Metaforología tiene el gran gusto de presentar una selección de Los hijos de Whitman (Valparaíso, México, 2017), antología de poesía estadounidense contemporánea (109 autores, 328 páginas), compilada y traducida por Francisco Larios, editada por Ximena Gómez.

 

 

Prólogo

 

“En el país de hierro vive el gran viejo” —escribió Darío— “bello como un patriarca, sereno y santo”. En el país de hierro viven hoy los descendientes del patriarca, hijos más bien de su sueño democrático. Un sueño ingenuo, por supuesto (¿qué mapa, qué fe, puede no serlo?).  Mas en todos los sueños, como en todas las fes, hay algo de real, algún milagro que los hace inseparables de la vida, que los hace destino.

Y así, en este siglo XXI que se despliega amenazante y pesimista, hay un caudal misterioso que recorre el alma colectiva estadounidense, y nos lleva a la paradoja de una nación donde el más desbocado materialismo y la violencia conviven con una riqueza poética que quizás maraville a un historiador del futuro: aquí no hay imperecederas obras arquitectónicas, o las hay contadas; el genio estadounidense es el genio capitalista, que por utilitario deja poco en la memoria; sin embargo, hay poesía a raudales, hay un impulso poético angustioso y audaz, que se expresa en numerosos acentos, por boca de todas las culturas y las etnias, y los géneros, y las religiones que pueblan esta “tierra de llanuras pastoriles”.

La pequeña muestra de esas aguas profundas de la poesía estadounidense que es Los Hijos de Whitman, refleja, sin intención del recopilador, la variada riqueza de orígenes de su “canto único (Único, aunque formado por contradicciones)”. Más de la mitad de los poetas del libro son mujeres; hay poetas de los pueblos originarios, hay mexicanos, rusos, bangladesíes, palestinos, hmong, chinos, vietnamitas, japoneses, alemanes, irlandeses, iraníes, etc.; hay afroamericanos, hispanos, mestizos de todos los mestizajes imaginables, como también los hay de diferentes identidades sexuales, credos religiosos, etc., todos reunidos por la lengua y el espíritu de Whitman, animados por su potente impulso liberador y el de los grandes inconformes que lo han sucedido en la literatura estadounidense —los Pound, los William Carlos Williams, los Ginsberg, por citar unos cuantos.

Ojalá que el lector decida aprovechar esta estrecha ventana y adentrarse en la vastedad y variedad lírica de las “tierras inextricables” que he recorrido yo (en la invaluable compañía de Ximena Gómez, puntillosa editora de mis traducciones) como parte de mi búsqueda estética. Y que sirva este trabajo de más de tres años para saldar, parcialmente, la deuda inagotable que tengo con mis padres: ambos me entregaron el gozo de la literatura; mi padre, en particular, me entregó a Whitman.

Francisco J. Larios
Miami, Junio de 2017

 

 LOS HIJOS DE WHITMAN

(SELECCIÓN)

 


 

JERICHO BROWN

 

Canción 1: Frondosa vida

 

La mujer al micrófono canta para herirte,

Para verte sacudir la cabeza. Daría lo mismo si el micrófono

Fuese un cinturón de cuero. Manejas hasta el centro de la ciudad

Para que una voz de mujer te azote. No sabes

Distinguir entre un cinturón de cuero y la lengua

De un amante. La lengua de un amante podría llamarte perra,

Una palabra de cariño allá de donde vienes, un amable

Cumplido precedido por la palabra canta

En ciertos bares. Vaya exuberante lengüecita

La tuya: puedes gritar, Canta Perra, y, Te Amo,

Con un trago de Patrón al fin de cada frase

Desde la misma butaca cada noche de sábado, pero no puedes

Recordar el cinturón de cuero de tu padre, sin sacudir

Tu cabeza. Eso es lo que la satisface, a la mujer

Del micrófono. A ella no le interesa divertirte,

Y a mí tampoco. Háblame con la lengua del amante —

Llámame tu perra, y cantaré toda la noche.

 

 

NATALIE DÍAZ

 

Por qué no hablo de flores cuando las conversaciones

con mi hermano llegan a silencios incómodos

 

Perdónenme, guerras distantes, por traer

flores a casa.

                        Wislawa Szymborska

 

En las montañas de Cachemira,

mi hermano baleó a muchos hombres,

hizo estallar cráneos de pieles morenas,

tiñó de carmesí la arena blanca del desierto.

 

¿Qué se puede decir a un hombre

que ha recorrido un mundo así,

cuyas manos y ojos

lo han traicionado?

 

¿Había flores por allá?  Pregunté

 

Esta fue su respuesta:

 

En una aldea, una turba de hombres

envolvió a una mujer en sábanas.

