De la Poesía nunca me fui
POEMAS DE IRMA VEROLÍN
“Con los ojos abiertos a las cuatro, cinco, cinco y media de la mañana volví a la poesía después de casi treinta años de haberla abandonado no sin rituales y cierta cuota de resignación para convertirme en narradora. Al parecer tenía que situarme una vez más a contraluz, en ese otro borde en el que se rozan la noche y el día para volver. Adoro los límites, adoro transitarlos justo en su punto medio. Confieso que de la poesía nunca me fui, sí dejé de escribirla de manera sistemática. De madrugada descubrí además de este ritmo que las palabras impusieron, otras cosas, un desconcierto de chillidos y cantos de pájaros en mi patio, los sonidos, otra respiración en el fluir de las palabras; los pajarraquitos por lo visto habían estado todo el tiempo allí, esperándome.” ~ Irma Verolín
Qué es morir, me pregunto
¿que el cuerpo esté en un lugar
y la voz en otro distinto?
Morir.
Irse a lugares donde los ecos de las voces se copian
en una interminable secuencia
y no hay quién escuche.
Aire y voz
ahora mi madre
acompaña este deslizamiento de mi mano
sobre la hoja
blanca
nítida la hoja
perspicaz y almidonada.
¿Qué hacen las voces sueltas tan lejos del cuerpo
en medio de esta voracidad?
Hay demasiadas preguntas
desparramadas sobre esta hoja
escuálida y prístina
todas escritas por mí
balbuceadas por las voces de mi madre
ahogadas por la perfección del rectángulo
en su antiquísima vacilación.
La muerte es una caja que se abre desde adentro
hay que hacer mucha fuerza con el cuerpo
con los pensamientos
para que por fin se abra.
Mamá lo intenta
pobrecita
lo intenta y no le sale bien
nosotros sólo somos testigos
pero de tanto en tanto
con cierta ceremonia y un poco de grandilocuencia
como en las tragedias griegas
cantamos a coro una canción que repite lo ya sabido
con un tono elegíaco y desafinado.
Mi madre ha repetido su nombre en mí
no por falta de imaginación sino por amor a los espejos
donde ella encuentra su cuerpo
en un equilibrio que creyó olvidar.
Al llamarme
su voz convierte a mi persona en un eco
en una repetición en sonsonete
una serie infinita de espejos
reproduce mi silueta hasta lo indecible
vaciándome
pulverizándome.
Cuando mi madre me llama
se está llamando a ella
y al final nadie sabe quién es quién en esta casa.
Un hombre alto
vestido de traje
entra en el parque de diversiones
esquiva la vuelta al mundo
le da la espalda al tren fantasma
y elige el tiro al blanco: mi padre.
Es un niño ahora con el rifle entre sus manos
aunque nadie lo sabe
está ejerciendo su profesión de hombre de armas
siempre da en el centro
se gana hasta el último de los muñecos y la estrella dorada.
Bajo su axila
en el interior del saco
lleva escondido su revólver reglamentario
corren tiempos difíciles
hay que estar preparado
sin embargo él hoy juega a la guerra en este parque
y es como si jugara a la vida
mientras tanto.
en la ridícula empresa de pensar mi vida
de atrás hacia adelante
barajando las incertidumbres
naipes que nadie puede marcar aunque quisiera
veo un porvenir achacoso con faltas de ortografía
–lo que debe faltar falta donde puede–
axilas transpiradas de mi blusa
en esta tarde veraniega
en la que lo único que hago es escribir
hurgando en la piedra filosofal del lenguaje
el secreto más intacto
que cualquiera es capaz de encontrar en sitio alguno
ya no hay sitios para mí
no hay barajas que anuncien
luces titilantes ni escondites
no hay
Conversaciones que hilvano conmigo misma
en el desierto de esta página
quién le pregunta a quién
y quién contesta en estas soledades
qué vasto paisaje tuvo desde el comienzo
ese no sé cómo llamarlo
a esta altura de los hechos
de las incredulidades
en esta avejentada instancia del tiempo.
Paisaje abierto a lo desmesurado
ojos abiertos que deseo cerrar
y que no puedo
Todo es gigantesco y a la vez opresivo
todo me va empujando
hacia esas orillas que nadie quiere transitar.
Irma Verolín estudió letras en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires y en grupos de estudios particulares con diferentes escritores e investigadores. En poesía participó desde fines de la década del setenta y hacia finales de los ochenta en el taller “La casona” coordinado por Marcos Silber. Integró el taller coordinado por Héctor Freire y Daniel Calmels y posteriormente el de Gustavo Geirola en el teatro I.F.T y en forma privada en el de Liliana Lukin. A partir de 1988 se dedicó a la narrativa. Ha publicado cuatro libros de cuentos: “Hay una nena que gira”, “La escalera en el patio gris”, “Una luz que encandila” y “Una foto de Einstein tocando el violín” y dos novelas: “El puño del tiempo” y “El camino de los viajeros”.
Es también autora de literature juvenil: “La gata sobre el teclado”, “La lluvia sobre el mundo”, “El misterio
del loro”, “El ferretero del tornillo perdido”, entre otros. Ha obtenido diversas distinciones entre las que se destacan el Primer Premio Internacional de Novela Mercosur, el Premio Fondo Nacional de
las Artes 1987, Premio Emecé 1993-94, Primer premio de Encuentro de Escritores patagónicos, Primer Premio Municipal Eduardo Mallea por su novela (“La mujer invisible”, inédita), primer Premio internacional “Horacio Silvestre Quiroga”, Beca a la creación artística del Fondo Nacional de las Artes, Primer Premio Internacional de Puerto Rico Fundación Luis Palés Matos, Primer Premio Macedonio Fernández de cuento, tres de sus novelas fueron finalistas en los premios Fortabat, La Nación de Novela y Planeta de Argentina. Ha participado en diversas antologías en el país y en el exterior. Ha sido traducida al inglés y al alemán.
Con este libro me ha pasado lo que me pasa con muy pocos, lo he leído dos veces seguidamente, una tras de la otra. Usualmente libros que me llegan a tocar así los vuelvo a leer luego de un rato, un largo rato; pero con “De Madrugada” fue un impulso, un impulso que hacia la madrugada me llevó, me arrastró y me mantuvo sentada y atenta. Su canto de amor, de desolación, de altísima nostalgia es un canto hermoso que ante tanta emoción no dejó de vigilar la palabra y el saber decir con excelencia. Un libro que entristece hasta la respiración. La ausencia y al unísono la constante presencia de la madre, su voz y su figura. La infancia fragmentada por las manos de la muerte. Los recuerdos que se arrastran a lo largo de los años y los decires en verso o en prosa, que suben y bajan la misma escalera del mismo tiempo, que en la memoria es uno solo, uno inmenso, que se junta con todo, que salta hacia el presente en cualquier momento. ~ Ana Cecilia Blum