12 POEMAS DE ALBERTO MONTERO

 

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De haberlo sabido

el azul fuera cruz para rezarte.

La inmensidad abruma,

se queda.

Así vestido me dejo llevar,

duele la mano contra el pecho,

los vestigios

tu alarido.

La carne sobra,

y se me ha cosido una palabra

a la frente,

todos me leen de pasada.

 

 

Solo,

vengo del atardecer,

aun arden los cien días de camino, perdido

en el cansancio cuento las puertas.

Aprieto el sol entre las pestañas

para que sea mía la noche.

Octubre ya arrastra su cola,

y me deja otra marca.

 

 

Veo perder el paso y a deshora

me siento a masticarte.

El bolsillo te guarda,

clama su espacio descosido.

El tiempo me desconoce,

pasa de largo, toma

un atajo sin avisar,

huérfano de tardanzas.

 

 

Yo fui para nacer de nuevo,

para salir de esta piel.

Una nota me recrea, me deja

colgado tras la sombra de un gato.

Gato sin árbol y sin sonrisa,

lúdica pena.

¿Donde escondo los dedos?

¿Cómo deshago la última puntada?

 

 

Las hojas me han dibujado

cada vez más cercano el invierno.

A mis espaldas le han nacido alas

y sigo sin estrenarlas.

Ocultas bajo mi ropa,

como mi carne no tan sumisa, laten.

 

 

La tarde fue un golpe para quedarnos quietos.

El cielo se adornó de peces lívidos

y te amé

donde el agua menguaba para imitar la luna.

Ruidos todos, de repente silentes.

El beso resbaló distante, ajeno a la poca luz que duele

de olvidos.

 

 

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Y solo el mar por debajo,

tentador y amenazante como el sexo desprotegido.

El estómago encabritado no deja pensar.

Musito palabras hilvanadas al azar y respiro hondo

para recordar que no todo en mí son

espacios vacíos.

 

 

Una calle

de sombras tenues, casi indefinidas.

Calle que lame tus pasos de rimas y angustias,

tapizada de las palabras que te has tragado

por no vaciarte el pecho.

Desde arriba, las alas de horas deshojadas,

la calle es solo un golpe más.

 

 

Distancias y el anzuelo que regresa vacío.

En algún lugar la carnada alimenta una pasión

ya no tan mía, una boca de mordida sorda.

Me he llenado del salitre para ver si me carcome

el sentimiento, pero la soledad es recia.

 

 

Desde adentro todo parece diluirse.

La misma llovizna,

los mismos ruidos,

el mismo polvo y la vieja añoranza.

Las gotas se han secado,

dejan un recorrido caótico sobre la piel.

Doblé tu recuerdo en cuatro

y lo guardé bajo la lengua

para no mencionarlo.

 

Pero la voz insiste a casi medio siglo de palidecer.

 

 

Voy levando anclas,

poco viento me asiste.

Dejo el sol para mañana,

anoto para no olvidar,

sé de olvidos necesarios, hay otros

imperdonables.

Las amarras cuelgan como largos

hilos de telarañas húmedas,

nada atrapan.

Dos pájaros llegan, en sus ojos

veo la larga travesía,

no hay regreso.

 

 

Quisiera morder donde estuvo la palabra,

masticar la frase y dejarla ser.

Pero digo lo que salta a la vista,

lo que se agita en el aire.

Recogí conchas y peces ciegos

para adornar mi sala,

y aprender del silencio.

 

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Alberto Montero nace en La Habana, Cuba en 1972 rodeado de un ambiente literario y musical que propicia su inclinación a las letras. Durante su vida como estudiante participa en varios concursos literarios en la categoría de cuento. Lector incansable, su obra ha sido influenciada por autores clásicos y contemporáneos de dentro y fuera de Cuba. Culmina sus estudios de medicina en el año 1997 y en el año 2004 decide abandonar la isla rumbo a Colombia donde vive por tres años para luego definir a Miami como punto de destino para su vida personal y profesional.  En el 2015, su cuento “Resto de un verano” fue seleccionado en la categoría de minicuento como parte de la antología publicada con motivo del I Certamen Mundial Excelencia Literaria MP Literary Edition (EE UU).

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