presentacion-del-libro-pas-de-deuxYa lo dijo Pizarnik: la poesía es el lugar donde todo sucede, y en las Travesías de Pilar Vélez (Poeta Colombiana, 1970), pues así se da, y de todo acontece.  Acontece la palabra para descubrir el mundo y para revelarlo; para confrontarlo, para sufrirlo y para fusionarlo.

En la lírica de Vélez no hay sombras de sombras, o sombras de la realidad, o realidad entre sombras; su lírica es la realidad misma, transparente y lúcida, colmada de aquellas imágenes poéticas que llevan la precisión de una vigilia, rutas verbales que no son penitencia perpetua, o indefinidos laberintos sin salida, sino un medio de emancipación, un itinerario que no se quebranta ante el lenguaje, no se oculta tampoco en el oficio de este, todo lo contrario, se fortalece en la palabra, para desvestirse, y para desvestir el lugar donde todo lo que ha de ser poetizado reposa.

Al contar la realidad parecería que Vélez se sostiene de aquel enunciado de Borges sobre la poesía y las cosas, y que dice “… no tengo la sensación de inventarlas, no tengo la sensación de que dependan de mi arbitrio; las cosas son así. Son así, pero están escondidas y mi deber de poeta es encontrarlas”.  Este tiende a ser el compromiso que la poeta sostiene en Travesías, donde sus versos no pretenden recrear una realidad imaginaria, sino develar la que ya se posee, registrar el espíritu cotidiano de las cosas en las líneas de sus hermosos poemas.

Desde el primer texto: Cruzó el Umbral, ya el hablante lírico se sitúa en actitud de búsqueda para conquistar la realidad, en este caso, un pasado que se convierte en un nostálgico presente, y donde se manifiesta la actualidad de la vejez y la memoria en un sujeto anciano, cercano a la muerte: Buscó entre los fósiles de su cabeza. / No quedaba mucho: / Un par de fantasmas verdes, sin nombre, / que algún día la vieron dando brincos / y jugando a la rayuela. / El frasco boquiabierto, sin luciérnagas, / los cintillos de crochet, / unas canicas y un mechón de rizos sueltos.

Luego, desde un desdoblamiento de la voz en el poema A un ángel perdido, se descubre a una otra que habita en ella misma, que se esconde bajo la piel de su misma piel, y con uno de esos versos poderosamente logrados advierte: No quiero romperte con mis ojos; sin embargo y  a pesar de esta advertencia, la voz sucumbe, sucumbe al encanto de la evanescencia y termina diciendo ya no necesitas existir; y en este hallazgo mortal, a través de la palabra, el hablante demanda sufrir el vacío para vencerlo.

Ahora, en el texto Eres mi mente, se experimenta al mundo a través de los muros, entre materialidad y espejismo, se trata de robustecer esa sustancia ambigua de la que están hechos: finitud e infinito, roca y arena. Los muros en la poesía siempre van a vestirse de metáfora, y aquí son ese medio para poetizar el padecer de lo humano, de ese individuo de adentro que asiduamente se resquebraja y se reconstruye así mismo: Cruza el portón al final del infinito. / Fúmate un último cigarro / y no me despiertes al marcharte, / porque cuando amanezca / serás de nuevo / ese muro en mi mente.

La palabra de Vélez no solo descubre y revela, también confronta decididamente, y un ejemplo de ello se puede observar en el poema A veces siento, cuando se dirige enfáticamente al sujeto masculino, y lo hace con ira en el aire del verso, contestataria, cuestionando tácticas, protestando ante ellas, poseyendo en lugar de ser poseída:  A veces siento que tengo que rescatarte, / hombre en el que habito./ Sacarte de la cueva, / romperte la cripta a puño limpio, / remover la historia que te oculta el rostro / y apuñalear sin piedad / al Goliat maldito de tu ego.

En el poema Dolor, que es probablemente el de mayor trascendencia en todo el conjunto, profundísimo en significante y significado, estilizado con metáforas magistrales; en este el hablante sufre una realidad que aprieta, hinca, cercena; y utiliza los elementos luna, estrella; elementos literarios que no son usados como alegorías de lo romántico, sino que aquí van investidos de muerte, y provocan uno de esos embargos profundamente poéticos, con versos que se sostienen de los calvarios silentes de la carne, de ellos solamente, porque la carne de tanto dolor se hace polvo, y el polvo no grita:

DOLOR

La luna es una guadaña afilada

que cercena mi osamenta.

El vértice de una estrella clavado en mi retina.

Y lo que queda de mi cuerpo

recogido como oruga,

es un caparazón de lamentos acolchados

que disimularán el golpe cuando caiga de la mesa.

El polvo no grita.

En el poema Travesías del mismo título que lleva toda la muestra, la voz confiesa dar brincos, perderse en en el sonido de las aguas, y que sus pasos son: Nudos azules que unen la llegada y la partida. / Líneas rectas que resultan transversales / entre las cortas y largas travesías de mi vida. Y aunque la voz insista en que huye de la realidad, y  prefiere los sueños, todo del poema la desmiente, porque es conclusivo que por la primera se inclina, de ella se nutre para desafiar sin recelo a la fuerza de los vientos. Así, aparece entonces una fusión, la del mundo imaginario con el mundo real, y cuando estos dos mundos se hacen amalgama, nace lo verbal, y en lo verbal la jornada milenaria del poeta.

El arte y la literatura son formas de representación de la realidad escribe Octavio Paz en La Otra Voz, y Pilar Vélez corrobora esto en el último texto de esta colección, un gran ensayo sobre la poesía y el oficio de ser escritor, donde la autora declara: el poema comienza antes de escribir la primera línea; y con ello ayuda a sostener esta teoría inicial sobre su escritura, de que su poesía comienza en la realidad y procura la exactitud de ella a través de su particular lenguaje metafórico, de su estilo coloquial y cristalino, el mismo que, enriquecido de versos originales y entrañables,  gira con su esencia y al compás de sus andanzas.

 

Por Ana Cecilia Blum a propósito de la obra poética de Pilar Vélez.