempo, etc.) para crear a partir de ella.
Lo único que pareciera completar esta insuficiencia vendría a ser la palabra: “El poema es contención ante la desmesura del silencio”, donde el silencio se entiende como un extremo de lo que falta, no como un estado natural. De modo similar a como el vuelo se hace imposible porque su concepto borra el espacio que lo hace posible, la palabra poética es capaz de contener el silencio que lo define todo desde la lectura de lo que no se escribe. Las imágenes cambian, pero el concepto de la imposibilidad, o de la carencia, se vuelve a repetir sin cese: “Los pájaros vuelan sin alas”, “Perdido en las altas montañas de Quito”, “La condena bambolea una esfera”.
Sujeto de ida viene entonces no solo a enfatizar la carencia del significado en la representación como una creación en sí, sino también a estabilizarla por el mismo medio que intenta denunciar. Que es, supuestamente, el referente verbal compuesto por un movimiento que no muestra una solución definitiva, pero que sí captura el sentimiento de la aproximación para intentar reinscribirla. En un sentido estricto el poemario quiere decir algo así como “La gramática suprime la escritura; te voy a decir cómo” y los versos empiezan a fluir para mostrarlo.
Esteban Mayorga (1977) es autor de los libros de relatos Un cuento violento y Musculosamente, y de la novela corta Vita Frunis. Ha recibido el premio Gallegos Lara del municipio de Quito y el Pablo Palacio del Ministerio de Cultura del Ecuador. Actualmente vive en Búfalo, Nueva York.
TRES POEMAS DE JUAN SECAIRA
El poema es contención ante la desmesura del silencio.
Tensar el arco, cavar la tumba, aguantar el cielo.
La flecha escoria la tierra húmeda.
Va el humo
al mismo incierto lugar
que la añoranza.
Reviven el círculo
trazado por la memoria.
Espada del temor
los pájaros vuelan sin alas
sus cenizas
sus decires.
Desde la hondura ante el espanto
desde el rumor de la lucha, desde la lejanía donde reposan el captor y su víctima.
Cuando la unción y
la demora combinan sus vocativos
entre la alegoría que se levanta autómata.
Leve
borde
brusco.
El día es el anhelo de la voz.
Tener pastillas para cada emoción no resuelve nada.
La condena bambolea una esfera.
Las pastillas actúan como dioses siniestramente inciertos, horrible estómago.
Sujeto convertido en obituario químico desplazado al rincón de telarañas
pelusa
moho.
Crean ficción, hermanan a la vida sin respuestas
incertidumbres de un ser apuñalado por dentro.
Inclinación del dios albino, la comida se pega al fondo de la olla
corren a esconderse las imágenes.
Comer sin saborear, vomitar, escupir, agitar el momento sintiendo el virus
que recorre el cuerpo, se instala.
Golpea.
Hambre, la memoria se reduce a la garganta, al punto mínimo que separa
la nariz de la boca.
Límite
degollado.
Recoger, limpiar, dar paso a la paranoia.
Oír al dios cayéndose del pecho.
Juan Secaira Velástegui (1971). Poeta Ecuatoriano. Profesor de Literatura y Comunicación. Director de Talleres Literarios. Promotor Cultural.