Metaforología Gaceta Literaria tiene el gusto de presentar un cuento inédito de la narradora argentina residente en Miami:

ISABEL GARCÍA CINTAS

 

Isabel García Cintas, en la Feria Internacional del Libro de Miami, 2016. Invitada a presentar su libro de cuentos “La casa vieja”.

 

TAL COMO ANTES

 

−¿Pedimos un café?− La voz sonó un poco ahogada y él lo disimuló con un carraspeo. Está emocionado, como yo, se dijo ella. Lo conocía bien, es decir, lo había conocido bien hasta aquella noche de la despedida, tantos años atrás, en un barcito de los bajos de la calle Corrientes.

Dijo sí al café, por supuesto, con voz firme, simulando buscar algo en la cartera y para ocultar el rubor que sentía subiéndole otra vez, miró hacia el bulevar, a esa hora lleno de autos rumbo al norte, de regreso y más allá la mancha verde brillante del Museum Park, la bahía y los barcos cruceros en el muelle.

Se habían encontrado por casualidad una media hora atrás en el lobby de un edificio a pocos metros de ahí. Ella estaba revisando una carpeta con documentos, apoyada en una mesita y al levantar la vista lo vio salir de uno de los ascensores. Incrédula, volvió a fijarse en él y en ese momento, mientras se acercaba, él la reconoció también. Quedaron un par de segundos inmóviles, recordándose, prendidos de ese instante que ninguno esperaba.

−¿María Alejandra?… ¿Ale?− Aturdida, ella asintió y pudo articular:

−¿Raúl? ¡Qué coincidencia!− Y como no sabían qué agregar, se habían dado la mano, como extraños pero el roce de la piel de él tuvo en ella el mismo efecto de antes, de siempre. Otra vez esa corriente que la recorría de pies a cabeza y que no había sentido en años.

Turbada por la sorpresa había aceptado la invitación a tomar un café.

−Unos pasos, hasta la esquina. Para charlar un rato, nomás− le había dicho Raúl, todavía sosteniendo su mano entre las de él, por lo inesperado del encuentro y porque el tiempo se había detenido y eran otra vez aquellos estudiantes, mirándose ahora a través de más de dos décadas, casi como ayer. Intentando romper el hechizo ella había soltado la mano y salieron a la calle.

Mientras caminaban despacio hablaron con hesitación, midiendo las palabras. Él le contó que estaba viviendo aquí desde hacía de veinte años. Si, casado. No, sin chicos, tenemos dos perros. Y al decir esto emitió una pequeña risa, la misma de antes, cuando caminaban por Buenos Aires, tomados de la mano, o él apoyando el brazo en su hombro. Era cuando hacían planes locos para un futuro juntos que nunca fue.

Alejandra explicó, breve, que estaba de paso por una semana participando en un congreso. Raúl comentó otra vez sobre el encuentro y la razón por la que él estaba en ese lugar a esa hora, la increíble casualidad, y ella sonrió, sin saber qué más decir.

Se sentaron, un poco torpes, cerca de la ventana, como una de aquellas ventanas de tantos otros cafés, pero esta vez del lado de afuera, en una de las mesitas con sombrillas en la coqueta terraza elevada del nivel de la calle.

−Parece que fue ayer, ¿no? Y es casi un cuarto de siglo− dijo él de pronto, moviendo la cabeza, todavía aturdido por la sorpresa.

−Si, han pasado unos cuantos años…− vaciló ella. No sabía por dónde empezar.

−Por eso no podíamos dejarlo así nomás,− se apresuró. −¿Cómo íbamos a despedirnos sin siquiera charlar un poco, Ale? –Y el nombre en sus labios sonó más grave, pero tan familiar, como ella lo recordaba.

−Es cierto. Pero como te dije, no puedo quedarme más que un rato,− fingió, sin lograrlo del todo, porque quería quedarse en esta mesa y que el tiempo se detuviera en este instante y al mismo tiempo sentía la urgencia de huir, de no acercarse demasiado a este trozo de su vida, tantas veces rememorado con nostalgia, que apareció frente a ella por sorpresa.

−Está bien −se apresuró él.− Me decís cuando tengas que irte.

Y la miró, buscando sus ojos. Ella sabía que esos ojos la esperaban y se sumergió a sabiendas otra vez, en el misterio oscuro y tibio de su mirada. Sintió que era como antes, a pesar de los años, de las canas, de las incipiente entradas en la frente de él, marcando la ausencia de aquella onda castaño-clara que tantas veces acarició después de hacer el amor, enredados en las sábanas de aquel hotelito del barrio Norte.

Y fue casi igual que antes. El rubor de ella, y el deseo y la ansiedad de él colgando de una mirada. Otra vez separados por la superficie de una mesita de un café anónimo. A pesar de los tantos veranos que se sucedieron desde aquél, cuando se dejaron porque no podía ser de otra forma, no en aquella época, no aquella muchacha de entonces.

−Contame de tu vida–, escuchó que le pedía. Y ella quiso decirle tantas cosas guardadas, todas esas que se atropellaban bajo el rubor de las mejillas y el temblor de los dedos, pero en cambio logró concentrarse y le mostró fotos de los dos nietos y de la familia. Porque las imágenes de todos ellos la aislarían, estaba segura, de esa corriente eléctrica que la arrastraba a clavar sus ojos en los de él otra vez. Y desear su piel, ahora un poco ajada pero todavía la misma, como antes, porque nada había cambiado entre ellos cuando se miraban, y al mismo tiempo estaban viviendo en otra época, eran otros. Aunque no hubiera importado, porque adentro somos los mismos se dijo sorprendida, estremeciéndose ante la idea audaz y repentina.