La mujer no se resistió.

Sus pies descalzos se arrastraban en el polvo.

 

La acostaron sobre el camino

y la apedrearon.

 

El primer hombre era su padre.

Lanzó dos piedras, una tras otra.

En el camino, el hermano de la mujer

le había llenado los bolsillos de piedras.

 

La multitud era un enjambre

de abejas aturdidas. La andanada

de piedras contra su cuerpo

ahogó sus gemidos.

 

La sangre estalló en las sábanas

como un racimo de violetas,

como cien rosas en flor.

 

 

MARK DOTY

 

En dos segundos

Tamir Rice,  2002 – 2014

 

la cara del niño

entró de regreso y descendió por el túnel de doce años

 

de su devenir, un girasol de carbón

que se traga a sí mismo. ¿Quién tiene ojos para ver

 

u oídos para oír? Si pudieras ver

aquello que ocurre a mayor velocidad, deshaciendo

 

al humano irremplazable, una estrella

que cae desde todas sus partes en la

 

absoluta oscuridad gravitatoria, todo esto:

 

quién lo arrulló cantando, quién le acarició

la pelusa de la mollera, le besó el tierno ombligo

 

después de que el cordón acabara el trabajo

de alimentarlo con la larga historia

 

de aquellos cuyo sufrimiento

se hizo un poco más soportable

 

por la presencia de él, aún desconocida,

 

jugando solo en alguna impensable

ciudad futura, una Cleveland,

 

lo que quiera que eso sea.

Dos segundos. Para que ocurra:

 

el arco del gozo en la cama en que fue concebido,

el parto de las manos repetido hasta

 

que las manos ya no requieran atención,

para que  mientras la mujer doblaba

 

sus esperanzas se hundieran en la tela

de las camisas y de los calzoncillos. Caen

 

girando hacia el fondo de las fauces

de algo más oscuro. Un cofre de tesoro,

 

libros de cómics, una navaja de bolsillo, el cascabel del gato perdido,

por qué empezar siquiera a enumerarlos

 

cuando detrás de cada  afluente

que en él desemboca, viene retrocediendo de prisa

 

todo lo que él no ha sido aún. Todo

lo que ese muchacho pudo haber hecho o pensado,

 

cantado o teorizado, construido sobre la estructura

trémula pero continua

 

que lo había precedido, hundida en

una ausencia en la forma de un niño

 

que en medio de la tarde juega con un arma de plástico

en un parque público de Ohio.

 

Cuando digo dos segundos, no me refiero al tiempo

que le tomó morir.  Me refiero al lapso entre

 

el instante en que la patrulla frenó

sobre el pasto, entre ese momento

 

y aquél en que el guardia disparó su pistola.

Los dos segundos que le tomó evaluar la situación.

 

Creo que es parte del trabajo

de la poesía por lo menos probarse

la piel y el momento de otro,

 

pero en este momento yo respetuosamente declino.

 

Me niego. Que a ese policía

lo aceche, todas las noches de su vida,

una enormidad que se desplome frente a él

 

en una floración misteriosa,

y un aullido emanando de su entraña.

 

Si esto no es un poema, entonces…

 

Pero esa voz —niño borrado,

amado por el tiempo, quien no hizo

nada a nadie y por eso en nada

 

se tornó— yo sé que esa voz

es una de las cosas que llamamos poesía.

No es a su asesino a quien le habla.

 

 

GEORGE EVANS

 

Escena de Noviembre

 

El atardecer revela la flota cangrejera

a intervalos regulares sobre el horizonte, vuelta hacia

la que antes fuera una aldea de pescadores, refugio de gentes

que trabajaban sin mamparas ni luces

que impidieran ver el azul verdoso del Pacífico y su incesante ondular.

Cuando el cielo oscurece las luces de la flota se difuminan, luego

desaparecen entre el resplandor de las casas de la costa,

meciendo imperceptiblemente el peso de su carga de cangrejos

y de tripulantes tan exhaustos que no saben que lo están,

ni dónde están, y aun así vuelven a esforzarse,

inmersos en su labor, mirando de reojo a una ciudad demasiado cara

hasta para la mejor de sus pescas, suponiendo que quisieran

vivir entre zombis cabizbajos que murmuran a sus smartphones

mientras caminan hacia los mercados de la lonja.

 

 

FRANK GASPAR

 

Plegaria de la contemplación serena

 

Era una de esas noches. A lo mejor yo estaba varado,

o quizás solo esperaba a alguien. La plaza del pueblo

estaba desierta, salvo por unas cuantas parejas tomadas de

la mano, todas ellas en camino a otro lugar. Un

viento cargado de sal dormía en el puerto. Casas viejas,

casas pequeñas, botes anclados, luces en

el agua, la luna. A veces solo hace falta la

soledad —está escrito, seguramente grabado en algún lugar

sobre una piedra blanca. San Gregorio de Palamás dijo que

uno es capaz de ver la luz divina con los ojos del propio cuerpo.

