POEMAS DE VERÓNICA DURÁN

 

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Entonces me arreglo para ponerme fea

No quiero que me veas en ese espejismo de belleza
no soy ese vestido rojo
ni estos ojos
no soy el maniquí que añoras,
el maquillaje recorre con mil lágrimas,
por mis arrugas transita el agua de los ríos.

Tus bambalinas no me seducen,
soy esa pulsación que escribe
a veces ni siquiera mi nombre
ni esta carne que de apoco comienza a desprenderse.

Soy, todos mis ancestros
una ala de mariposa disecada
soy la anciana que lleva la canasta,
la niña que juega a ser adulta
soy ese hongo que crece en una orquídea,

y siempre el amor
que este cuerpo no alcanza a sostener.

 

¿Hasta dónde ?

Los escombros
son rajaduras de nuestra piel en las paredes,
¿cómo donar mi latido?
mis venas,
la tranquilidad de mi sueño,
mi aire,
¿cómo desprenderme de esta vida
y agarrar algo de tu muerte?
¿hasta dónde me alcanzará la fuerza,
la ternura?
¿hasta dónde?
¿seremos capaces de expandir el corazón,
reconstruir las ciudades,
alimentar a los muertos?
germinaremos,
más allá del dolor y del caos.

Las casas se pondrán de pie,
y bailarán nuevamente al son de la marimba
las que renazcan serán de caña
para que respiren y muevan sus caderas,
el cemento, aprenderá al fin
a ser cálido y flexible
como los materiales que contienen alma.

Las casas de las abuelas no se caen,
cuando lo hacen,
se desploman dulcemente
como ancianos
que han cumplido ya
su ciclo en esta tierra
y regresan en nosotras a la vida.

 

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Solamente estás muriendo

El mar me llamaba
ven
ven
ven
susurraba a gritos,
le di un verso en una servilleta,
la luna se enredaba entre mis churos,
quiero más, me dijo,
y regresé mañana…
Fui a abrazarlo con mis piernas,
le llevé los poemas que me habitan
-nos amamos-
me tomó en un remolino que devora
una voz en mi cabeza me decía:
“Verito, tranquila, solamente estás muriendo”

Agradecí todo lo vivido.
Miguel desde la orilla me llamaba
y recordé,
que tengo que dejar haciendo algunas cosas,
que todavía tengo que hinchar algunas nubes,
comer algodón de azúcar en las tardes,
abrazar a Iri cada Pacarina,
escuchar el poema de Mercedes,
respirar en runa shimi.

No puse resistencia
y nadé hacia la vida,
a poner esta esmeralda de mar sobre mi pecho,
a besar a Wiracocha cada mañana,
y seguir viviendo
mientras tenga aliento.

 

Los versos que somos

Entonces fuimos letras,
letras lanzadas al azar por un bing bang
que destellaba: a bes ces,
Letras que flotaban por la galaxia
haciendo sonidos
sin hacer palabras.
Después,
nos juntamos
amor, ternura, locura,
vocablos
formando palabras aisladas,
luego,
se unieron te-amos,
menos soledades,
oraciones que conjugaban sentires
se creó lo humano,
en contacto
lo uno con lo otro,
fuimos más que sonidos.
Juntos,
las letras que fuimos,
se convirtieron en los versos que somos.

 

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Horizontes de edificios

que no nos dejan de crecer
mientras comen árboles de arupo,
los pájaros ambulantes
dicen que me quieren,
yo vuelo mas allá del cosmos
que me encierra,
rompo la gravedad
y caigo,
desde abajo hacia arriba
pero caigo,
hacia huecos negros y los pinto.

 

 

Verónica Durán (Ecuador, 1973). Trabaja como maestra de educación infantil, es curandera y consultora en temas de infancia e interculturalidad. Escribe en kichwa y español.  Vivió 8 años en Nueva York, donde público su primer libro de poesía Poemas Menstruales (1999), Nueva Yo, ediciones del Agua (2003) y su último libro Runa Nueva, Casa de la Cultura del Azuay Benjamín Carrión (2015) Ha participado en varios encuentros de poesía y su obra aparece en diferentes antologías y revistas.