Escuchó a medias la narración de él, miró con poco interés la foto de la mujer que ahora lo acompañaba siempre, y podía pasar las tardes de lluvia leyendo y charlando para terminar amándose con ansiedad, ¿será así?, se preguntó, ¿así como solían ser ellos? Notó el cariño en la voz de él cuando hablaba de sus perros, dos hermosos setter de pelo largo. Lo graciosos e inteligentes que eran. Alejandra bajó los ojos y lo imaginó hablando de la vida que pudieron tener juntos y que no fue. Pero trató de borrar estos pensamientos que la inquietaban porque eran inútiles, un ejercicio que no la llevaría a ninguna parte. Eran dos conocidos ahora, en un breve encuentro, nada más. Aunque nunca soñó que volverían a cruzarse, y menos aquí, tan lejos.

Tenemos que seguir en contacto, se dijeron, intercambiaron tarjetas personales y prometieron escribirse algún día, preguntándose para sus adentros si tal vez alguno de los dos tendría el valor de hacerlo.

Raúl pagó la cuenta y sin mirarse, nerviosos como adolescentes, se levantaron de la mesa y en la eternidad de los pasos que los llevaban a la salida del café, ambos evaluaron, dudaron, se aferraron por un segundo a un sueño y por fin él le sostuvo la puerta y salieron a la calle.

El abrazo fue un refugio sin palabras, por un largo rato. Indecisos, ella apoyada en el hombro de él, como antes y Raúl con el rostro hundido en la cabellera castaña de Alejandra, ahora menos abundante y mucho más corta, pero todavía sedosa y perfumada.

Al separarse se miraron a los ojos una vez más, y supieron.

La acompañó en silencio hasta el auto y ella antes de subir, porque era la última vez, se volvió, empinándose en puntas de pie como antaño. La boca de él la encontró como tantas otras veces, a medio camino, pero ahora los labios solo se rozaron con un beso leve.

Raúl quedó de pie, siguiendo con los ojos el auto que la llevaba hasta que se perdió detrás de otros muchos rumbo al norte, bajo las palmeras del bulevar, siluetas oscuras contra el cielo lila del atardecer.

 

 

 

Algunos datos biográficos desde la voz de la autora:

 

Isabel García Cintas

Nací en Córdoba, Argentina y vivo en los Estados Unidos desde 1987. Estudié periodismo en Buenos Aires y trabajé durante ocho años en el sur del país, para el semanario El Diario de Bariloche, creado y dirigido por el conocido periodista porteño Carlos Fontanarrosa. Hice contribuciones para el diario regional Río Negro y también para LRA30, Radio Nacional Bariloche. Trabajé también en la creación de dos entidades locales hoy desaparecidas, Acción Promotora Bariloche, que representaba a los artesanos y pequeños comerciantes de la ciudad turística, y la Asociación Contra la Violencia a la Mujer, que durante su existencia logró importantes cambios en el tratamiento y atención a las víctimas de violencia doméstica.
Además de la lectura y la máquina de escribir, siempre me apasionó la fotografía. Las clases del Fotoclub Argentino en Buenos Aires, mientras estudiaba periodismo, despertaron mi interés por el laboratorio en blanco y negro. En 1982 tuve oportunidad de co-fundar, con mi marido Tomás Jakovljevic y otros amigos aficionados, el Fotoclub Bariloche, que hoy pertenece a la Municipalidad de San Carlos de Bariloche, Rio Negro.
Previo a nuestra década en la bella ciudad turística del sur argentino, con mi marido trabajamos durante tres años en Melbourne, Australia. En el viaje de regreso a la Argentina cruzamos en zig-zag varios países de Europa en un camper-van, visitando familiares y rodando tres mil millas de ruta y caminos vecinales. Por fin, en diciembre del 1977 descendimos de un barco en Buenos Aires y en enero del 1978 estábamos radicados en Bariloche. Yo creía que para siempre. Pero no. El espíritu nómada que Tomás y yo hemos heredado en los genes se despertó otra vez en nosotros.
En 1987 nos mudamos con nuestra hija a Cleveland, al norte del estado de Ohio, en la zona de los grandes lagos, a reunirnos con la familia de mi marido. Allí trabajé como asistente ejecutiva en corporaciones americanas, y muy de cuando en cuando escribí contribuciones en inglés para los diarios locales. A comienzos del 2001 realizamos un sueño postergado por años: mudarnos a las cálidas playas del Sur de la Florida, donde hoy vivimos.
Mientras trabajaba en el mundo corporativo, decidí retomar la pluma (que en este caso es marca Apple), y comencé a escribir literatura de ficción. A partir del 2003 participé en talleres literarios, primero en inglés, en UCLA a distancia, y también en MDC. Luego continué con talleres en castellano. Sigo tomando talleres cuando me interesan, y formo parte de un pequeño grupo de escritoras con las que discutimos textos y analizamos nuestros trabajos. En la página talleres literarios hay fotos tomadas a lo largo de esos años y algunas más recientes.
Para seguir trabajando en mi profesión, periodismo, que me da muchas satisfacciones, pertenezco al staff de la revista digital Letra Urbana. Esta publicación que se edita en Miami desde hace diez años trata temas de cultura, ciencia y humanidades, material que convoca a pensar cómo los cambios del último milenio dan forma al hombre y a la realidad contemporánea.
Además de los libros que ya tengo publicado, hay, como siempre, varios proyectos en el tintero, tal como la versión en inglés de la novela Incidente en la Patagonia que espero publicar a principios del años que viene, y la novela histórica de misterio Ocho meses con Tessa, un manuscrito en el que estoy trabajando todavía.