Me cuesta encontrar la forma de probarlo, aunque

no voy a desistir, a pesar de que no sé si lo que observo es

el amor, o los fantasmas del amor que rondan, o apenas sus

estragos. Aquellas parejas en un clima perfecto para la devoción,

muchachos con muchachas, muchachos con muchachos, muchachas con muchachas—

cuán a salvo parecían estar de todos los trabajos y los riesgos

del mundo, y sin embargo se alejaban unos de otros

y de todo lo demás, tal y como hemos leído

sobre la vasta deriva de las galaxias, que parecen

no ansiar otra cosa que no sea la distancia que entre ellas

crece. Tal vez soy yo la estrella fija. Tal vez es posible

sentir demasiado. Al igual que es posible no remontarse

nunca al primer horizonte de nuestra propia ruina. Pero el consejo

de Gregorio es claro. Contempla tu propio corazón, dijo. Observa

tu propio pecho subir y bajar, en silencio. Dime qué ves.

 

 

CHRISTIAN HAWKEY

 

Amarillotrackl

 

Amarilladas por el incienso, las ligeras extremidades de los amantes desprenden

sombras sobre un tapiz amarillo; en espejos oscuros,

 

el silencio de nubes grises, de amarillas y escarpadas colinas.

El cielo se endurece hasta volverse gris sobre los campos amarillos.

 

*

 

Al cruzar los salones amarillos del verano

las lunas amarillentas ruedan en silencio

 

Pacas de trigo amarillo reverberan

 

Aun así, ella dejó caer las cortinas amarillentas

y el maíz amarillo susurró con calma en el campo

 

Una cabeza amarilla se inclinó, el niño quedó recostado en la quietud

 

Las moscas zumban en la niebla amarilla

Los juncos tiemblan, amarillos y erectos.

 

 

BRENDA IIJIMA

 

Unas tumbas acunan a otras que despiertan

rojo es la forma en que el cuerpo expande su recuerdo así que arremete

una excavada efigie de mármol como un veterano erguido

haz pasar el cuerpo por un cono —cabeza cónica con movimiento de cintura

cuerpos llevados a caballo y coche hasta sagrada colina

relevante como cualquier signo asociable a duelo

contextos geopolíticos: pelea, cuerpos, muerte (arte público)

oye que el cuerpo es

heterotópico en otras partes huesos ensamblados en estatura

fuera de perímetro son huesos que nadie representa

se extirpan del conocer, dolorosa extirpación (historia)

la simultaneidad la exhibe mejor el cuerpo

lenguaje en callejón sin salida reanimado por fibras musculares

el andar de la muerte en los campos actividad escondida a la vista

deviene en este punto briznas de hierba segunda piel

¿cómo compartimos comportamientos?

conmemoradas muertes representativas

ignoradas hoy en día como rasgo ecológico

a la vez naturaleza hostil (gente no homenajeada)

congelada bajo el sol

cementerio de la ladera, establecido en 1798

sus cuerpos fueron puestos a la fuerza en hoyos

marcados por banderas, habían peleado

daño colateral es este también, estas tumbas de héroes

turbia cadena de sangre, imágenes nacidas de reflejos

por todos lados residuo colateral

en caja torácica, resplandor de mancha mortal

en 1798 las Leyes de Extranjería y Sedición entran en vigor en Estados Unidos,

declaran crimen federal escribir, publicar, o pronunciar declaraciones

falsas o maliciosas sobre el gobierno de los Estados Unidos

rito de iniciación escrito en la incubadora

 

 

JOHN KOETHE

 

El pelo de Sally

 

Es como vivir en una bombilla, las hojas son

filamentos y el cielo es una delgada y diáfana concha de vidrio

cercando el lento paraíso de un día de verano, una fronda

de incandescente azul sobre las motas doradas de la luz sobre la hierba

 

Tomé el tren de regreso de Nueva York a Poughkeepsie

y en la Autoridad Portuaria, justo en la ventanilla de Tránsito Suburbano,

ella preguntó: “¿Es este el bus a Princeton?” —en efecto, lo era.

“¿Conoces a Geoffrey Love?” Dije que sí. Ella tenía los cabellos más rubios,

 

caían sobre sus hombros, y un vestido de un azul casi fosforescente.

Le gustaba Ayn Rand. Fuimos al Village para tomar un trago,

me las ingenié para perder el último autobús a Nueva Jersey, y a las tres de la mañana,

deambulando, encontramos un hotel de mala muerte que no pude pagar

 

y retozamos en el sofá desvencijado. Un autobús matutino

(había venido a ver a su hermano), planes de cena y conexiones perdidas

y un mensaje en su puerta acerca de la playa de Jersey. Al día siguiente

un dormitorio de verano en mi escuela, mis compañeros no están: “¿Eres —preguntó ella—

 

un hedonista?”  Así lo creía. Luego tuvo que tomar su avión.

Sally —Sally Roche. Me llamó esa noche desde La Florida,

y después nunca más supe de ella. Me pregunto dónde estará ahora,

quién será ahora. Todo esto fue hace treinta y siete años.

 

Y ya estoy demasiado viejo para más sorpresas. Los días no tienen reserva,

la vida no esconde honduras ni misterios, el cielo lo cobija todo,

las hojas arden de luz, la rubia luz

de una tarde de verano que me hizo pensar de nuevo en el pelo de Sally.

 

 

LEE YOUNG LEE

 

Temprano por la mañana

 

Mientras el arroz de grano largo se suaviza

en el agua que hierve

sobre una estufa prendida, a fuego lento, antes

de cortar las verduras de invierno en conserva

para el desayuno,

antes de los pájaros,

mi madre desliza un peine de marfil

por su cabello negro

y grueso como tinta de caligrafía.

 

Se sienta al pie de la cama.

Mi padre observa, escucha la

música del peine

entre el pelo.

 

Mi madre se peina y

se jala el pelo hacia atrás,

lo estira con fuerza y lo enrolla

con dos dedos, lo prensa

en un moño detrás de la cabeza.

Durante medio siglo ha hecho lo mismo.

 

A mi padre le gusta así.

Dice que se ve arreglado.

 

Pero yo sé

que le gusta por la forma en que

el pelo de mi madre cae

cuando mi padre arranca el prendedor.

Con facilidad, como cuando desatan

las cortinas al atardecer.

 

 

SALLY WEN MAO

 

Carta de amor para una planta carnívora (Venus Atrapamoscas)

 

Eres una pintura vellosa. Soy parte de tus fauces.

Nada te sacia —ni una mosca de la fruta, ni un grillo,

ni siquiera una tarántula. Eres la cariátide

con quien quiero batirme a duelo —humedad de rocío en las lenguas. Suntuosa

araña de cama, floreces en los osarios

del musgo de un terreno pantanoso, ¡me encanta como engañas

a las polillas! Es por eso que te dieron el nombre

de una diosa: no la Venus de Botticelli—

ni ninguna débil paliducha en el Uffizi. Hay voltaje

en estas flores —madejas de mantillo, armerías

para amores astutos. Tu boca atraviesa cualquier cuerpo

pegajoso, traga iridiscencias, digiere

luz. Venus, déjame nadar en tu solárium.

Venus, envuélveme en tu traje de verano.

 

 

JAMAAL MAY

 

Canturreo del rayo

 

Por supuesto, podría ser seda. Unas cincuenta yardas

de lo más similar al agua para el tacto,

o igual podría ser la punta de lanza

 

que hiere a un hombre entre yelmo y hombrera.

Pero ahora que la lluvia hace de esta ciudad un ruidoso

borrón, es el relámpago el que llega

 

y se marcha casi a la vez. Es lo que quiero

ser en este instante, en este umbral,

pues aunque adoraría ser destello de seda

 

sobre el codo de alguien,

por más brutal y perfecto que pudiera ser volar

desde una ballesta silbante y sofocar a un hombre

 

a mi llegada, nada es comparable

a aquel momento en que me trago la oscuridad,

trazo sombras a pincelazos cortos en la pared,

 

y empiezo un conteo regresivo

en dirección del trueno. El conteo que me dice

estoy tan lejos, estoy tan cerca.

 

 

MATTHEW OLZMAN

 

Extraña arquitectura

 

Un hombre cualquiera busca un contratista para construir

una casa nueva. Cuando está lista, corre

a verla. Pero no es lo que él creyó haber adquirido,

tiene que haber un error. La casa tiene la

forma de una cabeza humana. Dos ojos

en lugar de ventanas con balcón. Una boca circular

en lugar de un portal. Hay incluso una lamparita,

como un anillo de nariz, sobre el foso nasal de la derecha.

Furioso, llama al contratista. Desalmado, cerdo de

mierda, le grita, traicionero hijo de puta.

Lo demanda en la corte una y otra vez. Pero el contratista

no tiene nada —su cuenta bancaria está vacía,

como sus lotes baldíos y su negocio,

que antes apenas se tambaleaba, ahora oficialmente

se desploma. Así que el hombre queda sin quererlo atrapado

en la propiedad. Al principio, odia la cabeza, odia

dormir en su lóbulo temporal, odia desayunar

sobre una fila de dientes. Como ya se dijo

este es un hombre cualquiera, de pensamientos comunes

y ambición escasa. De repente,

en medio de este aborrecer su ordinaria vida, ocurre un cambio.

La gente toma fotos cuando él poda la hiedra—

que extrañamente parece  vello facial— en la

fachada norte. Adolescentes drogados atraviesan

el país para pasar un rato en el jardín del frente.

Revistas de difusión nacional preparan reportajes especiales.

Repentinamente, este hombre que era —apenas hace unas semanas—

totalmente irrelevante, se convierte en una modesta celebridad.

Él quiere más. Se imagina un brillante futuro.

Así que llama al contratista para pedir disculpas. Quiere

proponerle que construyan una segunda casa, quizás una

con la forma del presidente o de Elvis. Pero la línea

está desconectada. No hay nadie ahí.

el contratista se ha esfumado —Después de las demandas,

su suerte iba por mal camino, luego otro,

luego— Nada. Desapareció. Por lo tanto, no habrá

otra cosa que una casa en forma de cabeza.

Y luego de un par de meses, la novedad se desvanece.

El hombre en la casa es noticia vieja. Pero noche

tras noche, puede vérselo ahí, sentado

detrás del párpado izquierdo de la casa, ambos, él y

la casa mirando fijamente hacia la calle.

¿Qué imagen verán?

Esta noche, hay tanta neblina que los árboles

y el cielo son invisibles. Pero de vez

en cuando, hay una abertura en la niebla, una  brecha

en el velo, una hendidura por la cual el mundo parece —

por un momento— diferente. Después

regresa la neblina, después no hay nada.

 

 

SIMÓN ORTIZ

 

Después del rayo

 

Hasta donde sabemos, podríamos ser ya

cristales de arena, triturados

en un súbito y raudo estallido de luz.

Nunca estaremos seguros

de haber tenido una oportunidad,

apenas descendimos

un vasto momento después a una tenue sombra,

difuminados lentamente en la pradera;

las colinas bajas, el horizonte, son nuestros ahora.

 

El momento anterior es siempre demasiado tarde.

 

 

ROGER REEVES

 

La yegua de Money

 

Otra yegua muerta espera

en los bancos de algún

cuerpo de agua su turno de ser carga

que se arrastre hacia el mar espumoso,

donde tal vez se convierta en comida

de ballenas, o simplemente en un vacío

significante —crines atadas a la ondulación del mar

como la belleza de Absalón,

enredadas en las ramas juguetonas

de un árbol que busca la unidad,

amasijo, enorme confusión—

pero esta yegua no,

ella no tiene el privilegio de

una letrilla —una canción que haga dulce nuestra ruina

o nuestra muerte, incluso cuando vamos cayendo

al fuego para alzarnos como humo.

Esta yegua debe yacer, con los ojos abiertos,

entre las piedras y los

cangrejos del río Money, Mississippi,

debe escuchar las botas de los hombres al romper el agua

mientras dejan caer cerca de su cabeza el cuerpo de un muchacho negro,

levantarlo de nuevo, solo para arrojarlo otra vez

en el mismo lugar: retorcido y ojo-a-ojo con la yegua,

como si podrirse fuese algo

que requiriese testigos

—como si la yegua pudiera decir

“el martes cuando terminó de llover

el cuello del muchacho al fin se hundió

bajo el peso de la hélice del desmotador,

nunca más volvió a mirarme.”

O el muchacho pudiera decir

“Ya no más”. A partir de este momento

se separan al cuerpo del muchacho, lo colocan

en brazos de otro hombre, que lo lleva de regreso

al pueblo, mientras la yegua no dice nada

porque los caballos no hablan, y además,

porque esta yegua está muerta.

 

 

MATTHEW ROHRER

 

El emperador

 

Ella me envía un mensaje

regresa a casa

el tren emerge

del túnel.

 

Prendo fuego debajo

del sartén, sirvo para ella

una copa de vino

doblo una servilleta

bajo un pequeño tenedor

 

el viento arroja la lluvia

contra las ventanas

ni el emperador

es tan feliz

 

 

KAY RYAN

 

Todo será restaurado

 

Los granos serán recogidos

de las mil costas

a donde arribaron,

y el peñasco será rescatado,

y el mismo peñasco será devuelto

al acantilado, y de la misma manera

el acantilado se alzará

o se hundirá hasta que las placas de la Tierra

queden sin fisuras. La restauración

no entiende de medias tintas. No se

detendrá cuando el precioso

caballo de bronce extraviado remonte los pasos.

Incluso este caballo retornará fundido

en moneda, cañón y cacerolas,

los cuales a su vez

bullirán e irán drenándose en verdes venas de piedra.

Y cada palabra escrita habrá de despegar

letra por letra, el texto en retroceso

leído cada vez más breve, cada vez más grotesco

en su obstinado esfuerzo por que nada

haya de perderse.

 

 

ERIKA SÁNCHEZ

 

Seis meses después de pensar en suicidarte

 

Admítelo —

querías el final

 

con serpentina

codicia. ¿Cómo procurar

 

esa asfixiante

neblina, el fibroso

 

susurro?

 

Dejar de existir

y morir

 

son dos cosas totalmente diferentes.

 

Pero esto ya lo sabías,

¿no es cierto?

 

En ocasiones te arrodillabas sobre monedas

en aquellas horas amarillas.

 

Encendías una llama

 

para tu sombra

y comías

 

alacranes con los dedos.

 

Tan conmovida por la tristeza del pelo

en un lavamanos sucio.

 

El malévolo aroma

del jabón.

 

Cuando en lugar de tragarte un puñado

de píldoras blancas,

 

decidiste darte una ducha,

 

las palmeras hicieron un

gesto de asentimiento,

 

un coro

de grillos cantaba

 

tras tus ojos hinchados.

 

El pájaro enmascarado

se volvió para mirarte

 

con una tira de papel colgándole

del pico.

 

En el crepúsculo,

cabello mojado y fragante,

 

sujetaste la cara de una cabra

 

y besaste

sus temblorosos cuernos.

 

¿El fantasma?

 

Cayó postrado,

atravesó tu cuerpo

 

como una fulminante

y generosa tormenta.

 

 

MAGGIE SMITH –BEEHLER

 

Buenos huesos

 

La vida es corta, pero no se lo digo a mis hijos.

La vida es corta y yo he recortado la mía

de mil maneras exquisitas e imprudentes,

mil maneras deliciosas e imprudentes

que no diré a mis hijos. El mundo es por lo menos

cincuenta por ciento terrible, y eso es un cálculo

conservador, aunque esto no se lo digo a mis hijos.

Por cada pájaro hay una piedra que alguien arroja a un pájaro.

Por cada niño amado, un niño destrozado, metido en una bolsa,

tirado en un lago. La vida es corta y el mundo

es a lo menos terrible a medias, y por cada extraño

amable, hay uno que te destrozaría,

pero esto no se lo digo a mis hijos. Trato de

venderles el mundo. Cualquier vendedor de casas decente,

mientras te pasea por una pocilga, se deshace en elogios

sobre los buenos huesos de esta: este lugar podría ser hermoso,

¿cierto? Podrías volverlo hermoso.

 

 

MARY SZYBIST

 

Anunciación como mariposa azul de Fender sobre un lupino de Kincaid

“Las mariposas azules de Fender podrían desaparecer

pronto…el lupino de Kincaid, una especie amenazada de

extinción, es la única planta que les sirve de refugio…”

— CNN

 

Pero si yo fuera esta cosa,

mi mente mil veces más pequeña que mis alas,

 

si mi aleteo azul fluorescente

al fin cayera

 

en la suave

garganta aguamarina de las flores,

 

si perdiera mi apetito

por todo lo demás—

 

haría lo mismo que ella. Me ligaría

al tacto de la flor.

 

¿Y qué si los bordes lechosos de mis alas

no aturdieran más

 

al cielo? Si pudiera

cegarme ante este instante, ante la lenta

 

trampa de su olor,

¿qué importaría si no fuese más

 

que aleteo de página

en un texto al que alguien llega

 

para  escudriñarme

en el color errado?

 

 

OCEAN VUONG

 

Un día amaré a Ocean Vuong

 

Imitación de Frank O’Hara / Imitación de Roger Reeves

 

No tengas miedo, Ocean.

El final del camino está tan lejos

que ya lo hemos pasado.

No te preocupes. Tu padre no es más que tu padre

hasta que uno de los dos olvida. Igual que una espalda

no recordará sus alas

sin importar cuántas veces nuestras rodillas

besen el pavimento. Ocean,

¿me escuchas? La parte más hermosa de

tu cuerpo es aquella

donde cae la sombra de tu madre.

Aquí está el hogar, con la niñez

reducida a una cuerda roja de trampa.

No te preocupes. Nada más llámala horizonte

& nunca la alcanzarás.

Aquí está el hoy. Salta. Te prometo que no es

un bote salvavidas. Aquí está el hombre

cuyos brazos son tan amplios que abarcan

tu partida. & aquí está el momento,

justo después de apagarse las luces, cuando aún puedes ver

la antorcha débil entre sus piernas.

Cómo la usas una & otra vez

para encontrar tus propias manos.

Pediste una segunda oportunidad

& te dieron una boca para escanciarla.

No tengas miedo, los disparos

son apenas el sonido de personas

que tratan de vivir más tiempo. Ocean, Ocean,

levántate. La parte más Hermosa de tu cuerpo

es hacia dónde se dirige. & recuerda,

la soledad es tiempo que pasas

la soledad es tiempo que transitas

con el mundo. Aquí está

el cuarto con todos en él.

Tus amigos muertos pasan a través de ti como un viento

a través de campanas chinas. Aquí está una mesa

renca & un ladrillo

para hacerla durar. Sí, aquí hay un cuarto

tan cálido y entrañable,

te lo juro, que vas a despertarte—

& confundir estas paredes

con piel.

 

 

RACHEL WETZSTEON

 

Sakura Park

 

El parque acoge al viento

los pétalos se elevan y se esparcen

 

como las versiones de mí misma, de la que estuve

a punto de ser; y diez años más tarde

 

y diez cuadras después, aún no decido

si esta diáspora parece

 

un puño que se abre o un adiós.

Pero los pétalos se apuran a volar en

 

busca de la rosa, del vendedor de cigarros,

y al menos yo tengo por corazón

 

reglas de conducta: niégate a escoger

entre llamar la atención y pasar la página

 

aunque el terco cene solitario. Supera

“sobreponerte”: las nubes oscuras no se destiñen

 

más bien se alejan con colores más intensos.

Renuncia a una felicidad con raíces

 

(¡El árbol impasible se quema!) y una dulce prórroga

(un parque pobre, pero mío) vendrá después.

 

Todavía es posible que el quiosco vacío

atraiga las multitudes del mundo.

 

Y mientras tanto, mientras tanto ya es bastante:

El momento que tararea, el susurro de los cerezos.

 

 

SUSAN WHEELER

 

Casio

 

No tales el más corto para salvar el más alto.

No trences con rencores el cabello del descanso.

No insultes sagradas esperanzas.

No hagas excepción conmigo.

 

No te apresures a vender lo último.

No entres tan gentil en esa torre.

No extiendas las piernas o cuides de lo amargo.

No hagas excepción conmigo.

 

No decepciones a quien más te quiere.

No reconozcas al disfrazado.

No ordeñes a la cerda de la introspección.

No hagas excepción conmigo.

 

 

CAKI WILKINSON

 

Tormenta y tensión

 

Que una telaraña sostenga una gota de lluvia

es tan relevante

como la persistencia de la lluvia, que cuelga donde una hiladora

tendió de soslayo su urdimbre

porque, trampa o atrapado, aguantan ambos cierta presión—

una empuja, la otra reacciona.

No me pregunten de qué sirve esto. Al margen

de cuáles sean los estados predilectos de la materia,

la cuestión carece de importancia

más allá de esta vida, que es una red diseñada

para romperse, no hay tiempo para recompensas

cuando el peso se hace vapor.

 

 

C.D. WRIGHT

 

Casi para siempre

 

Ella iba cambiando en su interior.

Era verdad lo que habían escrito.

 

La nueva sintaxis del amor

apestaba y ardía.

 

El secreto los rodeaba.

Ella aspiraba el olor.

 

Al caminar sin rumbo,

todo sonido era relevante.

 

Ahora el sol se ponía detrás de ellos.

Él se veía insólitamente emocionado.

 

Ella se quitaría la ropa

ante la cámara

 

―ya lo había dicho en pocas palabras―

pero no cargaría aquella serpiente.

 

 

ROBERT WRIGLEY

 

Después de un aguacero

 

Como he llegado hasta el corral y es de noche,

los caballos se acercan desde el antiguo establo.

Dejan que acaricie sus caras largas, y noto,

a la luz de la luna que ahora emerge,

 

cómo ellos, un Morgan y un Cuarto de Milla,  traen

sus grupas moteadas por la lluvia

convulsa, transformados de esta manera en

Apalusas, los caballos ancestrales de este lugar.

 

Quizás porque es de noche están nerviosos,

o quizás porque ellos también saben

en lo que se han convertido, parecen

aguardar a que diga algo,

a los viejos fantasmas que quizás anden por aquí todavía,

y quizás despierten de este sueño confuso,

en el que hay establos y corrales y un hombre

que no sabe una sola palabra que ellos comprendan.

 

 

LYNN XU

 

Canciones de Cuna

A Paul Celan

 

Manicomio es palabra de hombre muerto, hermano

es vergonzoso morir, ver

el cielo abajo como un abismo y escuchar

su astado zorzal de escarcha que hila sombras sobre el mar―

Azulísimo el cielo sobre el agua, canta

su tumba es verde, la hierba me atraviesa

pero la ceguera no trae ceguera

trae noche a la algazara que los niños cantan en sus aulas de clase

hermano, atardecer tras atardecer

¿Acaso no pisamos azafranes en flor?

Los muertos les pisan las cabezas, y a pesar de ello

el azafrán decapitado emite un perfume claro

al  arcoíris de Dios cantamos y el canto desnuda

a las serpientes que llamamos hermanas, benditos somos.

 

 

DALE YOUNG

 

Víspera

 

Por tratarse de una romería

salimos al camino en la quinta hora de la luz,

como marchan los niños de los cuentos

 

al combate con demonios.

Ya no éramos niñas, tampoco aún mujeres, mis hermanas y yo

detrás de nuestra madre rumbo al río,

 

donde la logia de damas que cargaban lienzos blancos

se hundía en el reflejo que las flores del caqui dejaban

sobre el agua gélida y negra de la mañana.

 

Vimos a nuestra madre sumergir las sábanas,

luego las camisas, y vimos su espalda doblarse, erguirse,

sus brazos alzar las telas blancas en el aire,

 

una bendición, sus brazos tan fluidos como el agua,

tan fluidos como un decreto en tinta fresca.

Yo sacaba las camisas del remojo

 

—avergonzada de tocar a mi padre, a mis tíos—

y las tendía sobre las piedras a blanquearse bajo el sol.

Caminando a casa, cargando en mis brazos la ropa limpia

 

rociada por el dulce olor de la luz que disolvía las colinas,

recordaba a mi madre en el agua oscura.

Rezaba porque la maternidad nunca me encontrara en su lugar.

 

 

TRACI BRIMHALL

 

Evangelio de las profundidades

 

El mar está sediento y la sombra de una ballena

se mueve bajo el barco, furiosa contra las anclas, los arpones,

los curtidos pechos de la sirena de proa.

 

Y en la cubierta los marineros arrancan la carne

para llegar a la grasa, cortan la cabeza y drenan el aceite.

Toda la noche, con las manos sobre la cara.

 

No por vergüenza, no. Tienen ampollas de sangre en las palmas,

pero sus muñecas huelen a mujer. Mientras muere,

la ballena oye a su madre, que canta a dos millas de distancia,

 

a una braza de profundidad. Ahora a la estación implacable.

Ahora a los sueños que surgen del roto corazón de la ballena,

que gime cánticos de azul zodiacal a los durmientes.

 

Hay tres canales en la oreja, dos ventanas.

Una voz que viene de la bella difunta. Un himno omega.

Una mente que repasa, entre golpes de martillos, la promesa

 

de música piadosa y un enemigo común. Las luces se alejan

cuando los hombres se meten a sus hamacas, con sus corazones traducen

el evangelio de las profundidades, se preguntan si en verdad oyen mujeres que cantan

 

verdes canciones de amor en el agua, o ángeles sordos que cantan antes de la guerra.

Mañana matarán a los pájaros porque hay demasiada música.

Mañana se levantarán con las manos llenas de suciedad.

 

 

VICTORIA CHANG

 

Edward Hopper: Cuarto de hotel

(Estudio)

 

Mientras el hombre, lejos de casa,

le habla a su esposa

acerca de la mujer del corpiño rojo,

la mujer aguarda

sentada en la cama doble.

Uno esperaría silencio como el

de esta mujer en el puño de una estatua

de cobre. La mitad de su cara,

un tono de merengue dorado,

la otra mitad, como la sombra en

una espadaña. Su boca uniforme—

demasiado recta, como si dudase

de la decisión tomada, de la forma en

que las mujeres dudan. En sus manos,

una carta amarilla, doblada

como su corva espalda.

Su vestido tirado en un sillón verde.

Frente a ella, un bolso de hombre

y un maletín. Sobre un tocador,

un sombrero con pluma

de Ceilán. Eso es todo

lo que el artista nos ha dejado,

a sabiendas de que haríamos nuestra

la piedra de la mujer;

una sed del yo

en todo —incluso

en las dulces grietas

de una mandarina.

 

 

 

Francisco Larios, Nicaragüense. Ha publicado los poemarios Cada Sol Repetido, anamá Ediciones, Managua, Nicaragua, Noviembre del 2010, The Net in Sight/La red ante los ojos, Editorial Rascacielos, Quito, Ecuador, 2015, La Isla de Whitman, Editorial Buenos Aires Poetry, Argentina, 2015, Sobre la vida breve de cualquier paraíso, Editorial 400 Elefantes, Nicaragua, 2017, más la plaquette bilingüe (inglés/castellano), Astronomía de un sueño/Astronomy of a Dream, Carmina in minima, Barcelona, 2013.  Como traductor y antologista, ha publicado Los hijos de Whitman – Poesía norteamericana en el siglo XXI (Valparaíso, México, 2017).